Daniel Mordzinski y Sergio Ramírez: desde la imagen a la palabra / por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

Descubrí las fotos de Daniel Mordzinski a finales de mayo del 99, en una exposición que coordinó mi amiga Concha Gómez en la sede madrileña de la FNAC. Recuerdo la fecha porque aún conservo el pequeño catálogo que, con apenas 72 páginas, contenía algo más de medio centenar de retratos de escritores de Las dos orillas, una mirada a la literatura iberoamericana de este siglo. Ese era el título del volumen que se abría con un mínimo texto del autor, donde relataba los esfuerzos que, con 18 años, le supuso fotografiar a Borges y su «aura imponente de poeta ciego». En el prólogo Guillermo Cabrera Infante trataba de explicarnos que ante las fotos de Mordzinski resulta insuficiente la famosa frase de Confucio: «Una imagen vale por mil palabras». La imagen literaria está hecha por miles de palabras hilvanadas, por eso una duda se me hace efectiva cuando abro el catálogo al azar y me encuentro –frente a frente– a Manuel Vázquez Montalbán y a Jorge Semprún. El primero saciando su tímida curiosidad en lo que parece ser un mercadillo parisino; el segundo esgrimiendo la belleza de aquella sonrisa cautivadora. Por cierto, esa es una de las pocas fotos de Mordzinski donde el escritor aparece con libros como telón de fondo. Son imágenes que sirven –sobre todo– para sugerirnos y evocarnos los miles de palabras que tanto Vázquez Montalbán como Semprún y todos los que aparecen por estas páginas, nos han ofrecido a lo largo de nuestra larga trayectoria vital como lectores. El catálogo también nos sirvió entonces para ponerle rostro a algunos escritores a los que admirábamos, pero de los que la única imagen que teníamos eran las cubiertas de sus libros.

El país de las palabras

Algunos años más tarde, trasteando por los anaqueles de mi librería preferida, me encontré con un nuevo libro firmado por Daniel Mordzinski, El país de las palabras. Retratos y palabras de escritores de América Latina 1980-2005 (Roca editorial). En esta ocasión se trataba de un volumen a gran formato, con cerca de 200 páginas. Un sugerente guiño del fotógrafo argentino a Rayuela y a uno de sus escritores más admirados. Mordzinski convocó en Francia y frente a su objetivo a cerca de setenta escritores latinoamericanos, que aparecían aquí enriquecidos además con un clarificador prólogo de José Manuel Fajardo, al que Daniel considera: «…el más latinoamericano de los escritores españoles». El libro está configurado a base de dobles páginas, donde se funden palabras e imagen. Desde el ángulo izquierdo, cada autor sintetiza su personal visión de París, para arropar la personal visión que el fotógrafo tiene sobre ellos. Tras Cortázar, Claribel Alegría, Donoso, Gelman, García Márquez, Manguel, Mutis, Padura, Piglia, Nélida Piñón y otros muchos… aparece un joven Sergio Ramírez en plano picado, como si tratara de huir con la mirada de una laberíntica escenografía de escalinatas que invitan lanzarse al Sena. A la izquierda un texto de evocación parisina, escrito desde Managua en 1998, in memoriam del poeta salvadoreño Roberto Armijo, muerto en París el año anterior.

Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017

Tras la conmemoración del centenario de la muerte del poeta nicaraguense Rubén Darío, el Premio Cervantes por fin se vio en la obligación de girar por primera vez su mirada hacia Centroamérica. Si en su día no supo detenerse ante la maestría de Augusto Monterroso, escritor hondureño, nacionalizado guatemalteco; ahora parece querer cumplir –por fin– con una deuda requerida al ‘premio de las dos orillas’: otorgar a Sergio Ramírez –escritor nicaraguense, como Rubén Darío– el Premio Cervantes 2017. Desde 2013 se convoca en Managua un festival literario denominado ‘Centroamérica Cuenta’, una iniciativa del propio Sergio Ramírez creada en colaboración con Ulises Juárez Polanco. Cuenta su directora, Claudia Neira Bermúdez que a lo largo de sus cinco ediciones, han contado con más de 500 participantes. Un festival –según sus palabras– que: «…ha trascendido los límites de Nicaragua convirtiéndose en un espacio clave para reflexionar sobre nuestras realidades y memorias, los desafíos de la literatura, la imaginación, el humor y el amor». El fotógrafo oficial de las cinco ediciones ha sido Daniel Mordzinski que, con la genial herramienta de su amplísimo portafolio, ha comisariado en Alcalá una exposición en la que se recoge a casi todos los protagonistas de esta esperanzadora cita anual con la literatura.

