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Concepción Arenal y la Cárcel de Mujeres / Por Vicente Alberto Serrano

Concepción Arenal y la Cárcel de Mujeres / Por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

En la calle Río Miño, esquina con la de Santo Tomás, existió una fuente pública a la que cada día se acercaban las mujeres del barrio para acarrear agua. Aquellas casas humildes de una sola planta carecían de agua corriente. El humor oscuro, casi negro, de los incompetentes munícipes locales de la época, bautizaron el barrio con el nombre de Venecia y cada una de sus calles, paralelas al cauce del Henares, las denominaron con un río de la geografía española porque, cada otoño, cuando llegaban las lluvias, el Henares desmadraba su cauce convirtiendo todo el barrio en una cutre Venecia, por supuesto carente de palacios; pero cuyo barrizal posterior no llegaba a secarse del todo hasta los primeros calores de mayo. Situadas junto a la era del Pimpollo, aquellas casas bajas delimitaban por el otro lado con el contundente edificio de tres plantas que conformaban las naves de la Galera, conocida como la Prisión de Mujeres, tal como aun se denomina en un tondo metálico que corona la deteriorada verja de entrada: “P.M. 1883”. A pesar de tanta lluvia otoñal e inundaciones incontroladas, la ciudad tenía serios problemas de abastecimiento de agua que, lógicamente, se agudizaban cuando irrumpía el largo y cálido verano. Durante esos meses las autoridades penitenciarias se veían obligadas a sacar a un numeroso grupo de reclusas a la calle, hasta la fuente de enfrente, para intentar que cargasen  el agua suficiente con destino a las necesidades del establecimiento penal. Salían en silencio, en formal y perfecta fila de a una, vigiladas por un par de funcionarias y la mirada atenta e intimidadora del guardia civil de la garita contigua. Con morbosa curiosidad las vecinas del barrio trataban de acercarse hasta aquella cuerda de presas con la vana pretensión de entablar conversación y tratar de conocer cuales habrían sido los delitos por los que sufrían penas de reclusión aquellas otras mujeres.

Dos ruinas

Cada vez que regreso a la esquina de la calle Río Miño con la de Santo Tomás, evoco –como si se tratara de una foto-fija– aquellos momentos de mediados de los años sesenta. Sobre todo en estos días, después de haber leído la biografía que Anna Caballé ha publicado en la editorial Taurus con el título: Concepción Arenal. La caminante y su sombra. En las páginas introductorias comenta que en julio de 1938 el periódico El Faro de Vigo hizo un llamamiento a las entidades públicas y privadas de la ciudad a fin de que alguna de ellas pudiera adquirir la casa donde vivió sus últimos años Concepción Arenal. La solariega casa, siendo ya una pura ruina, fue demolida finalmente en 1949. La Galera alcalaína, en tiempos de la Segunda República, se transformó en una especie de campo de concentración para vagos y maleantes. En su fachada rotularon una inquietante leyenda: “Un mundo aparte” y por debajo la Dirección General de Prisiones fijó una placa con el sofisticado enunciado de “Casa de Trabajo”. Tras la Guerra Civil fue remodelada y regresaron de nuevo las presas a sus celdas. Poco después de acabar la dictadura, aquellos edificios dejaron de cumplir su misión como penal. Fijado a los barrotes de la entrada, se mantuvo durante mucho tiempo un cartel metálico anunciando su próxima transformación en residencia universitaria. El tiempo de promesas fue oxidando el cartel, desdibujando las letras, mientras que todo el conjunto carcelario se fue convirtiendo en una ruina de vigas podridas, ventanas desvencijadas, techumbres caídas… hoy tan solo esperan un golpe de viento, de calor o una lluvia pertinaz para convertir en escombros aquel lugar de infeliz memoria –por supuesto– para presas políticas que lo sufrieron, como Juana Doña, María Franciska Dapena, Luisa Álvarez de Toledo… o comunes de las que nunca llegué a conocer sus apellidos, tan solo recuerdo con cariño sus nombres: Carmen, Guadalupe, Fátima, Cándida, Angelita…

