Desde La Oveja Negra
Hasta el año 1974 no se pudo publicar en España el texto de La velada en Benicarló.
El 27 de febrero de 1939 desde Collonges-sous-Salève –pueblecito francés de la Alta Saboya cercano a Ginebra– Manuel Azaña envió una carta a París, dirigida a Diego Martínez Barrio, presidente de las Cortes de la República; en ella presentaba la dimisión como Presidente de la Segunda República. Aclara en uno de sus párrafos: «Desaparecido el aparato político del Estado, carezco de los órganos de consejo y acción indispensables para la función presidencial de encauzar la actividad del gobierno. En condiciones tales, me es imposible conservar ese cargo, al que no renuncié el mismo día en que salí de España, porque esperaba ver aprovechado este lapso de tiempo en bien de la paz». Cuatro meses más tarde –desde el mismo lugar– le escribe a su gran amigo Ángel Ossorio político católico conservador defensor de la Segunda República, exiliado en Buenos Aires tras la victoria de Franco. En esta ocasión se trata de una extensa y sobrecogedora carta en la que le describe la terrible salida de España de aquella muchedumbre enloquecida en busca de la frontera: los vencidos. Con una reflexión final: «Estoy persuadido de que la historia de esta guerra, de sus antecedentes y resultados inmediatos, será una gigantesca mixtificación, y que generaciones hoy vivientes nunca conocerán la verdad. Dudo que las venideras tengan más suerte, pero aunque la tengan, a nosotros ya no nos importará nada».
La velada en Benicarló
En el prólogo a La velada en Benicarló comenta Azaña que la escribió en Barcelona dos semanas antes de la insurrección de mayo de 1937 y que dictó el texto definitivo durante los cuatro días de asedio deparados por el suceso. Sin lugar a dudas La velada no solo puede considerarse como uno de sus mejores libros, sino también como una de las obras más destacables de nuestro pensamiento político, aparte de un testimonio indispensable –“para las generaciones venideras”– sobre la República y las consecuencias de la guerra civil. Escrito desde la amargura y la lucidez de uno de sus protagonistas; aquel que en abril del 38 dialogaba con Juan Negrín: «Usted mantiene una política sobre el supuesto de que vamos a ganar la guerra. […] ¿Me llevarán ustedes ante un tribunal, por derrotista? Desde el 18 de julio de 1936, soy un valor político amortizado. Desde noviembre del 36, un Presidente desposeído. Cuando usted formó gobierno, creí respirar, y que mis opiniones serían oídas por lo menos. No es así. Tengo que aguantarme».
Las diversas ediciones
En el exilio, desde aquel pueblecito de la Alta Saboya, el expresidente de una República vencida, se empeñó por ver publicada su obra en Francia. Firma un contrato con el sello Gallimard y André Malraux, por entonces editor de la casa, le sugiere iniciar las traducciones de sus obras con las Memorias políticas y de guerra, sin embargo Azaña mantiene que deberá ser La velada en Benicarló la primera publicación que aparezca en el país vecino. De algún modo la considera su visión más personal de tan dramáticos sucesos. En 1939 Gallimard editará La veillée a Benicarlo, traducida por Jean Camp, hispanista, escritor y crítico literario. Ese mismo año la editorial Losada de Buenos Aires la publica por primera vez en castellano con el subtítulo Diálogo sobre la guerra de España. En 1967 Juan Marichal la incorpora al tomo tercero de las Obras Completas (Ed. Oasis de México). Por esas mismas fechas, en el catálogo de la editorial Einaudi de Milán aparece La veglia a Benicarló con prólogo y traducción del escritor siciliano Leonardo Sciascia. En nuestro país, a comienzos de los setenta, cuando algunos creíamos asistir al lento desmoronamiento de la dictadura, se presenta la primera biografía de Don Manuel Azaña Díaz (Ed. Nauta, 1972). Bastante respetuosa, a pesar de estar escrita por Emiliano Aguado que curiosamente había sido uno de los fundadores de las JONS. Al año siguiente Carlos Rojas gana el Premio Planeta con Azaña una controvertida novela trufada en su mayor parte con textos del propio Manuel Azaña sin que Rojas los entrecomillara siquiera. Por tanto fue como si el Presidente desposeído hubiese alcanzado un galardón literario post mortem. En1974 se autoriza por fin la publicación de La velada en Benicarló (Ed. Castalia) en una rigurosa edición de Manuel Aragón, autor del extenso y clarificador estudio preliminar, a través de cual comenzamos a conocer la oscurecida o vilipendiada personalidad de Azaña; texto enriquecido además con abundantes y minuciosas notas a pie de página que trataban de corregir errores tipográficos de las anteriores ediciones de Losada y Oasis. Con esa misma introducción de 1974 –Manuel Aragón la consideraba de plena vigencia– fue reeditada por Castalia en 2005 y por Edhasa en 2017. La editorial Espasa-Calpe, a raíz del éxito que alcanzó la versión teatral de José Luis Gómez y José A. Gabriel y Galán, publicó en 1981 el texto de Azaña, acompañado de la adaptación dramatúrgica, con prólogo de Manuel Andújar. Hay que destacar también la labor de dos reconocidos azañistas. Isabelo Herreros y José Esteban en 2011 prepararon una nueva edición para Reino de Cordelia (que ya alcanza su tercera edición). En la introducción aportan datos inéditos sobre la gestación de esta obra de la que Eduardo Haro Tecglen llegó a sugerir que debería ser lectura recomendada para las nuevas generaciones.
