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El fin de la complicidad / Por Yolanda Besteiro

El fin de la complicidad / Por Yolanda Besteiro

Tras muchos años en la lucha feminista me atrevo a afirmar con rotundidad que estamos viviendo un momento imparable, un antes y un después en la toma de conciencia social sobre las desigualdades que sufrimos las mujeres. Desde luego que no es una reivindicación nueva, muchas antes nos han precedido para hacer alcanzado algunos de los logros que hoy, de nuevo, nos resistimos a perder; pero sí que creo que el tsunami que se está viendo y viviendo en la calle, en las redes sociales, en los medios de comunicación, en nuestro entorno más cercano… ha despertado conciencias y ha arrasado otras muchas. No cabe vuelta atrás.

El arduo trabajo contra la violencia de género de la sociedad civil organizada lleva a cabo desde hace años, se puede extrapolar ahora al comienzo del fin de la violencia sexual. Primero hablaron las víctimas de la violencia física, después las de la violencia psicológica y hoy son muchas mujeres la que denuncian en público hacer sido víctimas de la violencia sexual. Se ha roto la barrera del silencio, y movimientos como el “MeToo” y “Cuéntalo” lo han hecho posible, las víctimas de acoso, abuso y agresiones sexuales ya no se sienten tan solas y el resto de la sociedad tiene la obligación de escucharlas y los poderes públicos de protegerlas.

Justo cuando se hacen públicas las últimas cifras del aumento de denuncias por violación en nuestro país, que ha sido del 28% en este primer trimestre del año, podemos hacer la lectura de que también hay un aumento en la sensibilización sobre los delitos sexuales. El respaldo social que ven las víctimas hace posible que decidan sacar a la luz episodios que con anterioridad podían estar viviéndolos solas, en silencio y con vergüenza. Naturalmente que el máximo deseo es que este análisis fuera otro, que esa cifras de violación fueran muy distintas, extintas, pero hasta entonces, pensemos que con injustas e inexplicables sentencias como la de La Manada traen la fuerza y la voz a las violentadas. De modo que es el momento de no dejarlas solas y mucho menos formar parte del sistema que las revictimiza a ellas y pone en peligro al resto de mujeres, de la llamada cultura de la violación que hace su efecto mucho antes de que ese violencia sexual se denuncie o se visibilice.

La cultura de la violación tiende a culpabilizar y desacreditar a las víctimas, excusa y acredita el comportamiento de los agresores y sobre todo activa el miedo y la vulnerabilidad que padecen todas las mujeres. Todas, sin excepción, aprendemos desde niñas a cuidarnos de algo que al principio ni se nombra y que con el poco paso del tiempo ya se sabe certeramente, a no ser violadas. Así, aunque una adolescente o mujer acate esta orden y, por desgracia sea víctima de este tipo de violencia, se sentirá culpable, y la mayoría de las veces esa culpa la hará mantener el silencio.

Muchos son los estudios que recogen que la cultura de la violación se perpetúa bajo un prisma de aceptación social mediante el uso del lenguaje misógino, la despersonalización del cuerpo de la mujer y la normalización y el embellecimiento de la violencia sexual como innata a los deseos sexuales, dando lugar a una sociedad despreocupada por los derechos y la seguridad de la mujer. Se sostiene porque existe todo un sistema consentidor, el patriarcado, que considera que todos los cuerpos de las mujeres pertenecen a los hombres por un contrato sexual.

La única opción posible es tomar conciencia de cómo se construye y se mantiene ese sistema consentidor, desenmascarar sus estrategias, mientras continuamos señalando a los culpables, atendiendo a las necesidades de las víctimas y sensibilizando a la sociedad.

Por lo tanto, es necesario gritar bien alto que en la violencia sexual hay dos culpables, quienes agreden y quienes perpetúan la cultura de la violación. Ya no valen las tibiezas, o te sumas o eres cómplice del patriarcado y de una cultura de la violación que invalida los valores que rigen una sociedad democrática, la justicia e igualdad.