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España necesita sosiego / Por Javier Villalvilla

España necesita sosiego / Por Javier Villalvilla

Entre otras cosas, por supuesto. Y mucho respeto. Llevamos un año repleto de sucesos desagradables y enfrentamientos muy agrios. Recientemente un miembro de NN.GG en el País Vasco fue agredido por ser eso. En la última sesión de investidura de Rajoy, varias personas que rodearon el Congreso insultaron y agredieron a diputados de Ciudadanos. Durante la formación de un nuevo gobierno se pronunciaron frases como “golpe de Estado”, “golpe parlamentario», «motín oligárquico», «fraude electoral» mientras los que acusan, vestidos de pureza ya empiezan a mancharse.

Hace unas semanas unos Guardias Civiles fueron apaleados en un pueblo de Navarra para diversión de los de siempre y el silencio o la complacencia de otros. El Día de la Hispanidad, como ya es habitual, nos dejó una ristra de acusaciones en torno a la Fiesta y su celebración. Las redes sociales, el canal ya habitual para la agitación y la crispación, se hacían eco de “gente” que deseaba abiertamente la muerte de un niño gravemente enfermo porque su sueño es ser torero. Y antes del verano la muerte del torero Víctor Barrio nos brindó un triste enfrentamiento entre detractores y defensores de los Toros.

Y más, a modo de ejemplo: el que denunció a un camarero de un crucero porque no le habló en catalán, la madre que hizo lo propio a unos socorristas de una playa, y que quedó rotundamente desmentido, porque no habían atendido a su hijo por hablar el niño catalán,…etcétera, etcétera. Llevamos asistiendo desde hace unos años en nuestro país a unos episodios de crispación permanente, ya sea por un tema u otro.

Si España fuera un partido de baloncesto habría que pedir “tiempo”. Es insostenible, desagradable, observar cómo se suceden los ataques dialécticos continuamente, a veces rozando el delito, sin tener unos mínimos modales o normas de educación y respeto. Las altas de cotas de crispación parece que no tienen freno y las Redes Sociales lo favorecen y facilitan.

Si nos fijamos, siempre, casi siempre, los ataques se inician, se fomentan o vienen del mismo lado. Y este estado de crispación no ha sucedido porque sí. Tiene un principio como todo, que cada uno lo situará a su criterio. Muchos pensamos, emulando al gran Piqué (el futbolista), que “con Rodríguez Zapatero empezó todo”. Antes de él, había una izquierda en España sostenida, con su etiqueta moral, más o menos respetuosa; y una derecha silenciosa que vivía con el complejo de ser de derechas. Pero todo en un ambiente de “cierta” normalidad. Pero llegó Zapatero, y lo cambió todo. Su partido político y sus dirigentes, un 13 de marzo decidieron romper la sagrada jornada de reflexión previa a las elecciones generales de 2004 y apuntaron con el dedo con el título de asesinos a todo militante del PP. El “pásalo” famoso fue muy movido por la juventud comunista y socialista de entonces. Casualmente muchos de ellos, los llamados hoy por algunos como “Podemitas”, se sientan hoy como concejales en numerosos Plenos de nuestras ciudades y tienen en sus manos responsabilidades de gobierno.

Y ya Zapatero como presidente reavivo las “dos Españas” dejando lejos el espíritu de concordia que quedó aceptado en los años de la Transición. Y de eso no nos hemos recuperado. Al contrario, se ha recrudecido. La izquierda se ha tornado más agresiva espoleada por el poder. Si le añadimos una dura crisis económica, los casos de corrupción a lo largo de todo el país y direccionada a un solo bando, el discurso del “rico y del pobre”, de los “buenos y los malos”, todo estaba en bandeja.

En estos momentos, hay un sector de la izquierda que hace política desde el resentimiento, el revanchismo, incluso a la “caza del que no piense como ellos”. Y la derecha ya no es esa acomplejada de entonces. Se siente “atacada” y sin pudor responde, contraataca y también ataca si es necesario. Pero afortunadamente no todo es así, y entre ambos puntos, existe un camino en el que muchos españoles no van con esto y que lo que les preocupa, en general, es progresar en la vida y tener las mejores cuotas de bienestar.

Y en eso es lo que deberíamos estar todo. En mejorar, crecer, progresar como Nación, como sociedad. Para ello es fundamental tener más sosiego, más templanza, no llevar al extremo todo, aplicar el sentido común y mostrar respeto al que se tiene en frente. Se puede. Siempre habrá gente imposible pero hay que tratar de ser la máxima gran mayoría de gente normal para que los radicales sean cada vez una minoría ridícula. Lo merecemos. Sólo así a todos nos irá mejor, incluso para los que no lo desean.