En Villalbilla quedaban hace unas fechas tres o cuatro considerados personajes por sus hazañas personales, su trato peculiar, su amplísimo anecdotario, su rico paso por el mundo. Ahora son dos o tres porque ha causado baja Pablo Yebra, también conocido por El Gordo, nacido el primer día del año 1936 (“vaya cosecha!”, como le gustaba a decir). Sus allegados se empeñaban en discernir la causa de sus males. Él cortaba de raíz las interpretaciones con un gesto que llevaba el dedo índice en un corto recorrido desde el esternón a la boca, como el primer tiempo de la persignación pero en versión increyente. No había más lecturas.
Pablo era un vubillo (el gentilicio del pueblo, comúnmente aceptado) de nación y de engranaje en su biografía, pero la amplitud de miras le sobrevino desde pequeñito y su inconformidad hacia su permanencia y confinamiento en el medio rural le hizo desarrollar una huida vital e industrial pero para dotarse de estabilidad económica sin renegar de su adn crecido en la costanerilla, en la olma y en los romerales. La mejor manera de centrifugar su distancia de Villalbilla para permanecer en ella fue el estudio de la geología. A través de una perspicacia singular sin haber pisado un ágora expendedora de conocimientos atravesados por la ciencia, descubrió en el subsuelo una estupenda posibilidad de promoción personal. El movimiento de tierras, la explanación sin descartar la demolición, constituyeron el objeto social que cambió su proyecto de vida y su futuro diseñado por el cartabón de los años centrales del siglo XX con una previsión cartesiana, a la que Pablo renunció por convicción y emprendimiento, como se pronuncia ahora. Si bien los profesores, los científicos y los pensadores profundizan sus saberes, él eligió la profundidad de la superficie terrestre como método empresarial. Su parque móvil, con camiones, excavadoras y máquinas retráctiles, ha horadado arcillas expansivas y capas freáticas, con la continuidad de su familia como testigo de su paso por todas las obras públicas y privadas de la huella complutense y alrededores. Hasta aquí su pulso empresarial, pero hay más.
Como decía el editor e intrépido humano Pepe Esteban sobre lo mantenido por José Bergamín, “hay que ser transeúnte antes que transitorio”. Hay que vivir y no otra cosa es lo que ha ejercido Pablo. Su invasiva conversación no era hostil, sino todo lo contrario, si bien había que entender la intencionalidad de su riquísima abundancia de situaciones de humor. Su estilo directo pocas veces atendía a propósitos que no fueran el divertimento y la procacidad. “Lo ves? He mejorado mucho la sonrisa”, te decía después de una operación protésica que había multiplicado su simpatía de inicio. O el ingenio aquél que utilizó como último recurso cuando una docena de mozos acechaba al forastero que bailaba con la más demandada: “dejadme solo con él detrás del baile, se va a enterar”. Después de autolesionarse “solo un poco” y haber permitido la fuga del amenazado, se reintegraba al colectivo de mozos de manera arbitral sin dejar rastro de su mediación salvadora. O la explicación de su animadversión hacia las sardinas arenques: “en la guerra yo ví como se retorcía de dolor un perro al comerse un arenque. No las quiero ni ver!”. O cómo se convenció de la necesidad de la dieta equilibrada: “una semana entera a base de marisco, en la Venta de Meco, a ver qué tal…. Desengáñate, me puse malísimo”. O su viaje a Bangkok, tres días viendo desde la ventana del hotel jugar a una especie de tres en raya marcada en la explanada: “bajé y entre señas y señas le eché unas manos al chino… hasta que le gané”. No sólo de la profundidad geológica vive el hombre.
Este verano, ya preso de las analíticas y sus hematocritos y velocidades de sedimentación, paseaba con su panamá “el sol en la cabeza es mu malo”, y sus tirantes ajustables de doble color. Si había que señalar lo hacía con un bastón de avellano, si había que apostillar también era válido el auxilio del bastón: “en este pueblo lo que no hay son cuartos, ése es el problema”.
Ya se ha diezmado el ejército de figuras y personajes. A ello ha contribuido el adiós de Pablo El Gordo.