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In memoriam. Inocente en el recuerdo: la sillita vacía / Por Antonio Campuzano

In memoriam. Inocente en el recuerdo: la sillita vacía   /  Por Antonio Campuzano

In memoriam

“El misterio de cada persona está expresado en su manera de andar”, dice Antonio Muñoz Molina, en “Volver a dónde”, Seix Barral, 2021, en una larga reflexión sobre las jornadas iniciales de la pandemia reciente. Inocente López Moraleda, cura de la parroquia San Isidro, ha dejado de transmitir su misterio del modo de andar, tan conocido en los últimos años a su paso por los espacios terrenales del Paseo de la Estación y territorios adyacentes.

“Grande!!!” era su grito de “paz” preferido cuando alertaba de su presencia a algún conocido o amigo, es decir, las 33000 personas que conforman el distrito I de la ciudad. Preguntaba por algún detalle a la persona interpelada y aprovechaba para hacer manifestación de su “manera de andar”. Siempre llevaba a bordo de sus viajes sentimentales al paladeo de la amistad su sillita de particular pista, para ver el espectáculo del mundo desde su aposento de privilegio cuando se sentía cansado. La movilidad la bordaba, porque no paraba, pero tenía la parada y sentada en su ergonómica ayuda como su impronta personal, que explicaba con tanta gracia.

Inocente llegó a  San Isidro, a finales de los sesenta, y en ese momento perdió el “Don” del tratamiento que siempre tuvo, durante cinco años, en Torres de la Alameda, primer destino “profesional” del cura toledano, que paseó su moto Lube por aquellas carreteras parcheadas con gran capacidad y esmero. Inocente era cura de testimonio y así lo acreditaba con, por ejemplo, puesta a disposición de su Lube para “acercar” a un vecino al hospital a ver a su mujer si no coincidía su necesidad con el horario de los “ancias”. Las gafas de concha negras y el pelo de idéntico color azabache todavía proporcionan asombros en las demostraciones nostálgicas de los maratones fotográficos de los ayuntamientos. Inocente llegó a San Isidro con el decreto firmado por el obispo Casimiro Morcillo, a buen seguro, y prescindió de las gafas de concha y de la Lube, pero se agendó una función pastoral tan reconocible por las gentes que veían Alcalá y España como “armas cargadas de futuro”, a la manera de Celaya con la poesía.

Cuando las tablas salariales estaban alejadísimas entre los cálculos empresariales y los cálculos trabajadores nacía un conflicto que necesitaba de un resplandor público. Ahí aparecía Inocente con su ofrecimiento de la iglesia de San Isidro como un espacio tabernáculo para la solidaridad, la visibilidad y el perdón de los pecados que, según él y la historia de entonces, habían cometido los empresarios, pero cuya imputación recaía  sobre los trabajadores. Ese pasado cada vez menos reciente le era recordado al paseante de la silla de pista y su verbo rapidísimo siempre encontraba una mueca de satisfacción pero también un rinconcito de silencio. No quería darse importancia, pero las turbulencias setenteras del sindicalismo y el rebullir vecinal sabían sin proclamar su protagonismo que Inocente tenía un lugar reservado en el cielo, pero otro indiscutible en este mundo de acción y compromiso. Al parecer la conquista del primer objetivo está ya muy en camino de obtención, mientras que en el caso del segundo la justicia terrenal ya ha inscrito en sus boletines diarios la realidad del propietario de la silla como inatacable campeón de la ciudadanía del barrio de la Estación y San Isidro.

San Isidro es iglesia pequeña con aforo rebosante en alguna ocasión, pero la declamación de Inocente podía con estas contingencias en fechas navideñas, donde la guitarra reemplazaba a la sillita y el Adeste Fideles daba paso al villancico toledano “la zambomba pide pan y el que la toca tocino…”. Inocente, en estado puro. Sus recuerdos siempre presentes a los tiempos de la Lube, en Torres, a sus queridos Goyín Gómez y Alfonso Moreno. En Alcalá, no podía caminar sin transbordos de animosidad y alegría, “ayer estuve con estos de vinos, pero de fé nada, pero no se lo tengo en cuenta”.

“Yo no soy tan guapo como Luis García Gutiérrez, pero tengo mi público”, decía con chanza de vez en cuando. La sillita portátil está vacía.