El Mushka / Por Óscar Sáez

El Mushka se despide. Aunque en este caso sea por una feliz decisión personal para centrarse en nuevos retos y no forzada, cuando un bar cierra, se abren de par en par los recuerdos. El Mushka, con sus dos grandes anfitriones Antonio y Alberto, ha sido un sitio de encuentro, de acogida y de compañía, la casa sin llave y sin hipotecas de los que, sin buscar a dónde ir, encuentran su lugar.

Una pequeña historia de la ciudad queda fotografiada con su clausura, historias que forman parte de la historia de muchos de nosotros. Durante sus más de 3.000 días y sus 3.000 noches, entre sus paredes se han compartido cervezas y conversaciones, secretos, risas y confidencias. Algunos han encontrado el amor de su vida y otros lo han perdido para siempre. Parejas aburridas unidas por el hilo invisible de la rutina han compartido hamburguesas en silencio entre sonrisas postizas, y a otras se les ha quedado frío el plato en noches de conversaciones que regateaban como Messi al minutero. Igualmente, se han vaciado botellas de vino entre brindis por la amistad eterna, esa eternidad efímera que dura lo que duran las largas noches de fiesta. Noches de abrazos, de risas y también llantos; en definitiva, noches llenas de vida que no mueren nunca.

bmd

La Luna del Mushka

Como todo local que se precie, entre sus muros también se ha conspirado contra el jefe y el político de turno, se han acordado negocios y hasta se ha cerrado alguna lista electoral. Ha sido la oficina de muchos y el lugar de recreo de otros. Ha sido el local donde el ‘a ver si quedamos’ se hacía realidad con dos cervezas bien frías. También en La Luna de Alcalá nos quedamos en parte huérfanos, porque nuestro cuarto hombre en un momento de inspiración acertó con el nombre deleitándose en la decoración del local.

Cierra el Mushka y, aunque quedan sus recuerdos, con él se cierra algo de nosotros.