Lemas incomprensibles

Tal vez pueda parecer extraña asociación el olvido y demolición de la casa de Concepción Arenal con la ruina de la antigua Galera alcalaína. Sin embargo a través de la extensa biografía que Anna Caballé ha escrito sobre tan peculiar personaje, he logrado conocer la verdadera trayectoria de aquella mujer del siglo XIX, que –como otras muchas– trató de encerrarse en el anonimato para preservarse de los prejuicios imperantes. Fue un ejemplo más de nuestras escritoras y nuestra sociedad femenina que ha sufrido, no décadas, sino siglos de misoginia ancestral. Sin embargo su constante labor de denuncia sobre las penosas condiciones de los más necesitados y los informes sobre las ínfimas condiciones de los establecimientos penales; cuyas principales causas eran la corrupción y la dejadez, logró que sus contemporáneos consiguieran que la destituyesen como ‘incómoda’ visitadora de las cárceles de mujeres. Estas páginas me han ayudado a desterrar ciertos equívocos y tópicos adquiridos por culpa de la nefasta ideología del franquismo que no vaciló en tratar de apropiarse de su figura, de su labor y parte de sus radicales formulaciones para intentar inferir al régimen penitenciario de posguerra un humanismo del que siempre careció. Por eso he querido regresar, con el recuerdo, al interior de aquella prisión de mujeres de la calle Santo Tomás en la que pasé buena parte de mi infancia y adolescencia. Y también, como una foto-fija, evocar las dos lápidas grises de piedra artificial fijadas en los muros del segundo rastrillo. Una y otra las he rebuscado para transcribirlas al pie de la letra al no fiarme de mi memoria. La primera demuestra el cruel cinismo que llegó a ejercer el poder de la dictadura: «Si se visitasen los establecimientos penales de los distintos países y se comparasen sus sistemas y los nuestros, puedo aseguraros sin temor a equivocarme que no se encontraría régimen tan justo, católico y humano como el establecido desde nuestro movimiento para nuestros reclusos». Firmaba, por supuesto, Francisco Franco. La otra era mucho más concisa y humilde en sus dimensiones, pero imagino que también de difícil comprensión para las reclusas que traspasaban aquellas rejas por primera vez: «Odia el delito y compadece al delincuente». El Régimen no dudó en secuestrar esta frase de Concepción Arenal; aunque intuyo que las pobres reclusas, nunca llegaron a entenderla, mientras que ellos fueron incapaces de llevarla a cabo.

Concepción Arenal (1820-1893)

Veinte días después de su muerte, el 24 de febrero de 1883, Pedro Armengot y Cornet, teórico del sistema penitenciario, compañero y amigo de Concepción, publicaba en el periódico La Vanguardia de Barcelona, una extensa necrológica que ocupaba página y media del diario. Un detallado análisis para intentar dar a conocer la vida y la obra de aquella mujer que por carta, más de una vez, se le había lamentado del aislamiento y abandono moral e intelectual al que era sometida constantemente. «Las amarguras, los disgustos, los sudores que hubo de pasar Concepción Arenal mientras fue Visitadora general –escribe Armengot– no son para contarlos», sin embargo no duda en contar más adelante… «…ella aconsejó siempre que no pasaran de 250 a 300 las condenadas que se reuniesen en una penitenciaría: pues bien, para seguir este consejo, se suprimieron las varias penitenciarías de mujeres y se reunieron todas en Alcalá, donde aun siguen…».

Anna Caballé

Hace algunos años, el Círculo de Lectores (antes de perecer) tuvo el acierto de editar una antología de autoras de la literatura hispánica e hispanoamericana –desde el siglo XIV hasta nuestros días– recogida en cuatro volúmenes con el título La vida escrita por las mujeres, bajo la dirección de Anna Caballé. Una verdadera historia literaria del ninguneo al que siempre se han visto sometidas nuestras escritoras ante la absurda autoridad de esa misoginia ancestral que comentábamos antes. Hace unos meses mi amigo Israel Rolón me remitió la reedición actual, corregida y aumentada, de la biografía que escribió hace diez años con Anna Caballé: Carmen Laforet, Una mujer en fuga (Ed. RBA). Sobre Carmen Laforet ya he escrito más de una vez en esta misma sección; siempre la he considerado imagen emblemática de ese desprecio constante a los logros literarios en femenino singular. Unas semanas atrás el Centro Dramático Nacional añadía a la colección Laboratorio, el Teatro Inédito de Concepción Arenal, en edición y extensa introducción de Anna Caballé, donde nos explica que cuando preparaba la biografía de Arenal descubrió que aquella infatigable activista, protegía celosamente su vocación literaria. Hasta el punto que casi todo se quedó sin publicar, a excepción de algunos poemas. De aquella obra olvidada, quiso seleccionar cuatro curiosos textos de dramaturgia. La lectura de su teatro en verso, me ha llevado a interesarme por la biografía sobre Concepción Arenal que Anna Caballé, publicó hace un par de años. Descubrir el auténtico y complejo perfil de esa mujer que se empeñó por mejorar las condiciones de los presidios de mujeres en el complicado siglo XIX, me ha devuelto la imagen de tiempos pasados en esta Galera, hoy en ruinas.

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