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Jean-Paul Belmondo, sin aliento (Homenaje al cine) / Por Vicente Alberto Serrano

Jean-Paul Belmondo, sin aliento (Homenaje al cine)  /  Por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

«Fue en ese cine ¿te acuerdas?…» (Así se inicia la canción de Luis Eduardo Aute, Las cuatro y diez, un tema que hoy sigue evocando, para muchos de nosotros, míticos años lejanos, perdidos en la bruma del recuerdo). Cómo no me voy a acordar de aquellos cines, pero sobre todo de aquellas películas; se convirtieron en herramientas imprescindibles para tratar de conformar cada tarde de tan inquietante adolescencia. Con muchas de ellas conseguimos aprender una narrativa diferente. Después, cuando abandonábamos la oscuridad del patio de butacas y salíamos a la calle nos encontrábamos con la frustración de otra realidad. Aquellas películas nos enseñaron a correr en busca del tiempo perdido. Corrimos con Jean-Pierre Léaud hasta descubrir el mar al final de Los cuatrocientos golpes. Nos quedamos sin aliento, intentando seguir a Jean-Paul Belmondo en su alocada carrera hacia la nada, ya desde los primeros fotogramas de À bout de souffle (Al final de la escapada). Aquellos personajes fueron dos de los iconos más representativos de nuestra juventud. Por culpa de Truffaut y Godard tratamos de involucrarnos en el atractivo universo que parecía ofrecernos el cine. También nos lo había sugerido Aute en otra de sus canciones: «Cine, cine, cine / Más cine por favor / Que todo en la vida es cine / Que todo en la vida es cine / Y los sueños / Cine son.»

Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg en los Campos Elíseos.

Nosotros no nacimos con el cine

Contradiciendo un verso de Rafael Alberti, recogido en su poema “Cal y canto”: «Yo nací –¡respetadme!– con el cine». Nosotros no nacimos con el cine, sino que despertamos en un cine: «Fue en ese cine, ¿te acuerdas? / En una mañana al este del Edén / James Dean tiraba piedras / A una casa blanca, entonces, te besé / Aquella fue la primera vez / Tus labios parecían de papel / Y a la salida, en la puerta / Nos pidió un triste inspector nuestros carnets». Hace algunos meses moría en París Jean-Paul Belmondo, tenía 88 años. Sin embargo la memoria nos lo trae desde muy lejos, tan joven y salvajemente rebelde; siempre lo recordaremos delante del espejo, pasándose el dedo pulgar por el labio inferior y tratando de imitar a Humphrey Bogart ¿o era tan solo un guiño de homenaje a aquel otro mito del cine negro norteamericano? Esa imagen formó parte importante de aquellas mitologías que, irremediablemente, se nos han ido disolviendo entre arrugas con el paso de los años. Canciones, películas, salas de cine y sobre todo amigos que hemos perdido. Hace ya mucho tiempo que Belmondo y la deliciosa Jean Seberg, dejaron de pasearse por los Campos Elíseos. Ella trataba de vender el New York Herald Tribune a unos parisinos indiferentes. A él lo vimos morir, poco después, en una calle de París, acribillado por los disparos de la policía, al final de su última escapada.

Carteles de “A bout de souffle”, el original y la versión española.

Gravemente peligrosas

Referente a nuestras escapadas hacia la otra realidad, afirmar que por entonces obligatoriamente teníamos que pasar por taquilla, eso tras el filtro de la moralidad reinante porque en los zaguanes de las iglesias un tablón de anuncios nos marcaba, por edades, hasta dónde podía alcanzar nuestra curiosidad sin cometer pecado mortal. Los porteros también eran rígidos garantes de respetar tan represivas normas, prohibiéndonos la entrada a las películas para mayores de dieciséis años. Hubo que apurar el paso del calendario para poder ver West Side Story. En cuanto a las gravemente peligrosas tuvimos que esperar un par de años más para descubrir que el striptease de Rita Hayworth en Gilda tan sólo consistía en quitarse un guante y que el bayón que Silvana Mangano interpretaba en la mediocre producción de Anna, tampoco era tan libidinoso como afirmaban. La cámara oscura de aquellos cines, con programaciones de sesión continua, nos sirvió al menos para ir espigando una narrativa diferente, tal vez fuera entonces un esfuerzo inútil por recuperar el tiempo perdido, pero aquellos cines (hoy han desaparecido todos en la ciudad donde vivo) fueron el sugerente refugio de muchas tardes de invierno y noches en terrazas de verano donde alimentar nuestro imaginario con un casi infinito listado de películas que ahora me gustaría compartir y comentar con algunos de los amigos que, afortunadamente, aún no se han ido. Cada uno de nosotros propondríamos nuestras películas favoritas y con ellas formaríamos una letanía de imágenes para evocar un tiempo pasado, que todavía dudo si fue mejor o peor, pero al menos supuso una entrañable complicidad ante los personajes e historias que nos intentaban seducir desde la pantalla.

“Fue en ese cine…” collage de V.A.S.