El debate sobre la desinformación parece haberse centrado los últimos tiempos en una legislación que contribuya a reducir las campañas orquestadas. El BOE publicó el pasado 5 de noviembre una orden del Ministerio de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática en la que aboga por “actuar contra la desinformación”. No hay que olvidar que estas campañas vienen normalmente de fuera de España.
Las opiniones e interpretaciones sobre un nuevo marco regulatorio son muy amplias, aunque desde el sector de la comunicación la mayoría de profesionales se muestran contrarios, como se refleja en el estudio Desinformación: retos profesionales para el sector de la comunicación, ante la posibilidad de que quede obsoleta en poco tiempo o que su interpretación suponga una reducción de la libertad de expresión.
Popularmente se ha extendido el uso del concepto “desinformación” para referirse a cualquier información falsa o errónea, independientemente de su contexto u objetivo. Por extensión, y de manera coloquial, se aplica también a aquellos medios con líneas editoriales claramente definidas que suelen dar mayor visibilidad o interpretar la información en función de la misma.
Sin embargo, la desinformación tiene como finalidad generar una narrativa que afecte al adversario y beneficie al propagandista. Todo ello ejecutado de una manera poco obvia, en la sombra, como lo es cualquier táctica de propaganda negra en la que la fuente no es identificable.
¿Qué es?
Podríamos definir como medios de desinformación aquellas páginas web que adoptan la estética y forma de medios de comunicación para difundir propaganda y cuyos contenidos falsos, distorsionados o valorativos, contribuyen a beneficiar una causa política o social.
El uso del concepto “medio” no es casual. A diferencia de otras páginas con el mismo objetivo fraudulento que desaparecen con el tiempo, estas son permanentes y, como camaleones, asumen características propias de un medio de comunicación. De manera que al llevar sus publicaciones a redes sociales alcanzan gran viralidad sin que los usuarios ahonden en su verdadera arquitectura.
¿Cómo identificarlos?
Autoría de los contenidos. La mayoría de sus publicaciones no presenta un autor concreto. Se emplea el término “redacción” e incluso se crean identidades ficticias de supuestos periodistas extrayendo fotografías de bancos de imágenes. Esta argucia se usa sobre todo en los contenidos de opinión, los más dañinos. No se aporta un currículum, ni justificación que exponga que esa opinión es de un experto en la materia.
¿Quiénes somos? No se recoge información concreta sobre la identidad de quiénes están detrás de estos medios y cuando aparecen son nombres y apellidos tan comunes que resulta imposible rastrearlos.
Nombres de las secciones “politizados”. Su arquitectura es puramente propagandística con nombres muy politizados relacionados directamente con sus causas. Se llegan a emplear expresiones coloquiales que ningún medio de comunicación utilizaría por pura ética.
La excusa de lo políticamente incorrecto. Se jactan de dar una visión distinta y alternativa al pensamiento único. En realidad crean una realidad basada en “hechos alternativos”, distorsionan y malinterpretan la información para que sirva a la causa. A pesar de que no se identifica el autor o la fuente informativa, el discurso suele estar alineado con el de alguna formación o causa política o social.
Viven de las redes sociales. Se alimentan del tráfico indirecto de las redes sociales y de su vinculación a otras webs de noticias falsas. Así mejoran su posicionamiento digital y correlacionan sus contenidos para dar continuidad a su relato, al mostrar que su visión es compartida por otras webs y comunidades.
Se configura una red que sirve a la burbuja informativa y refuerza las líneas ideológicas. El problema no es la existencia de una página con esas características, sino la continua diseminación de su discurso a través de varias páginas que además de generar repetición, promueven la adhesión.
Según el estudio Junk News y medios de desinformación en la campaña electoral del 10-N solo cinco webs con estas características llegaban a difundir durante el periodo de campaña de las últimas elecciones generales en España una media de 42.7 piezas diarias susceptibles de contener desinformación.
Permanencia y tendencia positiva
A pesar de que la desinformación podría parecer en sus orígenes un fenómeno puntual, vinculado mayoritariamente a las campañas electorales, la permanencia y su crecimiento exponencial son indiscutibles. Los usuarios interactúan con esta información, la comparten y la toman como referencia.
Según un estudio de Digital New Deal (2020), la participación y en el compromiso con estos contenidos aumentó un 102 % desde las elecciones a la presidencia de EE UU de 2016. En España llama, además, la atención el tráfico directo de estos sitios web, es decir, el acceso a estas páginas sin mediación de redes sociales, que supone en algunos casos más de la mitad de su audiencia. Podría interpretarse que los usuarios acceden directamente a ellos como fuente informativa, considerándolos, por tanto, sus medios de referencia.
Mientras se delimitan medidas institucionales que puedan dar respuesta a esta situación, la divulgación y la concienciación son nuestras únicas herramientas para que la sociedad no caiga en estas trampas, convirtiéndose en rehén de ideologías extremas.
Leticia Rodríguez Fernández es docente y directora del Grado en Comunicación Corporativa, Protocolo y Organización de Eventos en la Universidad Nebrija
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.