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Díaz Ayuso y la aritmética / Por Antonio Campuzano

Díaz Ayuso y la aritmética  /  Por Antonio Campuzano

Se oye hablar a la candidata Díaz Ayuso de la libertad y su proximidad de conquista y, de no estar en el manejo de la realidad, cualquiera pensaría que se ventila la pugna en condiciones de primavera árabe, de finiquito de un régimen liberticida y en situación de conculcación de los más elementales derechos humanos, con famélicas legiones por todos lados. Pues resulta que esa aspiración a la libertad que propugna en tres líneas, una por cada sílaba, en los carteles pendulantes al socaire de los vientos de abril, es la alternativa a su propia puesta en escena de establecimiento de poder. Es decir, que Ayuso quiere luchar para derribar a Ayuso.

Sin darnos cuenta se está construyendo un absurdo. La liza electoral no persigue un relevo, sino una confirmación. Todos los pertrechos en la batalla por la recuperación de la libertad ofrecerían una imagen de predominio del abuso y la privación de elementales parámetros de justicia social y democrática. Pero la izquierda no ha disfrutado de un solo aperitivo de dominio y poder desde 1995, con sucesivas apisonadoras del Partido Popular con nombre Ruíz Gallardón y Esperanza Aguirre.

Si bien es cierto que Aguirre se vio beneficiada por un tongo de dos vendedores de azafrán metidos en las listas del Psoe en 2003, sin haber pasado por el arco detector de chatarra política. A Aguirre le sucedió Ignacio González hasta 2015, ya con problemas de imputación que derivaron en prisión. Luego llegó Cristina Cifuentes hasta que su tendencia irrefrenable a la cosmética libre de impuestos le obligó a ceder su puesto a Ángel Garrido. Y hace dos años Díaz Ayuso representó un volantazo de Pablo Casado, en tándem con el candidato a la alcaldía de Madrid. La construcción, pues, de un escenario de sabotaje a las libertades, amenazadas por las hordas comunistas, supone también la escenificación de una enorme ficción que empequeñece los mejores estrenos de Donald Trump.

Ayuso ha sido la primera beneficiada de los votos de investidura a su persona de Ciudadanos y Vox, pero hace tan solo veinte meses, lo que permite suponer que la lealtad no está entre sus principales virtudes. Cuando intenta suprimir su factura ejecutiva a través de otra factura ejecutiva representada por ella misma carga todas sus culpas en Ciudadanos y no otra parece ser la razón del adelanto electoral, el resabio de naturaleza murciana. A medias entre el rescoldo de dudas sobre Ciudadanos y los peligros inherentes al socialismo aderezado por el más acendrado enemigo del ex vicepresidente Pablo Iglesias, resulta que solo le queda un aliado a la candidata Ayuso, el que viene de Vox, pese al repaso de Pablo Casado a Santiago Abascal con motivo de la moción de censura de la formación neo fascista. Y aquí llega el principal obstáculo de la narrativa humana de los acontecimientos políticos de los últimos dos años.

La secuencia sentimental de Ayuso merecería un castigo por inmisericorde con los adversarios que nada le han hecho ni a ella ni a su partido desde  1995, ni solidaria con Ciudadanos, que la impulsó a un estrellato inmerecido. El obstáculo que impide la némesis por ingrata con la realidad y la circunstancia histórica es la ambición y su derivada en forma de encuestas favorables. Ayuso, ni por historia, ni por méritos, ni por formación, es merecedora del triunfo, pero está colocada en posición inmejorable para conseguirlo.

La historia comparativa con Alberto Ruíz Gallardón, Esperanza Aguirre e incluso Cristina Cifuentes, debería abochornar a Ayuso. La formación política de la candidata viene precedida de posiciones ni tan siquiera vicarias en cuadros de partido ni en cargos públicos. El mérito residiría entonces en lo sucedido entre marzo de 2020 y nuestros días o lo que es lo mismo, la contra política al gobierno sanitario de Pedro Sánchez, con la permisividad de horarios y restricciones en materia de consumo al aire libre. El voto cautivo de la hostelería podría explicar el atronador vaticinio favorable a Ayuso. Pero también resulta insólita la ausencia de antecedentes mensurables en política de este presunto mérito, el de abrir la tolerancia de costumbres para encoger el gobierno central de la coalición Psoe-Unidas Podemos. El presunto mérito consiste, por tanto, en creer que cinco millones de votantes en la comunidad de Madrid apoyan esa “manera de vivir” de Ayuso porque en su interior prima el consumo de cerveza y la condición de camarero u hostelero sobre todas las demás estratagemas ideológicas o de entendimiento del gobierno público. Todo llevado por la desinhibición en manifestaciones y desahogos en declaraciones.

Ayuso participa de aquella confesión de Ernesto Giménez Caballero, gran estandarte de la intelectualidad de Franco, luego olvidado por casi todos: “he sido, soy seré, hasta la muerte, un entusiasta”. El entusiasmo de Ayuso es una herramienta perfectamente engrasada por las manos de prestidigitación de Miguel Ángel Rodríguez. El entusiasmo no casa, no obstante, a veces con la aritmética. El Partido Popular crece a costa de Ciudadanos y de Vox, lo que significa que Vox y Ciudadanos deberán ser castigados en votos para que la premisa primera desarrolle las siguientes.

Al final va a tener razón el gigante del pensamiento Timothy Snyder, citado por su malogrado mentor Tony Judt, en Pensar el siglo XX (Taurus, 2012), ¨la mejor defensa de la clase trabajadora, en general, es la aritmética”.