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Cristina Peri Rossi y Julio Cortázar / Por Vicente Alberto Serrano

Cristina Peri Rossi y Julio Cortázar   /   Por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

Hace años que tuve noticias de Uruguay; fue a través de un artículo publicado en la revista Triunfo cuyo título ya era inquietante: “El último en irse que apague la luz”. Al parecer se trataba del enunciado de un graffiti perpetrado en un muro cercano al aeropuerto de Montevideo. Tiempos de emigración masiva, cuando sus gentes huían atemorizadas ante la terrible dictadura cívico-militar que se había implantado desde 1973 y duraría hasta 1985. Sistemáticos encarcelamientos, torturas y desapariciones indiscriminadas realizadas por las fuerzas armadas y los paramilitares en su obsesiva y criminal reforma del sistema institucional que tenía como fin primordial eliminar, a cualquier precio, todo partido político. Casi consiguieron hacer desaparecer por completo un país. Uno de aquellos desplazados fue el poeta Mario Benedetti, que escribiría desde el exilio: «todo se hunde en la niebla del olvido / pero cuando la niebla se despeja / el olvido está lleno de memoria». Benedetti, junto a Ida Vitale y Juan Carlos Onetti formó parte de aquella que se dio en llamar “Generación crítica uruguaya”. Cuando en 1973 el presidente Bordaberry instaura en Uruguay la dictadura del terror, Benedetti renuncia a su puesto en la Universidad y a formar parte del equipo de redacción del semanario Marcha, para emprender el doloroso camino del exilio.

Cubiertas de dos de los libros mas significativos de Cristina Peri Rossi.

Hasta que amaine

Poco antes, en 1972, la joven escritora Cristina Peri Rossi también había decidido abandonar su país. Por aquel entonces era colaboradora del semanario liberal Marcha, que en 1970 había galardonado su obra El libro de mis primos (Ed. Grijalbo). Al parecer, cuando un miembro de la redacción de la revista le preguntó que hasta cuando se quedaría en Barcelona, ella le respondió: «Hasta que amaine». Su exilio dura ya casi medio siglo. Precisamente en Barcelona, en 1974, la editorial Lumen reeditó Los museos abandonados, colección de cuentos con la que había obtenido el Premio de Narrativa de la editorial Arca de Montevideo en 1968. Fue así como conocimos la obra de la primera mujer que, de inmediato, incorporamos a aquella deslumbrante nómina de escritores sudamericanos con los que conseguimos descubrir una sugerente y oculta cara de la literatura en nuestro idioma. Por eso, cuando se regresa a la primera narración de ese libro iniciático, titulada “Los extraños objetos voladores”, creemos regresar al tiempo añorado, a tantas páginas de cierto realismo mágico que consiguieron desfigurarnos la cruda y absurda realidad de nuestro entorno inmediato. En cuanto a su poesía, tan solo podemos comentar que muchos de sus versos nos han logrado perturbar, tal vez porque nos han mostrado valientes y descarnados perfiles sobre el amor que desconocíamos. Simplemente esta atemorizada sociedad machista, nos los había tratado de ocultar.

¿Por qué escribe usted?

Existen unas afirmaciones de Cristina Peri Rossi que desde hace tiempo me las apropie y transcribí en un cuaderno de notas como si fueran mías. Tal vez para justificar dos de mis incombustibles aficiones: «Siempre se cuenta para otros, el relato supone un oyente, el texto un lector. La eterna pregunta que se hace a los escritores: ¿Por qué escribe usted? Se corresponde con otra, mucho menos frecuente: ¿Por qué lee usted? Escribimos para enseñar (en el sentido de mostrar, descubrir, dar a luz, revelar, hacer público, testimoniar) y leemos para saber, conocer, aprender, descubrir, comprender.»

Cristina Peri Rossi y Julio Cortázar en París.

