Si se asiste simultáneamente a la entronización de Alberto Núñez Feijóo, en Sevilla, y a la lectura de La amante de Bolzano, del húngaro Sándor Márai (Salamandra, 2003), se juntan las coincidencias en algunos de los pasajes, según lo narra el delicioso relato del escritor. Feijóo y su aclamación multitudinaria e indiscutible llevan a la descripción que hace Márai del Conde de Parma, marido que triplica en edad a su mujer Francesca, amante de Giacomo Casanova. El Conde iba a Bolzano y “no es que hubiera ido, sino que había acudido, no había subido las escaleras, sino las gradas; no había llegado a su piso, sino que se había dignado aparecer, y efectivamente había en su presencia algo propio de las apariciones, algo que recordaba a una quimera del destino”. Así, el escenario preparado por el Partido Popular, en la capital andaluza, recuerda a los boatos insondables con que se organizan los mayores proyectos que han de convertirse en realidades de honda raíz histórica. El festejo que da cuerpo fehaciente de transición de un momento político a otro es este congreso donde uno pierde, Pablo Casado, y otro gana, que es Núñez Feijóo. Todo ello delante de quienes han sido agentes activos en la procura del mal de Casado, su defenestración.
Toda esa escenografía no es más que fabricación de una enorme hipocresía que, sorprendentemente, cuenta con un entusiasmo sonriente, que nadie cree, del propio Casado, más interesado en un paseo en coche de caballos por el parque de María Luisa que en soportar un abrazo gélido enteramente logroñés de Cuca Gamarra. A medida que pasen los hitos políticos, lo que parece decir que es un proceso lento, o que se desaten acontecimientos inmediatos, quizá, sobre la aparentemente intocable Ayuso, en lo que parecería ya un proceso vertiginoso, la figura de Casado terminará por agigantarse por el modo en que ha afrontado su némesis absolutamente injusta por airear la insalubre participación de un pariente cercanísimo de Ayuso en la obtención de un dinero por un procedimiento mercantil sucio y anti estético. Y que la propia opinión pública de “víscera PP” metabolizará antes o después como una maniobra inmoral que decanta bilis por los cuatro puntos cardinales de la epidermis política. Según todos los indicios, el nuevo presidente del partido conservador renovará su mercancía con la activa participación de gentes cuya etiqueta de Mariano Rajoy está fuera de toda discusión.
Los aires de Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría vuelven a exhibirse en las pasarelas de Feijóo. De ser así, tanto la derecha mediática como el pensamiento Ayuso-Miguel Ángel Rodríguez puede entrar en fase de intensa producción, colada de acero incandescente con alta toxicidad veinticuatro horas día. Por no citar la experimentación del gobierno PP-Vox en Valladolid, donde se asiste a una actividad de laboratorio antes de las elecciones generales que a nadie puede dejar indiferente. La falta de veracidad en el acompañamiento festivo de este congreso no puede permanecer inadvertido. Mientras Feijóo y Casado se hacen carantoñas, la mirada morbosa de Isabel Ayuso solo hace presagiar marejadas en el tranquilo rio Manzanares, ahora que lo ha abandonado la ruidosa afición del Atlético de Madrid. Esa vuelta a la normalidad que presenta la bonanza del nuevo Partido Popular no será tal con la semilla ya entallada de un acto injusto que determinó la salida de Casado de la calle Génova.
La hipocresía no genera buenas sensaciones; “el hipócrita es un sórdido empleado de su propia mediocridad”, dice Andrés Trapeillo, en Siete moderno. Salón de pasos perdidos (Pre-Textos, 2003). Las malas artes no relucen, son mediocres. Esta configuración del relieve merced al procedimiento de la vista a otro lado que, en definitiva, es lo sucedido con Casado y Ayuso, no puede salir bien.