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El viaje de Juan Francisco Peyron por la España del siglo XVIII / Por Bartolomé González

El viaje de Juan Francisco Peyron por la España del siglo XVIII / Por Bartolomé González

Alcalá Paraíso Literario

En la búsqueda de nuevos textos que compartir con vosotros me he encontrado con Nuevo viaje en España hecho en 1772 y 1773, escrito por Juan Francisco Peyron, un historiador y diplomático francés. Se trata de una curiosa crónica de viaje publicada por primera vez en Ginebra en el año 1780 y que recoge José García Mercadal en Viajes de extranjeros por España y Portugal.

Como nos dice el autor al inicio de su relato, en él se “trata de las costumbres, del carácter, de los monumentos antiguos y modernos, del comercio, del teatro, de la legislación de los tribunales particulares a ese reino y de la inquisición, con nuevos detalles sobre su estado actual y sobre un procedimiento reciente y famoso”. Aunque en el texto existen dos escuetas citas a nuestra ciudad, me ha parecido curiosa la opinión que de España y los españoles tenían nuestros vecinos y que estoy seguro no os van a dejar indiferentes.

La primera de las referencias a Alcalá la encontramos cuando hace repaso a Castilla la Nueva. Oír hablar de Castilla la Nueva me hace volver a mi infancia, a mi etapa escolar, a la E.G.B. y recordar con cariño y gratitud a mis maestros. Los más veteranos me vais a permitir una breve explicación para los más jóvenes. Pues bien, ésta era una de las antiguas regiones en que se dividía España antes del actual Estado autonómico consagrado en el artículo 2 de nuestra Constitución. La división provincial se estableció al comienzo del reinado de Isabel II, concretamente en el año 1833, por el entonces Secretario de Fomento Javier de Burgos, bajo el ministerio de Cea Bermúdez. Anteriormente a esta fecha, encontramos este nombre en algunos mapas y en textos como el que hoy os traigo, si bien era una existencia teórica que no suponía ninguna unidad jurisdiccional ni circunscripción de ningún tipo. No siempre ha tenido la misma configuración, yo la conocí formada por Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara y Madrid. Veamos cómo la conoció  Peyron en el último tercio del siglo XVIII:

Esta provincia está limitada al levante  y al norte por una larga cadena de montañas que la separan de Castilla la Vieja, de los reinos de Valencia y de Aragón. Está limitada al occidente por Portugal; al mediodía por Andalucía y el reino de Murcia; su extensión es de cerca de sesenta leguas.

Castilla la Nueva es, desde hace cerca de dos siglos, residencia de los reyes de España: está regada por el Tajo, el Guadiana, el Júcar, el Jarama, el Henares, el Guadarrama, etcétera. El Guadalquivir tiene en ella su fuente.

Las ciudades principales de esta provincia son Madrid, Toledo, Alcalá de Henares, Guadalajara, Talavera de la Reina, Ciudad Real, Calatrava, Cuenca, etcétera.

Castilla la Nueva está situada en medio de España; goza de un aire puro y salubre, y de un clima el más templado; en general, es muy fértil, sobre todo en granos. Deberían descuidar un poco menos el cultivo de los árboles, el país no estaría tan descubierto y la agricultura ganaría con ello. (García Mercadal 1972, 388 vol. 5)

Después de su particular recorrido por las distintas provincias españolas, nos hablará de “costumbres, usos, vestidos, errores populares, maneras y carácter de la nación española”. No es mi intención entrar en polémica, ni tampoco herir los sentimientos de nadie, eso sí comparto, aunque no todas, algunas de sus opiniones. Así describe a los españoles por provincias:

El catalán es el más industrioso, el más activo, el más trabajador de los españoles; se considera como formando un pueblo aparte, siempre dispuesto a rebelarse; más de una vez ha formado el proyecto de erigir su país en república. Cataluña ha sido la cuna de las artes y oficios de España desde hace varios siglos; hay allí un grado de perfección  que no se encuentra en el resto del reino. El catalán es rudo, grosero, ambicioso, celoso, interesado, pero franco y buen amigo.

El valenciano es astuto, falso y más suave en sus maneras; es el individuo más holgazán y más flexible que existe. Todos los volatineros, los santones y los charlatanes de España, salen del reino de Valencia.

El andaluz no tiene nada suyo, ni siquiera su lengua. Se le puede comparar al gascón por la réplica, la rivalidad, la fanfarronería: se le distingue en medio de cien españoles. La hipérbole en su lenguaje favorito; embellece, exagera todo, os ofrece su bien, su persona de la misma manera, es decir, tan deprisa como si se arrepintiese de hacerlo. Es falso, valiente perezoso, jovial, amable, muy atento a las viejas costumbres de su tierra. Ágil, bien formado, extremadamente apasionado por las mujeres, amando el baile, el placer y las buenas comidas.

El castellano es altivo, grave en su aspecto; habla poco y parece entregado a la contemplación. Su amabilidad es fría pero no tiene afectación; es desconfiado, y no concede su amistad sino después de haber estudiado largamente el carácter de aquel a quien se entrega. Tiene fuerza en el alma, genio, profundidad y un juicio muy sólido: es apto para las ciencias; su jovialidad es reflexiva.

El habitante de Galicia puede compararse al de la Auvernia; abandona su país, y se va a entregarse en el resto de España a los mismos trabajos que el auvernés y el limosín están en disposición de ejercer en Francia.

Casi todos los criados son asturianos; los encuentran fieles, poco inteligentes, pero servidores exactos.

En general el español es paciente, religioso; está lleno de penetración, pero lento en determinarse; es discreto, sobrio, su odio para la embriaguez data de la más remota antigüedad.

