Desde La Oveja Negra
Era en aquella España iletrada tras décadas de rígida censura, a comienzos de los años sesenta, cuando en el salón-comedor hubo que ir dejando espacio para el nuevo becerro de oro, es decir, el televisor, con su mesita neomoderna, provista de repisita para el indispensable estabilizador y un peculiar revistero donde conservar Tele-Radio y el Diez Minutos. Se hizo necesario además entramparse en letras hasta las cejas para lograr adquirir un soberbio aparador-estantería que cubriese todo un frente de la habitación. El mueble bar, con lucecita incorporada y forrado de espejos, tomó carácter de protagonista. Allí se conservaba la inevitable botella del coñac que mejor sabe, la de anís con su mono incorporado a la etiqueta y por supuesto otra de Calisay, que –no sabemos porqué– permanecía sin desprecintar, incluso hasta después de cada navidad. Las estanterías al principio se mostraban algo desangeladas, a pesar del esfuerzo de incorporar en ellas un recuerdo del Monasterio de Piedra que trajo la sobrina de un viaje con el instituto; el transistor sin pilas donde antes se oían, los domingos por la tarde, los resultados del Marcador Deportivo; una pequeña cerámica de Talavera de dudoso gusto y hasta la inevitable figura de flamenca con falda de volantes y piernas algo lascivas para aquella época de estricto rigor moral. Por el contrario, en las tiendas de muebles, aquellos aparadores siempre aparecían adornados con libros de mentira, primorosamente encuadernados, luciendo en sus lomos título y autor. Por ejemplo: La Madre, de Máximo Gorki en doce tomos, o El Lazarillo de Tormes con dieciocho gruesos volúmenes en pasta española. Libros sin letras, como me pidió una señora en cierta ocasión, cuando yo trabajaba en una librería de la calle Mayor.
Letras para los libros
En 1962 un grupo editorial alemán optó por la aventura suicida de crear un Club del Libro, en uno de los países europeos con menor índice de lectores. Se asoció inicialmente con la editorial Vergara de Barcelona, que llevaba años apostando por cuidadas ediciones y autores de calidad: desde los extranjeros John Steinbeck o Constant Virgil Gheorgiu, hasta los recios hispanos Zunzunegui o Pío Baroja. Así surgió el Círculo de Lectores, que supo conformar una revista trimestral, en cuyas páginas se recogían las síntesis argumentales de los libros que comenzaron a ofrecer al público, basándose en un sistema de puntos, excelente calidad y precios competitivos frente al escaso mercado exterior y la ausencia de librerías y libreros en muchísimos lugares de la geografía hispana. Desconfiando del precario servicio de correos de la época, de inmediato crearon una amplia red de distribución propia, basada en agentes, que no solo consiguieron desbancar a los insufribles vendedores de enciclopedias, sino que además se fueron formando como auténticos libreros de confianza. Cada tres meses repartían la revista-catálogo personalmente, días después regresaban a por el pedido que entregaban más tarde, puerta a puerta, llegando hasta los rincones más recónditos de una España que se comenzaba a vaciar. Libros no solo adornaban las estanterías del salón comedor con la belleza de sus lomos, sino que además se podían leer, porque en su interior contenían letras que contaban historias.
Casi sesenta años nos contemplan
Quiero ser optimista pensando que aquellos objetos, aparte de dar lustre y prestigio al salón-comedor de cada casa, fueron capaces de comenzar a formar lectores, porque algunos de sus consumidores llegaron a tener el valor de rasgar el retractilado que protegía cada volumen y descubrir por sí mismos que El viejo y el mar o La perla eran unas bellísimas narraciones capaces de trasladarlos a otros mundos, a otros paisajes, a otras emociones. Cada trimestre aparecía el agente-librero con una nueva revista, repleta de sugerencias, reflejadas en las breves, pero clarificadoras, reseñas del interior: desde el argumento de Cumbres Borrascosas, hasta el descubrimiento de La ciudad y los perros o la recomendación de una novela de Somerset Maugham. Hoy casi sesenta años nos contemplan y estoy seguro que desde las estantes de muchas casas, los característicos lomos de los libros del Círculo se empeñan en recordarnos que ellos fueron los artífices de involucrarnos a muchos en la lectura, que nos descubrieron nuevos autores y que nos enseñaron a apreciar la belleza de los libros; desde las sugerentes cubiertas a la perfección tipográfica de sus páginas interiores.
