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El árbol del amor florece en las calles de Alcalá / Por Manuel Peinado

El árbol del amor florece en las calles de Alcalá  /  Por Manuel Peinado

Estos días florecen en las calles de Alcalá los árboles del amor (Cercis siliquastrum). Es el nombre que más me gusta para estos arbolillos, aunque en otros lugares prefieren llamarlos árboles de Judea o árboles de Judas.

La leyenda dice que originalmente todos los Cercis eran árboles gigantes, fuertes y majestuosos, que tenían hermosas flores blancas. Cuando Judas Iscariote traicionó a Jesús y se suicidó ahorcándose, el árbol que eligió fue un Cercis.

El árbol quedó tan avergonzado de su lúgubre papel que a partir de entonces dejó de crecer para que nadie más pudiera usarlo con fines tan macabros. Además, la madera se volvió quebradiza y las flores, que habían dejado de ser puras, perdieron su color blanco y se volvieron rojizas en recuerdo de la sangre de Cristo. Probablemente sea más cierto que este árbol, que originalmente crecía en Judea y que, por tanto, se llamó «árbol de Judea», en algún momento vio cambiado su nombre por el de árbol de Judas.

Su llegada a Europa tuvo lugar en la época de las cruzadas y su primer destino fue Francia. Desde ese momento su extensión por el continente fue muy rápida, como demuestra su frecuente presencia en los herbarios de los siglos XVI y XVII. En la época del Imperio bizantino era uno de los árboles que crecían en mayor número en Constantinopla, en las riberas del Bósforo. Su color morado purpúreo era el preferido de los emperadores bizantinos, porque el púrpura era el color imperial y de uso exclusivo de la familia imperial bizantina. En la actualidad, en Estambul, se siguen viendo gran cantidad de estos árboles a lo largo de las riberas del Bósforo; de hecho, el «Erguvan» (nombre en turco del árbol del amor) es el árbol que identifica a la ciudad.

Los árboles del amor pertenecen al género Cercis, que, para sorpresa de muchos, es de la familia de las leguminosas, la misma que incluye a guisantes, habas, garbanzos, lentejas o judías, por citar unas cuantas. No hay que extrañarse, las leguminosas son una de las familias más numerosas de las plantas con flores; en ella se reúnen casi 20.000 especies, incluyendo –junto a las ya mencionadas, y a otras herbáceas como los tréboles- los árboles dominantes en los bosques tropicales lluviosos y en los bosques secos de América y África.

En total, hay unas diez especies de Cercis distribuidas entre el este y el oeste de América del Norte, el sur de Europa y el este de Asia. Todos ellos son árboles relativamente pequeños con hermosas flores rosas. Las flores presentan una estructura similar a la del resto de la familia. Además de un cáliz acopado, tienen cinco pétalos separados los unos de los otros, y dispuestos de tal forma que, vistos de frente, recuerdan las alas de una mariposa y de ahí que los naturalistas franceses del XVII llamaran a las leguminosas “papilionáceas”, del latín “papilio” (mariposa).

 

La corola papilionácea o amariposada está integrada por un pétalo superior muy desarrollado, conocido como «estandarte», dos pétalos laterales o «alas» y dos piezas inferiores que constituyen una estructura denominada “quilla” por su semejanza con la proa de una embarcación. El estandarte y las alas sirven para llamar la atención de los polinizadores, y la quilla como plataforma en la que se apoyan cuando se afanan a la búsqueda de los nectarios que están en el fondo de las flores, al pie de los estambres. Aunque no siempre sea un número constante, las papilionáceas suelen tener diez estambres; si el número y la disposición de los estambres puede variar, lo que sí es constante es su ovario, formado por un solo carpelo que, después de la fecundación, se transforma en un fruto en legumbre, popularmente conocido como vaina.

Las vainas tienen dos valvas y en su interior se alinean las semillas.Uno de los aspectos más interesantes de las flores es su desarrollo. Probablemente haya notado que no se originan en las puntas de las ramas, como ocurre en la inmensa mayoría de especies de árboles. Surgen directamente de los troncos y las ramas. Ese fenómeno se llama «caulifloria», que literalmente se traduce como flor que nace directamente sobre los tallos (“caules”, en latín).

Es difícil generalizar sobre esta estrategia de floración. Lo que sí sabemos es que es más común en los bosques tropicales densos. Algunos botánicos han sugerido que la producción de flores en troncos y tallos hace que estén más disponibles para los pequeños insectos y otros polinizadores comunes en las estructuras forestales subordinadas a los grandes árboles de las selvas. Otros han sugerido que puede tener más que ver con la dispersión de semillas que con la polinización. Independientemente de las ventajas potenciales de la caulifloria, la apariencia de un Cercis cubierto de racimos de flores de color rosa vivo es todo un espectáculo visual.

Las flores (y las vainas jóvenes) son comestibles y se han usado en ensaladas para agregarles colorido y un poco de dulzor. Las orugas cortadoras de hojas también encuentran en ellas un manjar, dejando pequeños cortes limpios en las hojas en forma de corazón. De hecho, se han documentado diecinueve especies de orugas, trece de saltamontes y seis de escarabajos que se alimentan de Cercis.

Por Manuel Peinado