Después de la experiencia de Andalucía, donde Vox recogió las astillas de la derecha con la ayuda inestimable de PP y CS para arrebatar la Junta de Andalucía a la aún asombrada Susana Díaz, había y hay expectación para ver y oír las manifestaciones de gobierno o de actitud inclusiva del partido de la marginalidad de derechas a la vera de PP y CS. ¿En qué consiste ese espectáculo? ¿Cómo se va a adaptar a la realidad de lo físico, obviando lo metafísico? ¿ A qué estruendos, a qué latigazos mediáticos, vamos a asistir, con lo que ello supone, no ya de alteración de escenarios y territorios de juego, que eso resulta ya imposible, sino qué fuegos artificiales se van a poner a funcionar en el arco voltaico de la ilusión política? La gente del común ya espera alguna detonación a sabiendas de la constitución de ayuntamientos. Incluso en la sesión de investidura se intuía que algún cohete podría explotar antes del inicio de la procesión. Pero no se tiene noticias de ello.
La aparición de Vox, a este paso, va a resultar ejemplar. Ni páginas de sucesos ni nada. Al final la única fuerza que puede subvertir el orden constitucional va a ser Unidas Podemos, quizá alguna variante protagonizada por Esquerra Republicana, quizá Junts per Catalunya. Parece ser que en un pueblo cercano a nuestras costumbres, frente por frente a las fuerzas minoritarias de Vox, se encontraba un cargo electo que, aprovechando la electricidad suscitada por un “Viva España!!” pronunciado con cierta extemporaneidad desde la nutrida grada del partido de Abascal, repiqueteó un abanico que rompió el metro cúbico de calor y agobio para abrir hueco a un fresquito muy de agradecer. Un detalle: el abanico tenía los colores del arco iris, es decir, rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil y violeta. Los mismos que decoran todos los espacios del movimiento LGTBI.
El enfrentamiento de referentes parecía estar servido, pero frente a la tendencia esperada que hubiese significado pugna y justa, solo hubo displicencia y continuidad con la ceremonia y el protocolo a partes iguales. Mira que si resultase que toda la preparación de hace meses por un espectáculo grandilocuente con las espadas en alto y la mano en la cartuchera solo quedase en unos “vivaespaña” sin más metahistoria que el grito y la condición estentórea. La expectación creada se hace cuerpo y no parece que sus autores se contenten con el murmullo para quedarse finalmente con la metralla verbal, por lo menos eso. Es decir, buscar las revueltas para hilar el debate sobre la conveniencia de una ordenanza municipal con la reivindicación que pasa por un Valle de los Caídos que no se toca. Una moción para imponer el nombre de una calle céntrica a Miláns del Bosch, qué menos.
Habrá que estar atentos a ayuntamientos, comunidades y diputaciones, pero bien pudiera ser que el ambiente creado fuese mitigado por la necesidad de crecer como partido, arañando este Vox parcelas de poder a aquel PP, no digamos a CS, cada vez más aperreado entre tablas para que haga saber que su naturaleza liberal era un chiste de madrugada que todo el mundo ríe en medio de la tendencia. Y claro, no es fácil la fabricación en serie de “abascales” y “smiths”, porque los distintos niveles de la administración quizá no den nada más que para algún que otro alborotador. Clamar sobre las injusticias y ser creíble en esa persistencia necesita fundamentalmente que exista ese decaimiento de la justicia para abonar la protesta.
El electorado sale de la ignorancia con más facilidad de la que entra en ella y los resultados son catastróficos en un sistema democrático donde las normas, leyes y reglamentos, se abren camino con un feroz automatismo. Tiempo al tiempo: se empieza por la ausencia de respuesta al abanico y se termina con la insustancialidad como fórmula de conducta. Vox retuerce las posibilidades que ofrece la ley electoral para permitir lo que ha sucedido en Andalucía y el ayuntamiento de Madrid, pero el camino desarrollado en cuatro años de mandato necesita ser rellenado con actuaciones y trabajo, y viceversa.
Milena Busquets, en Hombres elegantes, de Anagrama, de este año, se baja de la bronca y dice que “la actualidad es chillona y grosera, la realidad no”. No es mal punto de partida.