Catalunya, hacia el largo sueño gris / por Antonio Campuzano

Catalunya, hacia el largo sueño gris  /  por Antonio Campuzano

El riesgo tan temido de la publicación de la sentencia del procés catalán lleva camino de su desaparición. La ambivalencia del gobierno catalán ante la presencia y declamación de las masas resta facultades y expectativa a la bomba pública que pudiera suponer la esperada condena de los enjuiciados por el Tribunal Supremo.

Las intervenciones de los Mossos frente a las manifestaciones restan autoridad a la Generalitat en su mantenimiento de la llama independiente. Torra no encabeza movimiento alguno que presagie levantamiento. A la suavidad de las condenas se añade la soledad de los Comités de Defensa de la República. Únicamente el detonante de los altavoces Guardiola y Xavi, ambos muy alejados físicamente de la Vía Layetana, cohesiona la protesta. A este paso irán  desmoronándose las concentraciones y comenzarán las interpretaciones del divorcio entre calle y secesionismo.

Las ansias del líder popular Casado por entronizar el artículo 155 solo persigue superar los arañazos electorales de Vox, mientras que Ciudadanos se lame las heridas que le vienen proporcionando los sondeos, día tras día testimoniando los despropósitos  habidos desde abril de este año. Mientras no haya desgracias que lamentar en los desórdenes públicos más allá de detenciones y acciones policiales, la estabilidad no parece amenazada.

La evolución de la policía catalana, los Mossos, marcará el grado de incidencia pública de la protesta. Si los casi cuarenta mil efectivos de los Mossos acrecientan su control sin escisiones en su operativo, la normalidad en la calle se impondrá con más o menos ondulación de realidades. La graduación de la ayuda de la Policía Nacional resulta de una enorme psicología porque, de controlar el desorden las cuerpos de seguridad catalanes, se afrontaría la realidad de la calle como una cuestión puramente autóctona sin que fuese necesaria la implicación del gobierno central.

La prudencia desde la Moncloa es un arma cargada de presente. Máxime cuando se está en vísperas del inicio de una campaña electoral. Un desbarajuste del orden público que llegase al día primero de noviembre en crecimiento adoptaría un perfil peligroso, porque el deterioro del ambiente electoral ahondaría los peligros. La capacidad de aguante del gobierno de Pedro Sánchez, inhibición de cuerpos de seguridad centrales, piolines y demás metáforas, máxime con el recuerdo de su aplicación el 1-O de 2017, es fundamental para la debilidad del movimiento en la calle y el territorio catalán.

Las manifestaciones de los líderes de Esquerra Republicana, fuerza mayoritaria en Cataluña en abril de 2019, parecen menguadas y teñidas de afán de calma, lo que fuerza una voluntad de embridar las aspiraciones de la calle, llenas de espectacularidad y notoriedad publicas, pero sin el apoyo institucional.

Elecciones el 10 de noviembre y luego el camino hacia el invierno «para echar un largo sueño gris», como decía Mario Vargas Llosa en su obra prima ‘La ciudad y los perros’.