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Ciro Bayo, se hace camino al narrar / por Vicente Alberto Serrano

Ciro Bayo, se hace camino al narrar / por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

En estos últimos tiempos, el turismo de masas se ha convertido en material rentable de primer orden y como al parecer ya está casi todo inventado, ahora les ha tocado el turno a los escritores. Utilizados con una sutil vuelta de tuerca para mayor rentabilidad en un país como el nuestro que adolece de tan pocos lectores. Han conseguido explotarlos como reclamo, pero sin que hubiera que tomarse la molestia de trastear por sus páginas. De este modo los han involucrado en rutas jacobeas o parques temáticos de cualquier mínimo rincón que cualquier ignorado escritor tal vez citara en alguna de sus obras. A lo mejor simplemente porque nació por allí o pisó el lugar en lejana ocasión, casi por casualidad. A unos se les construye un chalet, se le monta un photocall, se fríen chistorras en su honor y a otros se les coloca una placa en cierto lugar, el acceso al interior de unas murallas renacentistas, hoy convertidas en parking, porque en cierta ocasión, por lo visto, como el tema de Matt Monro: «Alguien cantó…».

De Homero a Cavafis

Tenemos la fortuna que la literatura de viajes no es un fenómeno de este tiempo. Homero ya se tomó el trabajo de construir en hexámetros la ruta de Ulises en La Odisea (Ed. Gredos). Desde entonces hasta nuestros días los caminos del deseo por alejarse y regresar, para luego contarlo, ha configurado un género tan atractivo que a algunos de nosotros nos ha motivado a viajar porque hemos leído, y cuando no hemos viajado hemos seguido leyendo sobre otras tierras para aprender los más elementales códigos de la tolerancia. Ardua tarea sería la de sintetizar las líneas maestras de la literatura de viajes. Si comenzásemos en Marco Polo seguro que nunca llegaríamos a Cavafis; tampoco importaría mucho, al fin y al cabo el poeta de Alejandría nos enseñó que lo importante no es llegar, sino iniciar el viaje. Cada paisaje, cada ciudad, cada región tienen una mirada y una lectura diferentes. En primer lugar nuestra visión, pura y primigenia; después la de todos aquellos que  la contemplaron antes y trataron de explicárnosla con palabras. Regresemos a los textos, descubramos por ejemplo las diferencias entre los modos de mirar e interpretar en el arrebato romántico de los viajeros extranjeros del XIX frente al adusto juicio de los noventayochistas cuestionándose los males de la patria.

Ciro Bayo y cubierta...

Ciro Bayo y cubierta del libro de Pedro Luis Ballesteros.

Dos referentes locales

Nuestro admirado Pedro Luis Ballesteros publicó en 1989, en la editorial alcalaína Brocar, una antología ejemplar e imprescindible, Alcalá de Henares vista por los viajeros extranjeros (Siglos XVI-XIX). Muchas veces le pedimos a su autor que retomase esta antología imprescindible para acometer la labor de enriquecerla y llegar hasta nuestros días. Seguro que hubiese encontrado muchos autores agazapados y sus paisanos de nuevo se lo agradecerían, porque con las descripciones ajenas se aprende a querer y comprender más la ciudad propia. Sin embargo sufrimos la pérdida tan temprana de Pedro Luis. Me temo que su obra esté prácticamente agotada, si es así se impone una inmediata reedición, porque se trata de un libro de referencia, no sólo fundamental en la bibliografía local, sino necesario para todo ese turismo de avalancha que visitan la ciudad como si se tratase de un parque temático. Necesario además en este tiempo raro en que algún erudito a la violeta ha descubierto, más allá del ‘pasapalabra’, el arte del corta y pega y parece estar empeñado en descubrirnos referencias harto conocidas. El rigor al que nos tenía acostumbrados Pedro Ballesteros. (Así lo demostró en otro título emblemático, Alcalá y el cine (Ed. Festival de Cine) hace que su antología, no sólo fuese un modelo de investigación, sino también un delicioso paseo por la ciudad a través de los siglos. Guiados de la mano, o mejor de la pluma, de Antoine de Lalaing y Andrea Navagero, a comienzos del siglo XVI, hasta Richard Ford o Milton Hay en el siglo XIX. Treinta y cuatro autores en total se ofrecen de guías para mostrarnos –desde la lectura– Alcalá con otra mirada. En aquellos lejanos años en que sabíamos apreciar los sabios consejos de lectores avezados, el escritor Francisco Antón, me recomendó y me regaló un ejemplar del Lazarillo español de Ciro Bayo, publicado en la legendaria colección Austral. Pasado el tiempo he llegado a la conclusión de que él fue el principal culpable de mi enfermiza afición a los libros de viajes; él y por supuesto, Ciro Bayo.

Cubiertas Lazarillo

Ballesteros.Cubiertas de las dos ediciones más recientes de “Lazarillo español”.

Escritor enigmático y bohemio

Ciro Bayo y Segurola es uno de esos escritores enigmáticos, bohemios y de difícil encasillamiento que ayudaron a configurar, desde la sombra, la tan renombrada generación del 98, y que luego se fueron desdibujando hacia la leyenda. En la obra cumbre de la dramaturgia española del siglo XX, Luces de bohemia (Ed. Espasa-Calpe), Valle-Inclán lo convierte en el personaje de don Peregrino Gay. Los hermanos Baroja confesaban que aprendieron a viajar con él y don Pío cuentan en sus memorias, Desde la última vuelta del camino (Ed. Tusquets) como llegaron a inventarse su biografía para la prestigiosa Enciclopedia Espasa, hasta con foto falsa. Lazarillo español se publicó por primera vez en 1911. La segunda edición, de 1920, contenía un apéndice con artículos de Azorín y a partir de 1945 conoció media docena de reediciones en la colección Austral, en su solapa la síntesis biográfica era ya toda una novela de aventuras en sí misma: «… unido a las huestes carlistas con dieciséis años, pronto emigra a Cuba como cómico de la legua, maestro rural en La Pampa, taquígrafo en el Congreso boliviano y explorador en el Amazonas donde llegó a comer, sin saberlo, carne humana que según decía: tenía un ligero sabor a cerdo». Un libro de viajes novelado que se inicia en ese Madrid que nos resulta tan familiar, porque maneja como telón de fondo la misma miseria que La busca barojiana (Ed. Caro Raggio). Desde aquí arranca el protagonista a recorrerse a pie una buena porción de España: en primer lugar, las tierras manchegas, donde la sombra de don Quijote (o mejor de Cervantes) le apadrinará para el resto del viaje, infiriéndole esa forma ágil de narrar y describir su paso por la Andalucía oriental, los reinos de Murcia y de Valencia, acabando –con cierta complicidad cervantina- en Barcino. La mirada de la picaresca del siglo de oro, trasladada al pesimismo noventayochista, del que Ciro Bayo logra escaparse viendo y sintiendo España con un optimismo y desenfado que a veces salta por encima de Cervantes para reencontrase con el espíritu lúdico del Arcipreste de Hita, sobre todo en el capítulo de su tropiezo con la zagala. Lazarillo español, aparte de ser una obra maestra en su género, es sin lugar a dudas el claro precedente de Caminando por las Hurdes o Campos de Níjar (Ed. Seix Barral) y por supuesto de las sospechosas coincidencias del Viaje a la Alcarria, como bien apuntaba José Esteban en la edición del libro de Ciro Bayo, publicado por Cátedra, magníficamente prologado y anotado por él.