Son supersticiosos y devotos de  buena fe, acostumbrados, desde su infancia, a la credulidad y a las ceremonias de la piedad, conserva en sus relajaciones el aire y el tono de la devoción. El español, en medio de las pasiones más vivas, parece conservar su tranquilidad, y mientras su alma arde, su rostro aún está más serio.

No se ve en el español el aire aturdido, las carcajadas ruidosa, tan comunes  en Francia, ni el aire original, burlón y cáustico de los ingleses, ni el tomo humilde, falso y halagador del italiano. El español es serio; su amabilidad es altiva, pero decente; sus demostraciones no siempre son vivas; pero son siempre afectuosas.  (García Mercadal 1972, 391 vol. 5)

Muchas cosas han cambiado en los 250 años transcurridos desde su visita y por supuesto que nuestra realidad es bien distinta a la que se encontró este viajero, pero hay cosas que no cambian y, como ya habréis adivinado, me estoy refiriendo a la situación de la Cataluña actual, ya no es la cuna de las artes y los oficios y ya los catalanes no son los más trabajadores de los españoles, pero sí una parte de ella sigue dispuesta a rebelarse en pro del proyecto de erigirse en república. En lo que sí hemos cambiado es en nuestro aspecto físico, ¿O no?, juzgar vosotros:

El español es, en general, pequeño, seco y bien proporcionado; su tez es olivácea; su apostura grave; se expresa con facilidad y habla bien; tiene gracias ocultas que coloca y maneja con destreza; ha conservado una gran predilección por el sombrero grande y de alas bajas, y en cuanto está en país libre de prohibición, abandona con gusto el sombrero de tres picos, como él lo llama, o francés comúnmente; lleva una larga espada para su defensa: su color favorito para los trajes es el negro. Cuando cambia el traje español por el uniforme militar, así es como se llama en España al traje francés, escoge colores más vivos; no es raro ver a un simple obrero, de cincuenta años de edad, vestido con un traje de tafetán rosa o azul celeste; no hay en ese punto allí ninguna dificultad de rango. Al español le gusta presumir, gasta sin medida todo lo que tiene; vive después como puede.  (García Mercadal 1972, 391 vol. 5)

Y con el único objeto de compartir con vosotros sus opiniones y sin ánimo de abrir el debate feminista actual, ¿O sí?, nos habla de las mujeres españolas:

Olvidaría la clase más interesante de la nación, aquella que por todas partes nos consuela, eleva nuestra alma, hace nuestra dicha y no tiene otros vicios más que los que nosotros le comunicamos. Nada es más conmovedor que una joven española de quince años, como las he visto y varias veces en el campo. Un rostro de óvalo perfecto; cabellos de un hermoso castaño claro, partidos por igual sobre la frente, y simplemente retenidos por una redecilla de seda; la piel blanca y fina; los ojos negros y bien hendidos; una boca llena de gracia; una actitud siempre modesta; la blusa sencilla de paño negro, limpia hasta el talle, y ligeramente apretando la muñeca; una mano pequeña y perfectamente dibujada; todo encanto en esas jóvenes vírgenes. Recuerdan la dulzura, la belleza, el peinado y la sencillez de las jóvenes griegas, de las que la antigüedad nos ha dejado tan hermosos modelos. Los ángeles en la comedia española, los he visto con gusto, están siempre representados por muchas jóvenes.

Pero desearéis, sin duda, algunas indicaciones más sobre las mujeres españolas. Su fisonomía está llena de inteligencia y de vivacidad; son muy sensible al amor que se les demuestra; extremadamente celosas de sentirse halagadas y cortejadas, poco tímidas, ingenuas; se expresan con facilidad, y un abundancia de palabras escogidas que os seduce; son vivas, tercas, arrebatadas; pero su corazón es bueno y se rinden fácilmente a la razón cuando se encuentra el medio de hacérsela entender. Tienen una afición singular por el adorno y sobre todo por las joyas; pero sin elección y sin medida; se cubrían los dedos de sortijas y de anillos. La más pobre, como la más rica, no sale jamás sin una basquiña; es su gran falda muaré o de tafetán que se ponen sobre todos su vestidos, que son a menudo muy ricos. Por eso se muestran muy presurosas para quitarse la falda en cuanto entran en sus casas o en las de sus amigas. La viruela hace, sin duda, aquí, muchos menos desastres que en Francia; es raro ver a una mujer con sus huellas; en general, tienen unos ojos muy hermosos, son tan vivos, tan expresivos, tan inteligentes que aunque las españolas no tuviesen otros encantos podrían hacerse pasar por bonitas. (García Mercadal 1972, 391-392 vol. 5)

La segunda cita a nuestra ciudad, concretamente a la Universidad, la hace al hablar de jurisprudencia y tribunales:

Ese Consejo, como el más antiguo y primero de las monarquías, goza de muy grandes honores; fue fundado, dicen por Fernando III, en 1245; es el depositario de las cajas del reino; la gran administración del Estado le está confiada. Este Consejo nombra para las cátedras de las universidades de Alcalá, Salamanca y de Valladolid, o mejor instala, en esos cargos a aquel que ha triunfado en el concurso, y le expide los nombramientos o los títulos que le son necesarios. (García Mercadal 1972, 425 vol. 5)

Y ahora sí, acabo este paseo literario por el Alcalá de finales del siglo XVIII, con la esperanza y el deseo de que juntos, todos los españoles,  sigamos unidos contribuyendo a este gran proyecto que se llama España, al menos por otros 250 años más.

Por Bartolomé González Jiménez

Bibliografía:

GARCÍA MERCADAL, José. 1972. Viajes de extranjeros por España y Portugal. Madrid: Aguilar. 6 Volúmenes