Catalogos Ramirez

Cubiertas de los dos catálogos editados por la Universidad de Alcalá y el Ayuntamiento.

En el volcán de las letras

La primera novela de Sergio Ramírez que cayó en mis manos, fue una cuidada edición de ¿Te dio miedo la muerte? (Ed. Argos Vergara), en la exquisita colección ‘Bibliotheca del Fenice’, aquella con la que Carlos Barral trató de reiventarse asimismo. Creía haber leído casi todo lo más significativo del otro lado del Atlántico, cuando descubrí la compleja y barroca prosa de Sergio Ramírez en una nueva novela sobre dictadores; aunque aquí el tirano, el Hombre (Somoza) se quedaba casi desdibujado en el telón de fondo, frente a los verdaderos protagonistas: El Turco, el Jilguero y el indio Larios, intentando arrastrar a Nicaragua hacia la lucha armada. Un relato sobrecogedor que perfectamente podría complementarse con Adiós muchachos (Ed. Alfaguara), la novela que Sergio publicó veinte años después del triunfo de la revolución sandinista en 1979. Castigo divino (Ed. Mondadori) la leí cuando trabajaba como diseñador para aquella editorial. Durante un tiempo estuve confundido respecto a la película que en las primeras páginas de la novela Rosalío Usulutlán acababa de ver la noche del 18 de julio de 1932 en el Teatro González de la ciudad de León. Se titulaba Castigo divino y estaba protagonizada por Charles Laughton y Maureen O´Sullivan. Siempre pensé que se trataba de Esta tierra es mía, aunque con el título cambiado. Mas tarde descubrí que esta última, a pesar estar interpretada por los mismos protagonistas, era de 1942. En realidad el título real de aquella otra película era Pago diferido, aunque en nuestro país se estrenó como El asesino de Mr. Medland. En la novela se narran una serie de asesinatos por envenenamiento, descritos a través de los atestados jurídicos y la crónica periodística. De algún modo enlaza con Margarita, está linda la mar (Ed. Alfaguara), porque se desarrolla en los mismos escenarios. Son cuatro ejemplos para adentrarse en el volcán de las letras que Sergio Ramírez ha ido trazando en todos estos años y por los que está a punto de recibir un merecidísimo Premio Cervantes.

Cubiertas Sergio Ramírez

Cubiertas de las ediciones de dos de los primeros libros de Sergio Ramírez publicados en nuestro país. (Biblioteca V.A.S.)

Toda una explosión de color

También su amigo Daniel Mordzinski nos lo ha sabido trasladar desde las palabras hacia las imágenes en la otra Exposición que ha comisariado para la Universidad de Alcalá y que se abre con Sergio contemplando el volcán de Masaya desde las alturas. En el interior, el contenido de dos magníficos portafolios: un álbum literario donde se recogen algunas de sus afinidades literarias, retratadas con la genialidad de esa emotiva sensibilidad de Daniel y el entrañable álbum familiar de Sergio en compañía de su mujer Tulita, sus hijos, sus nietos y algunos de los personajes que forman parte importante de su trayectoria personal. Aquellas otras publicaciones que conocía de Daniel Mordinski contenían contundentes retratos en blanco y negro. Ahora estos dos catálogos que acaban de publicar la Universidad de Alcalá y el Ayuntamiento me han deslumbrado con toda toda una explosión de color. Si tuviese que seleccionar una sola imagen, de las que nos ofrece Mordinski en esta doble muestra, me quedaría con aquella en la que Claribel Alegría, Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez departen en una luminosa habitación (Managua, 2013), sin un solo libro, pero con abundantes cuadros de pinturas naifs y una estantería repleta de figuritas de animales que parecen controladas por una inmensa rana. Fuera, mirando hacia el jardín: una mucama, con la mirada perdida; es como si estuviese sumergida en el contenido de las palabras que entrecruzan esos tres autores sentados en coloristas mecedoras.