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Cisneros, sitio ideal… / por Vicente Alberto Serrano

Desde la Biblioteca de Babel

«Cisneros, sitio ideal. / Cisneros, no lo hay igual, / al ritmo de esta canción soñé / Cisneros volverte a ver. / Tu fuiste la inspiración / Cisneros de mi canción. / Palabras, dulces recuerdos son: / Cisneros: ¡fascinación!…». No, a pesar de haber entrado de bruces en el año triunfal del quinto centenario de su fallecimiento, no me estoy refiriendo –por ahora– al controvertido personaje del Cardenal. Simplemente se trata de la transcripción de la letra de un jingle (tema musical cantado o canción breve utilizada con fines publicitarios) que en 1960 se grabó en un EP (extended play: vinilo de cuatro temas) por la discográfica Columbia. Los temas estaban compuestos por el Maestro José Cebrián e interpretados por el cantante Rafael Boluda. La cara A contenía: Cisneros “Fox” y Yarritu “Vals”. En la calle Mayor (entonces Generalísimo), esquina con la calle Cervantes, se mostraba por aquellos años los escaparates de una elegante tienda de tejidos regida por la familia Gaviña. El vals describía las maravillosas indumentarias que cualquier mujer podría encontrar en su interior. En cuanto al fox Cisneros, estaba dedicado a un motel enclavado poco antes de entrar en Alcalá. Motel que con los años cambiaría su nomenclatura por una más castiza y menos histórica.

Disco Cisneros y cancionero

“Cisneros”, cara a del disco de José Cebrián y Cancionero de Rafael Boluda y José Sepúlveda. (Colección particular de V.A.S.)

Un viaje a la modernidad

A estas alturas creo que de todos es conocido el minucioso grabado que sobre Alcalá de Henares  realizó el dibujante flamenco Anton van der Wingaerde a mediados del siglo XVI. Quinientos años después, llegar a la ciudad por la Nacional II, hasta alcanzar la Puerta de Madrid, suponía una especie de extraño viaje a la modernidad. En los sesenta, una buena parte del recinto amurallado que trazó Wingaerde aún se conservaba, ayudando a mantener un interior que se debatía entonces entre la sobriedad castellana y la honrosa ruina y abandono de muchas de sus edificaciones. Baldomero supo retratar aquella triste topografía con maestría y precisión. El contorno exterior de las murallas era muy diferente. Nos mostraba, por ejemplo, el máximo ejemplo de belleza de la arquitectura industrial, reflejado a la perfección en el edificio de la Gal. El racionalismo de líneas en la fachada principal de la fábrica Roca. El neomodernismo del chalet de la Cerámica Méndez. Los bloques del barrio de La Manigua, término con el que se designa en Cuba a sitios silvestres apartados de la ciudad. Unido todo ello al elegante y sobrio bloque del Motel Cisneros que fue, al parecer, motivo de inspiración para el maestro Cebrián; al que no tuvieron otro remedio que dedicarle más tarde una de las calles cercanas (Seguramente por su pasadoble Alcalá de Henares. ¡Ojo! no confundir con el actual y refrescante tema: Alcalá me mata). Todo aquel decorado tan moderno, se enriquecía además por el continuo paso de las brillantes y coloristas carrocerías de los Studebaker. Pontiac, Buick, Oldsmobile, Chevrolet, Chrysler… y otros despampanantes coches con los que solían alardear la tropa de la cercana base norteamericana, antes y después de ponerse ciegos de cerveza en los bares de la Plaza. Tal vez por eso en las afueras de la ciudad nos creíamos transportados a las almibaradas películas de Doris Day o Esther Williams. Aunque cuando atravesábamos la Puerta de Madrid, el crudo realismo se apoderaba de nosotros y ya, desencantados, solo podíamos imaginar películas de Cifesa en blanco y negro.

Wyngaerde-

“Alcalá de Henares (1565)”, grabado de Anton van der Wingaerde

Se es de donde se hace el bachillerato

Afirmaba Max Aub que uno es de donde se hace el bachillerato. Por tanto yo debo ser alcalaíno, ya que sufrí las reválidas de cuarto, de sexto y suspendí el Preu en el Instituto de la Redondilla. Durante el curso, cada mañana pasaba por delante del monumento erigido a aquel personaje de gesto adusto y nariz rota que portaba un libro bajo el sobaco. Al parecer se trataba de Cisneros, no el dueño del motel, sino el Cardenal. Ya por entonces me cuestionaba cual podría ser el título del libro que portaba. Los más listos y estudiosos me aclaraban que se trataba, sin duda, de uno de los tomos de la Biblia Políglota Complutense. Finalmente logré aprobar el Preu en Granada, donde regresé con mi familia, a comienzos de los setenta.