Desmontar el chiringuito
A comienzos del pasado mes de noviembre, una portentosa editorial planetaria –propietaria hoy de aquel legado cultural– ha decidido desmontar el chiringuito, alegando pérdidas millonarias, pero ocultando con rubor que de un tiempo a esta parte la revista se había convertido en una especie bazar chino, en su vana pretensión de imitar a los nefastos gigantes de la venta por correo para tratar vender de todo, aparte del empecinamiento por colocar los efímeros best-sellers de su catálogo, porque, según ellos, producían una obra maestra semanal, que sin embargo no llegaban a sostenerse ni tres días en las mesas de novedades de las grandes superficies. Después saltó la noticia de que el excedente de ejemplares de Obras Completas, ocupaba un espacio aprovechable y por tanto habían decidido convertirlas en pasta de papel. De este modo Lorca, Kafka, Borges, Baroja, Goytisolo, Vázquez Montalbán, Carmen Martín Gaite, Rubén Darío, Gómez de la Serna, María Zambrano, Octavio Paz, Francisco Ayala, Nicanor Parra, Gerard de Nerval, Pablo Neruda… serían condenados a la trituradora para dejar espacio a los ejemplares del último premio literario de la casa.
Autores, pintores y poesía
En los años ochenta el Círculo, ya firmemente consolidado, apostó por seguir manteniendo una clara vocación cultural y se arriesgó por integrar en su catálogo, junto a títulos comerciales, autores de prestigio, aunque éstos, de entrada, tuviesen escasa demanda. Se crearon colecciones de clásicos griegos, latinos, hispánicos, italianos, anglosajones, orientales; así como títulos esenciales de ensayo, filosofía o ciencia. Todo ello avalado y dirigido por reconocidos especialistas: Carlos García Gual, Luis Alberto de Cuenca, Francisco Rico, Ángel Crespo, Carlos Fuentes, Emilio Lledó, José Manuel Sánchez Ron o Fernando Savater. Ilustraron sus cubiertas: Eduardo Arroyo, Antonio Saura, Frederic Amat, Úrculo, Adami o Grau Santos. Además el Círculo, asociado poco después con Galaxia Gutenberg (que ha sobrevivido a los exterminadores embates de la planetaria editorial) consiguió fichar al poeta colombiano Nicanor Vélez quien logró construir la mejor colección antológica de poesía. Los restos de una generación que aún disfrutamos con el tacto del papel cada vez que nos sumergimos en lecturas diversas, hemos podido saborear durante estos últimos años magníficas ediciones ilustradas. Cuando a Juan Goytisolo le acompañaba sobre el papel los trazos de Frederic Amat. Mientras La metamorfosis de Kafka o El Aleph de Borges eran capaces de inquietarnos aún más por culpa de las ilustraciones de José Hernández. La lírica contenida en las novelas de Mercé Rodoreda estallaba a través de los dibujos de Ràfols Casamada. Y Eduardo Arroyo tenía el valor de ilustrar el Ulises de Joyce. A partir de ahora, cuando suene el timbre, ya nunca más será el agente del Círculo con la revista repleta de sugerencias. A lo peor puede que sean los Testigos de Jehová y no tiene uno el cuerpo para discutir de teología.
¿Desaparecen los lectores?
Arrasaron las salas de cine del centro de las ciudades, cada vez se consumen menos periódicos en papel, escasean las revistas de pensamiento y el chisme móvil está a punto de acabar con el diálogo vivo y la curiosidad callejera. Ahora, cuando son capaces de liquidar el Círculo, uno se pregunta si terminarán desapareciendo los lectores. Sin embargo, seguimos siendo optimistas, aún prevalecen heroicamente unos pocos locales que se llaman librerías. Dentro suelen albergar a un personaje amable que siempre hemos conocido por el nombre de librero y que aún es capaz de recomendar lecturas ejemplares, más allá de los premios literarios. Mientras las planetarias editoriales han terminado ilustrando las cubiertas de colecciones míticas, con chabacanas ilustraciones que cada vez se asemejan más a las latas de carne de membrillo de Puente Genil, aún logran sobrevivir otros mundos independientes, rigurosos y exigentes en la edición. Vuestro librero os podrá hablar de Acantilado, Errata Naturae, Capitán Swing, Reino de Cordelia, Libros del Asteroide, Minúscula, Atalanta, Hermida Editores, Funambulista, Renacimiento… Tras el asesinato con alevosía del Círculo nos daremos cuenta que no han desaparecido los lectores, que hace muchos años supieron descubrir los libros bellos y con letras y que hoy les resulta imposible prescindir de ellos.