La puesta en escena de José Luis Gómez
En 1980, año en el que se conmemoraba el centenario del nacimiento de Manuel Azaña. El actor y director teatral José Luis Gómez, por entonces codirector del Centro Dramático Nacional, estrenó en el Teatro Bellas Artes de Madrid, La velada en Benicarló, en versión para la escena preparada por él y por el escritor José A. Gabriel y Galán. En el atardecer de un día de marzo, el doctor Lluch viaja con dirección a Valencia, le acompañan dos oficiales republicanos, un exdiputado y Paquita Vargas, actriz de teatro. Deciden pasar la noche en el Parador de la costa levantina y se encuentran allí con el exministro Garcés, el abogado Marón, el escritor Morales, el prohombre socialista Pastrana y el propagandista Barcala. Al anochecer, a la orilla del mar, se entabla un diálogo que irá derivando hacia una discusión sin interrupción que parece infinita hasta casi alcanzar el punto muerto. Cuando comienza a amanecer una escuadrilla de aviones bombardea el pueblo. «Del albergue quedan montones de ladrillos, que expiran humo negro, como si los cociesen otra vez. Los aviones rumbo al este, brillan a los rayos del sol, invisible desde tierra». En La velada en Benicarló se contiene, sin lugar a dudas, un inmejorable resumen del pensamiento político de Azaña. Personajes con apellidos de connotaciones netamente alcalaínas (Marón, Garcés, Laredo…) encierran fieles perfiles (a pesar del empeño de su autor por ocultarlos) de protagonistas reales de aquel drama, como puedan ser: Ossorio, Indalecio Prieto, Negrín, Largo Caballero, Besteiro, Araquistain, Fernando de los Ríos… Incluso Margarita Xirgu se refleja claramente en el personaje de Paquita Vargas; sin embargo este Diálogo de la guerra de España es sobre todo un monólogo, un monólogo desde el dolor. Los personajes se desdoblan, se rompen en piezas indispensables del drama que, como en un extraño caleidoscopio, terminan siempre reflejándose en el propio Azaña. Al final, tras la amargura de ese grito desesperado, al menos logramos descubrir y admirar la razón y la humanidad de un político interrogándose asimismo, con la mayor objetividad pero también con la mayor dureza, ante el fracaso de “su” República. La obra de Azaña, que se subtitulaba Diálogo sobre la guerra de España presentaba la densidad y complejidad de un relato hilvanado por aquellos once personajes que coinciden en el Parador de Benicarló. La maestría de José A. Gabriel y Galán y José Luis Gómez consiguieron una puesta en escena impecable, acortando los diálogos y sobre todo confiriendo al texto una estructura teatral de la que carecía por completo. A través de la escenografía, el vestuario, la iluminación y la música de un cello, José Luis Gómez logró poner en pie un montaje con el que recuperábamos, o simplemente descubríamos por primera vez el mensaje de aquella figura que durante tantos años se empeñaron en desdibujarnos. Garcés (José Bódalo) y Morales (Fernando Delgado) representaban en el escenario la doble faceta del político y el escritor. Junto al abogado Marón (Juan José Otegui), el doctor Lluch (Eduardo Calvo), el comandante Blanchart (Carlos Lucena) o el exaltado Pastrana (Agustín González) y otros tres personajes que dialogan en un vestíbulo, desbordado de maletas, de una estación de trenes que llevan a ninguna parte. Una representación en suma que nos conmocionó en aquellos primeros años de la democracia. Durante décadas hemos deseado que José Luis Gómez lo remontara para evitar que la fuerza dramática del mensaje se nos terminara escapando por las grietas del recuerdo.
Una pasión española
Ocho años más tarde –1988– Azaña regresó al Centro Dramático Nacional. Hace pocos meses José Luis Gómez afirmaba: «Hago esta obra porque la profunda honradez de Azaña tiene que servirnos de ejemplo». Unas declaraciones publicadas treinta y dos años después de que estrenara en el Teatro María Guerrero Azaña, una pasión española. No deja de ser significativo que el actor, que nació en Huelva el mismo año que Azaña moría en Montauban, a lo largo de más de tres décadas siga subiéndose a los escenarios para encarnar la palabra de aquel político e intelectual cuya pasión por España le abocó a una defensa apasionada de la libertad y la democracia, envuelto en el sueño de una República para todos. En estos días se han cumplido dos aniversarios de don Manuel Azaña Díaz. La temerosa y dramática situación de pandemia por la que estamos atravesando ha limitado muchos de los homenajes previstos. Una vez más ha sido imposible remontar La velada en Benicarló, representación legendaria con la que la maestría teatral de José Luis Gómez nos mostró por primera vez el pensamiento de Azaña enredado entre las réplicas de aquellos magníficos actores. Al margen de exposiciones, conferencias, coloquios, actos institucionales… qué mejor homenaje que recuperar –al menos en la memoria– Azaña, una pasión española y celebrar con el actor la vigencia de un personaje tan cercano, pero tan desconocido. Como un homenaje íntimo a aniversarios tan deslucidos, evocar a José Luis Gómez cuando casi al final del espectáculo, nos conmueve con unas desgarradoras palabras de don Manuel: «En tiempos venideros, variados los nombres de las cosas, esquilmados muchos conceptos, los españoles comprenderán mal por qué sus antepasados se han batido entre sí más de dos años; pero el drama subsistirá, si el carácter español conseva entonces su trágica capacidad de violencia apasionada. Percibirlo así, una vez más, en la plenitud de la lucha fraticida, ha llevado al ánimo de algunas personas a tocar desesperadamente el fondo de la nada».