Casa tomada y Julio Cortázar

Aquella inquietante pintada cercana al aeropuerto de Montevideo, siempre la he mantenido asociada al final del primer relato que leí de Julio Cortázar: Irene y su hermano, protagonistas de Casa tomada, atemorizados por una extraña amenaza, van perdiendo territorio a través de las habitaciones hasta alcanzar el zaguán y más tarde la calle, tirando la llave a la alcantarilla. «…no fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada». Descubrir a Borges y a Cortázar, al igual que encontrarse por primera vez con las páginas de Kafka, produce en el lector una atractiva complicidad que de modo irremediable deriva en peligrosa adicción. Mi generación al menos, con esas lecturas conseguimos abrir los constreñidos diques que nos ocultaban el otro lado de la imaginación. En la memoria se nos quedaron grabados todos y cada uno de los instantes que nos ofrecieron aquellos escritores. Con Julio Cortázar logramos pasar al otro lado del espejo, al país de las maravillas donde la literatura se convertía en un juego, un juego de escritura cómplice, trufada de humor y sorpresas, alejada de solemnidades, de ampulosas retóricas. Éramos jóvenes y por tanto, desde el primer momento, encontramos en aquellos textos irreverentes, la apoyatura necesaria para combatir a tanto autor fatuo, solemne, muerto en vida y sobre todo: aburrido. Siempre ahondando en el surrealismo de lo cotidiano, con unos personajes deliberadamente triviales que sin embargo acababan desbocados, a través de lo insólito, en finales sorpresivos, imprevisibles. Cortázar nos dotó de una nueva mirada, admirábamos al personaje, nos apabullaba esa especie de juventud perpetua (sin embargo le hemos superado en años). Nos afiliamos irremisiblemente al partido cortazariano y a pesar de la edad que ya vamos acarreando, aún poseemos con orgullo ese agudo alcance de la vista que nos permite vislumbrar, con un particular sentido del humor, las continuas estupideces de nuestro alrededor.

Cubierta del libro “Julio Cotázar y Cris” (Editorial Cálamo).

Poemas de amor a Cris

La reciente concesión del Premio Cervantes a Cristina Peri Rossi, me ha sugerido trastear de nuevo por su obra y esta atractiva aventura me ha llevado a descubrir algo que desconocía: su íntima relación con el autor de Casa tomada. A través del libro Julio Cortázar y Cris (Ed. Cálamo) Cristina Peri Rossi nos describe, emocionada, la profunda amistad que mantuvo con el escritor argentino hasta su muerte. Confiesa que no quiso asistir a su entierro una lluviosa mañana de febrero de 1984, pero no duda en evocar aquellos versos de César Vallejo que tantas veces recitó en compañía de Julio: «Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo». Fue una intensa amistad mantenida a través de cartas, complicidades y encuentros en Barcelona y París. Música de Joan Baez, Charlie Parker, Víctor Jara o Tana Rinaldi, componiendo el telón de fondo a infinitas charlas sobre la literatura y la vida. Recorrer los emotivos capítulos de este libro es regresar a ese Cortázar que aún admiramos y nos vuelve a sorprender en cada relectura. Él se consideraba inmortal, nosotros también ante su permanente aspecto juvenil, pero le arrebató la vida una estúpida negligencia. Al evocarle a través de éstas páginas escritas con esa íntima sensibilidad que solo una mujer puede lograr, he sentido envidia por todo lo que Cristina Peri Rossi logró compartir con él. Julio le envió desde París una serie de quince poemas dedicados a Cris. Versos que permanecieron inéditos hasta que ella los cedió para formar parte del libro póstumo de Cortázar, Salvo el crepúsculo (Ed. Alfaguara). Por tanto siempre nos quedará el testimonio cortazariano de una escritora a la que también admiramos y que, parece ser, ha preferido quedarse en Barcelona antes de regresar a un Montevideo que hoy ya no necesita que le den al interruptor. Allí hace tiempo que se encendió la esperanza.