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Félix Ros o las afinidades electivas / Por Vicente Alberto Serrano

Desde la Biblioteca de Babel

De todos los que compartimos sexto de bachillerato en el Instituto Complutense, hoy apenas si nos reencontramos media docena de amigos, esforzados por reunirnos a menudo. Tal vez en un intento, voluntarioso pero inútil, de luchar contra el tiempo a través de la memoria. El resto –ya lo afirmaba el personaje shakesperiano– el resto es silencio. De silencios, tal vez algo teatrales, y personajes desdibujados (sobre todo alguno: controvertido y enigmático) trato de enhebrar esta historia. Al contemplar la antigua foto –primavera de 1965– con unos aprendices de actores tras la representación en el Teatro Salón Cervantes, del sainete cómico En capilla de Antonio Ramos Martín, (dramaturgo tan olvidado como algunos de los alumnos que aparecen en la foto). Descubro también al director de escena que preside el grupo, el escritor y catedrático de literatura Félix Ros, que puedo afirmar –y lo afirmo- consiguió que una buena mayoría silenciosa y asustadiza de sus discípulos alcalaínos terminaran odiando la literatura en todo su conjunto. Me gustaría volver a saber de ellos y preguntarles si con el paso del tiempo lograron reconciliarse con la obra de cualquier escritor de aquellos que Ros les exigía memorizar con mayor exactitud y detalle que las Páginas Amarillas de la guía telefónica.

 

Sonetos ideológicos

No, conmigo no lo consiguió. Todo lo contrario. Con el paso de los años he alimentado una adicción permanente, casi enfermiza, hacia los libros y sus autores. Y eso que él –Félix Ros– hizo todo lo posible por debilitar mis afinidades electivas. Cuando llegaba a afirmar que Juan Ramón Jiménez era un plagiario, que sus poemas los copiaba de Tagore a la que su mujer, Zenobia, traducía al castellano. También al citar en clase a los Machado, empeñado en diferenciar al bueno del malo. Siendo magníficos poetas los dos. Creo que él se refería a un criterio de condición ideológica. Por lo visto el malo era don Antonio, tal vez porque había dedicado un soneto A Líster, jefe de los ejércitos del Ebro y el bueno era Manuel autor del soneto La sonrisa de Franco resplandece. Es muy posible que muchas de las lecturas posteriores me ayudaran a descubrir buena parte de las claves para entender a tan complejo personaje. En la antología de la Literatura fascista española de Julio Rodríguez Puértolas (Ed. Akal), aparece un soneto de Ros dedicado a José Antonio. En las Cartas literarias de Juan Ramón Jiménez (Ed. Bruguera), el poeta de Moguer se despacha a gusto contra Félix Ros, en la misiva que, desde el exilio, le dirige a José María Pemán el 18 de junio de 1945. Juan Ramón denuncia el robo de libros, manuscritos y demás objetos que le había arrebatado en su casa de Madrid: «el hombre de más baja moral de toda España y a quien, siendo él un muchacho, y lo mismo que a otros compañeros suyos, ayudé tanto; y luego, por la ridícula vanidad de ser segundones se revolvieron contra mí». Estaba hablando de Félix Ros al que días antes también había dirigido otra carta que se iniciaba así: «Pienso ir pronto a Europa, Félix Ros, y me gustaría mucho encontrarme en mi casa todo lo que usted y sus diligentes amigos recogieron con tanto cuidado de ella».

 

Ocho meses en la cheka

Preventorio D, ocho meses en la cheka (Ed. Prensa Española) se publicó por primera vez en 1939 por la editorial Yunque, con el subtítulo ‘ocho meses en el S.I.M.’. Según su autor: «…la edición de 5.000 ejemplares se agotó al punto». Y hasta treinta y cinco años después (1973) no se decidió a reeditarla. «Con un pequeño cambio en el título –apunta en el prólogo– porque el español actual no sabe, felizmente, lo que era el S.I.M.». Preventorio D es, sin duda, uno de los testimonios más descarnados sobre la barbarie llevada a cabo durante la Guerra Civil española. El 26 de junio de 1938, Félix Ros, quintacolumnista de Falange en la Barcelona republicana, cae en una trampa urdida por el S.I.M. Es detenido y encarcelado en la cheka de la calle Vallmajor. Allí, durante ocho meses, será sometido a continuos interrogatorios y torturas. El 13 de noviembre consigue que se celebre juicio, asesorado por un abogado afín que, en un alarde de picaresca, decide repartir entre los miembros del tribunal, ejemplares de Un meridional en Rusia, con una contundente cubierta presidida por la hoz y el martillo y en el convencimiento de que no les daría tiempo a leer su contenido. Avalado además por la presencia, declarando a su favor, de Corpus Barga y Josep Janés, entonces perteneciente al Serveis de Cultura al Front. Se pidió para Félix Ros la pena de muerte, pero quedó absuelto y puesto en libertad a la mañana siguiente. Sin embargo aquella misma tarde fue de nuevo detenido por el S.I.M. y ya no recuperará la libertad hasta que consiga huir en Olot el 11 de febrero de 1939, entre la confusión de la trágica retirada de los restos del ejército republicano.

