Jorge Semprún y cuatro placas en Alcalá  / por Vicente Alberto Serrano

Jorge Semprún y cuatro placas en Alcalá   /  por Vicente Alberto Serrano

Luces y sombras

(Dedicado a José Vicente Pérez Palomar, en agradecimiento por informarme en su día sobre los stolpersteine.)

 

En 1963 se otorgó el Premio Internacional Formentor de novela a Le gran voyage, escrita en francés por el escritor –nacido en Madrid–  Jorge Semprún. El Formentor fue un premio condenado y censurado por el régimen de Franco ya que, según su rígido criterio, suponía un claro ejemplo de la corrosiva disidencia intelectual en territorio español. Por tanto la entrega del galardón se realizó a primeros de mayo de 1964 en una cena de gala celebrada en el castillo de los Hohenlohe en Salzburgo, con la presencia de los más importantes editores internacionales, entre ellos Ledig-Rowohlt, Claude Galimard, Giulio Einaudi y por supuesto Carlos Barral, uno de los promotores de estos encuentros. A los postres todos y cada uno de aquellos editores –trece en total– entregaron al autor un ejemplar de su novela traducida a los diferentes idiomas. La publicación de El largo viaje había sido prohibida en nuestro país. Cuando le llegó el turno a Carlos Barral, este entregó a Jorge Semprún un ejemplar con la cubierta ilustrada, y el nombre del autor y título de la obra, pero con las 278 páginas interiores en blanco. Todo un símbolo de lo que supuso para nosotros el acceso a la cultura en aquellos años de plomo. Hasta mayo de 1976 no se pudo publicar en Barcelona El largo viaje, bajo el sello editorial de Seix Barral. Se trataba de la primera novela de Semprún, el relato de un angustioso viaje de deportados durante cinco días y cuatro noches, apelotonados en un vagón de mercancías con destino al campo de concentración de Buchenwald. Allí permaneció el autor dos años –destinado a las oficinas por su conocimiento del idioma alemán– hasta que en abril de 1945 fue liberado por el ejército del general Patton.

Jorge Semprún y cubierta de su primera novela, no publicada en España hasta 1976.

La escritura o la vida

Pasado el tiempo –en 1995– Tusquets editores publicaba una nueva entrega de Semprún traducida al castellano. Se trataba del relato La escritura o la vida. Incluso su cubierta era sobrecogedora: un montaje realizado por Xavier Vives a partir de un cuadro del siglo XIX sobre el que había sobrepuesto la siniestra chimenea del campo de Buchenwald de la que siempre se comentó que el humo de su crematorio era la única salida de aquel infierno. Hasta los pájaros del bosque cercano había huido de tanta pestilencia mortal. Comentaba el autor que durante ese tiempo de irracional pesadilla, había que optar entre la escritura y la vida y él optó por la vida. Pasados los años las páginas de La escritura o la vida contiene el esfuerzo por recuperar la memoria de una muerte en vida a través del relato de todas y cada una de las vivencias pasadas. El testimonio de Jorge Semprún se une a las desgarradoras vivencias de autores como Primo Levi, Imre Kertész, Alexandr Solzhenitsyn o Margarette Buber-Neuman, entre otros, que se esforzaron por tratar de describir parte del horror irracional sufrido en los campos de exterminio.

Placas dedicadas a la memoria de Valentín Juara Bellot (Pescadería, 20) y Pedro Loreto Juarranz (San Bernardo, 6). Fotos: Esperanza Santos.

Jorge Semprún

Fue, sin lugar a dudas, uno de los muchos mitos del exilio que alimentaron nuestro tiempo de silencio. Inevitablemente me vienen a la memoria cuatro versos de Gil de Biedma: «Media España ocupaba España entera / con la vulgaridad, con el desprecio / total de que es capaz, frente al vencido,  / un intratable pueblo de cabreros», versos que sirven perfectamente para reavivar la elegante y clandestina figura de Federico Sánchez que durante años, los represivos tiempos de nuestra posguerra, se esforzó por restaurar la esperanza entre una población humillada y desencantada; hasta que fuera expulsado de las filas del PCE, en compañía de Fernando Claudín. El próximo 10 de diciembre se cumplirá el centenario del nacimiento de este personaje que se exilió en Francia en febrero de 1939. Ingresó en el Partido Comunista en 1942, participó en la Resistencia francesa contra los nazis pero fue apresado por la Gestapo y deportado a Buchenwald. Tras su liberación, como miembro destacado del Partido, militó en la clandestinidad hasta 1964. Guionista para destacadas películas de Costa Gravas y Alain Resnais, protagonizadas por Ives Montand; alcanzó el Premio Planeta en 1977 con Autobiografía de Federico Sánchez, una especie de reflexión autobiográfica sobre su militancia pasada. Durante el gobierno de Felipe González, fue ministro del Cultura entre 1988 y 1991, cuya experiencia dejó reflejada en un curioso texto, de lectura imprescindible en estos días, titulado Federico Sánchez se despide de ustedes (Tusquets Ed.)

Placas dedicadas a la memoria de Ángel Álvarez Curto (Salinas, 5) y Manuel Braulio Vera Loeches (Libreros, 26). Fotos: Esperanza Santos.

Cuatro placas en Alcalá

Valentín Juara Bellot junto a Pedro Loreto Juarranz, Ángel Álvarez Curto y Manuel Braulio Vacas Loeches, componen la trágica nómina de cuatro alcalaínos que, tras la derrota republicana, sufrieron la diáspora y posteriormente la barbarie que supuso la aberración nazi con su inquietante y desquiciada “solución final” durante la II Guerra Mundial. Dos de aquellos perecieron en los campos de exterminio, otros dos –al igual que Jorge Semprún– fueron finalmente liberados, aunque seguramente arrastarían el trauma de tan denigrante experiencia el resto de sus vidas. Cuatro héroes anónimos sumidos en un vergonzoso pacto de silencio durante décadas. Hoy, gracias a las Asociaciones Memorialistas, que algunos se empeñan en abolir, el recuerdo ha regresado a las puertas de sus casas. Los stolpersteine fue una idea del escultor alemán Gunter Demnig que en 1992 decidió honrar la memoria de todas las víctimas del nazismo. En la actualidad más de 75.000 “piedras de la memoria” se muestran frente a portales de Praga, Munich, Viena, Berlín… Unas placas artesanales, de superficie metálica, con apenas diez por diez centímetros, incrustadas en el pavimento ante el lugar donde vivieron y al que muchos nunca pudieron regresar. En Alcalá, el número 20 de la calle Pescadería; el 6 de la calle San Bernardo; el 5 de la calle Salinas y el 26 de la calle Libreros, son lugares emblemáticos donde a partir de ahora –pese a quien les pese–se mantendrá la Memoria de aquellas víctimas de tan absurda barbarie.