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Dimitir en inglés / Por Antonio Campuzano

Dimitir en inglés / Por Antonio Campuzano

Nigel Farage, nacido en 1964, ha dimitido como líder del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), tras el resultado de desconexión británica de Europa; Boris Johnson, también nacido en 1964, ex alcalde de Londres y prominente dirigente del Partido Conservador, también ha cesado en sus responsabilidades públicas con algún que otro episodio de deslealtad de su partido, tras el Brexit del 23 de junio; David Cameron, alumbrado al mundo en 1966, cuando la selección británica conquistó el Campeonato Mundial de fútbol, apaleado por el resultado de desunión de su país de Europa, en una consulta por él impulsada, también ha pasado a voluntad a mejor vida, la doméstica, habida cuenta de su convicción en la perpetración del estrépito del referéndum.

Es decir, que una generación de políticos cuyos padres acudieron casi al mismo tiempo a las oficinas del Registro Civil, con la salvedad de Jeremy Corbyn, responsable del Partido Laborista y con nacimiento en 1949, aún en la palestra pública pero muy contestado, ha sido borrada del firmamento y la rutilancia por medio de un designio trágico y firme como un puñetazo sonoro.

Desde luego, los hábitos en la vida pública de Inglaterra no admiten comparativas con otras latitudes. Bien es cierto que el acontecimiento de la salida del Reino Unido de Europa es de una proporción cósmica que sacude mercados, balanzas de pago y paridades de todas las monedas. Pero esto pasa en España y los directamente interesados por el acierto o por el fracaso solo son capaces de la dimisión con la temperatura en la idoneidad de la ebullición, con 110 grados aproximadamente en una olla a presión.

La rareza es pues una cualidad británica: he ahí el caso de Winston Churchill, héroe de la resistencia ante la expansión de Hitler, y que perdió las elecciones de 1945 ante el laborista Clement Atlee por tres millones de votos. El juego pendular del voto británico adquiere esos misterios tan difíciles de descifrar.

En nuestro país, si no fuera por la aritmética y sus poderes inapelables, el juego de la retórica hace que la noche de las elecciones la palabra victoria se apodere de todos los portavoces al margen de los escrutinios. Todo es valoración “en sentido positivo” y los encargos a las casas de análisis para digerir los quebrantos electorales permiten que este sector facture siempre, tanto si se gana como lo contrario. Pemán contaba que Jacinto Benavente leía todos los días Imitación a Cristo, pero en inglés “para hacer oficio de cristiano y de europeo”. Sí, eran otros tiempos.