 

José Janés y Antonio Machado

La extraordinaria y modélica trayectoria de Josep Janés como editor, antes, durante y después de la Guerra Civil, está documentada con rigor y exactitud en el libro de Josep Mengual, A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor (Ed. Debate). Íntimo amigo de Félix Ros, asistió al juicio donde aquel fue absuelto y también a la nueva detención del día siguiente. Tal vez por eso, pocos meses después de la toma de Barcelona, el 8 de julio de 1939, desde la prisión, con el nombre castellanizado de José Janés, y con el peso de una seria amenaza de condena a muerte por su inmediato pasado catalanista y republicano, decide escribir un extenso artículo exculpatorio en Solidaridad Nacional, diario de Falange dirigido por Luys Santamarina. En él relata las infructuosas gestiones llevadas a cabo ante el Gobierno de Negrín para conseguir el indulto definitivo de su gran amigo. Como apéndice en las dos ediciones del libro Preventorio D, Félix Ros lo publicaría casi íntegro. En aquel artículo Janés detallaba todos y cada uno de los encuentros y desencuentros con los intelectuales republicanos, en un intento último y desesperado por liberar al escritor falangista. Destaca los esfuerzos favorables de Benjamín Jarnés y Corpus Barga, frente a la indiferencia de José Bergamín y Max Aub. Pero sobre todo José Janés se siente conmovido y desilusionado ante la negativa de Antonio Machado a encabezar con su firma un escrito pidiendo la puesta en libertad del detenido. Tras la victoria franquista, a pesar de su pasado, José Janés recupera la libertad y logra mantenerse como editor, creando un sello en el que, a través de modélicas colecciones, consigue publicar los mejores ejemplos de la literatura contemporánea. Sorteando y burlando continuamente la férrea censura del régimen. Hasta su prematura muerte en accidente automovilístico en 1959. Tras la lectura de tan exaltada defensa, no es de extrañar que aquel peculiar profesor de literatura se empeñase en diferenciar a los hermanos Machado, como Caín y Abel.

Teatro Ros

Félix Ros rodeado de algunos de sus alumnos tras una representación teatral: (Javier Casanova, José M. San Luciano, Juan S. Fernández, Rosario López. Máximo Sandín, F. R., Antonio Moreno, Benito Hidalgo, Antonio Marón, José M. Brañas y Juan Montoya. (Teatro Salón Cervantes, 1965. Foto cedida por José M. San Luciano).

 

Félix Ros

Nacido en Barcelona en 1912, en el número 18 de la calle Portaferrisa, la misma casa donde Ignacio Agustí da vida a Mariona Rebull (Ed. Planeta). Publica su primer libro de poemas Verde voz, en 1934, que recibe magníficas críticas de José María de Cossío y Ramón Sijé, entre otros. Durante la República colabora en las revistas Azor, Blanco y Negro y Cruz y Raya que dirige Bergamín. Asiste a diversas tertulias, en compañía de Corpus Barga o Max Aub. En 1936 publica Un meridional en Rusia (Ed. Luis Miracle) sobre la desencantada experiencia de un viaje a aquel país. Tras la victoria franquista su trayectoria literaria se muestra apabullante en cualquier reseña oficialista de la época. A partir de aquí abarca con generosidad todos los géneros: el ensayo, la biografía, las crónicas y viajes, el teatro original y adaptaciones, versiones para televisión, obras pedagógicas, antologías poéticas, relatos y novelas. Destaca asimismo como uno de los hombres más activos en el ámbito de la edición literaria, a veces en estrecha colaboración con Janés. Para editoriales comoYunque, Emporion, Samarán y Tartessos de la que era propietario y terminaría vendiendo a José Manuel Lara (aquel joven legionario que el 26 de enero del 39 entró en Barcelona con las tropas del general Yagüe) que la convertiría en Editorial Planeta. Dirigió el Teatro Experimental de Barcelona e incluso el María Guerrero de Madrid en 1953. Obtuvo el Premio Francisco Franco de periodismo en 1939 y la Flor Natural en los Juegos Florales de Barcelona en 1966. Desde 1940 fue catedrático de Lengua y Literatura española y de 1948 a 1955 inspector central de Enseñanza Media. Estaba en posesión de varias condecoraciones, entre ellas la Medalla de Sufrimientos por la Patria, sin duda conseguida por las vicisitudes pasadas en la cheka tras su detención. Félix Ros murió de un infarto frente a Estambul en el verano de 1974, a bordo de un crucero de lujo donde se dedicaba a instruir a los adinerados turistas sobre el arte y la cultura de los países que visitaban.

Libros Ros

Cubiertas de dos de los libros más emblemáticos de Félix Ros. (Biblioteca de V.A.S.)

 

Una mínima porción de amor a la lectura

En los lejanos tiempos del bachillerato, ninguno de nosotros llegamos a descubrir su supuesta talla literaria. Recuerdo que fue toda una conmoción la llegada de aquel personaje a nuestras aulas. Una conmoción y un trauma para muchos. Lucía un tupé como de gallo de pelea que corriese a contraviento. Abrigo de pelo de camello ridículamente corto, pantalones pesqueros que dejaban asomar deslumbrantes calcetines blancos. Selecta corbata de seda con un colorido que parecía una provocación para época tan gris. Semejaba la patética caricatura de un dandy. Mirada de superioridad dirigida hacia nosotros con el desprecio de un señorito que tuviese que enderezar un rebaño de ovejas. Era nuestro nuevo profesor de literatura. Impartía las lecciones creyéndose estar de tertulia en un café luciéndose ante los colegas. Nos sacaba al encerado como a un interrogatorio, sólo le faltaba enfocarnos el flexo a la cara. Todos enmudecíamos mientras que él permanecía imperturbable, sentado, cruzado de piernas y balanceando una de ellas con la precisión de un péndulo; fumando cigarrillos egipcios con olor a porro en una alargada boquilla y suspendiéndonos a todos con el deleite de tenernos acojonados. Sí, es posible que entonces no descubriésemos su talla literaria, pero es que tampoco él fue capaz de inculcarnos una mínima porción de amor a la lectura.