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El quebranto de la polarización / Por Antonio Campuzano

El quebranto de la polarización  /  Por Antonio Campuzano

En una sesión de trabajo de este fin de semana pasado en la que se hacía balance, escaso balance por el escaso paso de tiempo, de Gobierno de coalición, entre Podemos y sus fuerzas afines (Izquierda Unida, En Comú Podem y Esquerda Galega) Pablo Iglesias, como vicepresidente, pero sobre todo como denominador común de una experiencia pública que nació hace nueve años, se dirigía a sus iguales con el conteo de logros hasta el momento producidos. Y llegó el momento de señalar el éxito de la obtención de aumento del salario mínimo. Y señaló las facilidades encontradas en la patronal. Se hizo un parón, se hizo un silencio, por la falta de costumbre en ese concreto elogio, que fue saltado con un aplauso por la ministra de Trabajo, la gallega Yolanda Díaz. La principal observadora de esa facilidad actuaba con sinceridad y se olvidaba a conciencia de los argumentarios hasta el momento vigentes a propósito de las prevenciones acerca de los empresarios. Ahí estaba la médula de la superación por la sociedad española de un gobierno de alianza de la izquierda.

En ese preciso momento en que a la ministra de Trabajo le “sale” de dentro aplaudir la disposición de los empresarios. En la obra “Solar”, de Ian Mc Ewan, segunda edición de 2019, en Anagrama, dos protagonistas se encaran y terminan en una frase: “no podemos permitirnos ser enemigos”. Por la mitad del espacio de riesgo está la estabilidad en muchos mundos, el de la empresa, el del sindicalismo, el de la convivencia entre los agentes de la producción. Pero hay más, de este modo, con este aplauso y reconocimiento de la titular de la cartera de Trabajo, se realienan las líneas de ubicación política y social de las que fuesen las antagónicas fuerzas que salían a jugar en el tablero del sistema de producción.

No más de dos meses desde el estreno del consejo de Ministros y el paisaje  bélico de la polarización y de alejamiento de la realidad de la sociedad española alimentado por la oposición marca PP o Vox, con la minoritaria aportación de CS, queda desdibujado con este ejercicio de sinceridad del vicepresidente Iglesias y el aplauso espontáneo de la responsable de Esquerda Galega y ahora ministra. Esa ilegitimidad siempre proclamada por las representación de la oposición no parece hacer cuerpo cuando se trata de hacer política. Las diferencias de apreciación entre empresarios y militantes de la izquierda, ahora con responsabilidad desplegada hacia todos los electores, queda solventada con las herramientas del diálogo y del acuerdo. Esta convergencia final después de las diferencias provoca complicidades tras la obra hecha.

No sería la primera vez y ocasiones históricas se han sucedido, léase la transición con su carga de pactos, donde se han labrado sólidas simpatías entre políticos de muy distinta extracción. Las anteojeras ideológicas que siempre han acudido a las orejas y a las espaldas de la izquierda en su conjunto, con esa carga de reproche para siempre, vienen siendo explotadas especialmente por la oposición con reparto proporcional a sus audiencias, con abundante ración los miércoles coincidentes con la sesión de control al gobierno, sin olvido de los fines de semana con las visitas a ciudades y pueblos engalanados para la ocasión y para aguantar sin estoicismo alguno cómo se dice que España, una vez más, se rompe mediante la alianza de socialistas y comunistas bolivarianos. Es decir, la España oficial se entiende, es capaz de ello, con una fuerza viva, la organización empresarial, mientras la oposición, esta concreta oposición, llegada directamente de perder dos elecciones en siete meses, se entrega a la frase de Witold Gombrowicz, la “orgía de la irrealidad”.

Las fuerzas vivas tienen, pues tratamiento, para el gobierno de coalición, dentro de su maldad intrínseca tan laborada por los escaños opuestos al banco azul. “Con frecuencia, la fuerza tiene más miedo de la víctima que la víctima de la fuerza”, que dice en María Antonieta, Stefan Zweig.