Lorca y la quema de manuscritos granadinos

La última entrevista a Federico García Lorca, antes de su asesinato, se publicó en el periódico madrileño El Sol el 10 de junio de 1936; se la realizó el humorista gráfico Luis Bagaría. Ante la pregunta sobre la conquista de Granada por los Reyes Católicos, Federico respondió: «Fue un momento malísimo, aunque digan lo contrario en las escuelas. Se perdieron una civilización admirable, una poesía, una astronomía, una arquitectura y una delicadeza únicas en el mundo, para dar paso a una ciudad pobre, acobardada; a una “tierra del chavico” donde se agita actualmente la peor burguesía de España». Inicié los estudios de Letras en las aulas del Hospital Real de Granada. Frecuenté por entonces textos de Julio Caro Baroja, Titus Burckhardt, Lévi-Provençal, Thomas F. Glick, Miguel Ángel Ladero, Marcel Bataillon… en un afán por tratar de entender el origen de aquella civilización perdida: masacrada.

Cisneros y el fuego purificador

Algún tiempo después descubrí un largo artículo de Daniel Eisenberg, hispanista neoyorkino que junto a Martín de Riquer, está considerado como el investigador que mejor conoce el contexto humano y literario que produjo El Quijote. Al menos así se le describe en la solapa de su interesante estudio Cervantes y Don Quijote (Ed. Montesinos). Eisenberg fundó la revista Journal of Hispanic Philology en el Departamento de literatura española de la Universidad de Florida, de donde es catedrático. En sus páginas publicó un extenso artículo con el clarificador título de Cisneros y la quema de los manuscritos granadinos, allí podemos leer: «No me parece forzar los hechos el atribuir nuestro deficiente conocimiento de la civilización granadina, y los frecuentes comentarios sobre su supuesta decadencia, al gran estrago de sus manuscritos por Cisneros. Fue el vencimiento definitivo, para que no quedara ni el recuerdo de lo que había sido. […] Cisneros es por ende uno de los más grandes criminales de la cultura española. Lo que hizo, no lo hicieron los moros con los manuscritos visigodos en Sevilla. No lo hicieron tras sus conquistas de Toledo y Sevilla ni Alfonso VI ni Fernando III». Todo el relato de aquella controvertida quema lo apoya en testimonios bien documentados, como pueda ser la descripción del notario e íntimo amigo de Cisneros, Juan de Vallejo: «…mandó a los alfaquís tomar todos sus alcoranes y todos los otros libros particulares, cuantos se pudieron haber, los cuales fueron más de 4 ó 5 mil volúmenes, entre grandes y pequeños, y hacer muy grandes fuegos y quemarlos todos. Y así se quemaron todos, sin quedar memoria, como dicho es, excepto los libros de medicina, que había muchos y se hallaron, que éstos mandó que se quedasen; de los cuales su señoría mandó traer bien 30 ó 40 volúmenes de libros, y están hoy en día puestos en la librería de su insigne colegio y universidad de Alcalá, y otros muchos añafiles y trompeticas que están en la su iglesia de San Ildefonso, puestos, en memoria, donde su señoría reverendísima está sepultado».

¿…y con los Santos Niños?

Ahora, de regreso en Alcalá, cuando contemplo de nuevo la escultura de Cisneros, obra del escultor malagueño Juan Vilches realizada en el siglo XIX, dudo que aquel amigo mío de la infancia, tan listo, llevara toda razón, porque hoy me hace dudar si el libro que porta bajo el sobaco no será uno de los arrebatados de la quema de Granada. El Cardenal parece que va con paso presto para guardar su botín. No contento con una escultura, el obispo homófobo de Alcalá quiere entronizar otra del controvertido Ximénez de Cisneros en la lonja de la Magistral. En esta ocasión sin pedestal, para aportar un nuevo fotomatón al parque temático en que se está convirtiendo la ciudad. Acompañado además –en una especie de insólito y sobre todo anacrónico túnel del tiempo– con la cuestionable presencia de los Santos Niños. Cada uno que saque sus conclusiones o haga lectura personal de tan extraño grupo escultórico, antes de retratarse: «…al ritmo de esta canción soñé / Cisneros volverte a ver».