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¿Hacia el bipartidismo? / Por Antonio Campuzano

¿Hacia el bipartidismo?  /  Por Antonio Campuzano

Si el 5 de agosto, festividad de Nuestra Señora de las Nieves, o en otra versión la Virgen Blanca, no se proclama a Mariano Rajoy como presidente sin el añadido de “en funciones”, tan onerosamente largo y provisional, se inicia -más marcadamente- el ascenso/descenso hacia las estratosferas o simas de las terceras elecciones, fijadas quizá para el 27-N, noviembre o ya metidos en los albores de los cánticos pre navideños, con algún clásico de fútbol por el medio, con las calderas a su justa medida de ebullición para soportar el rigor del frío.

Si ello se tradujese de tal manera, se podría decir que se asistiría al fin del espejismo del multipartidismo y la apertura de las avenidas y las alamedas, y probablemente, se diera carpetazo a aquella atmósfera tan fastidiosamente insincera que nació un día de San Isidro de 2011,  en vísperas de unas elecciones europeas cargadas por el diablo de las encuestas y que tan imprevistamente asombraron a Pedro Arriola, el gurú de los números visionarios con elecciones a su lado.

Si tras dos tentativas, en diciembre y en junio, el atasco institucional es solamente comparable a los digeridos por la Dirección General de Tráfico, es que algo está en marcha, la vía de las correcciones de itinerarios desvalidos. Esto no funciona. Si todo depende de cuatro opciones, es decir PP, Psoe, Unidos más Podemos, y Ciudadanos, el encuentro únicamente propicia desencuentro. Y ello conduce a la parálisis, quizá con la ayuda del análisis.

Del marasmo entablado por la suficiencia de Mariano Rajoy, metido en la frase de Javier Marías en su impar Negra espalda del tiempo, aplicada a su amigo Paco Rico: “Se quedó callado, aspirando silencio”; de la disección de Pedro Sánchez, entre obedecer a su conciencia o a Yahvé; del baño de realidad operado contra Albert Rivera, para quien la superficie pública de España es una apariencia inaceptable; o la desilusión de Pablo Iglesias, zambullido de igual modo en la neuronal alma española, tan contradictoria y tan engañosa.

Si hay noviembre, hay bipartidismo. Hay reencuentro con la bifronte España, nada de movimientos emergentes, a jugarse todo a la misma carta de tú o yo. El resto, de comparsas. El final de 2016 coincidiría con la reaparición de las dos formas de entender la responsabilidad pública, al margen de experimentos y productos de ocurrencias.

El meollo de la cuestión, encarado de una forma u otra, sin aspavientos de nuevo cuño.