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José Manuel Caballero Bonald en Sanlúcar /  por Vicente Alberto Serrano

José Manuel Caballero Bonald en Sanlúcar   /   por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

Allá en Sanlúcar, en el barrio de Bajo de Guía, frente al Coto de Doñana, le dedicaron –hace algunos años– una calle a José Manuel Caballero Bonald; apenas si es un callejón entre dos locales de postín donde los forasteros trasiegan sin mesura langostinos y manzanilla. El poeta jerezano pasaba largas temporadas en este pueblo que posee uno de los atardeceres más grandiosos que conozco. Al otro lado de la desembocadura del Guadalquivir, se extiende Argónida, topónimo de ficción con el que el autor denominaba al Coto. Sanlúcar consigue mantener sus señas de identidad más allá de septiembre, cuando el último veraneante enfila la carretera de Sevilla y el pueblo se recoge en si mismo. Es entonces cuando recomiendo descubrirlo, adentrarse por sus calles y alcanzar la de Santo Domingo. Allí, frente al monasterio que acogió a San Juan de la Cruz y conserva una copia manuscrita del ntico espiritual, se mantiene todavía en pie la taberna “La Habana”, dos siglos os contemplan desde unos cartelones de toros, desvaídos, apenas legibles, borrachos de humo y de Manzanilla San León, bebida exclusiva, única que se despacha en el local. Lugar ideal dónde nos gustaría volver a encontrarnos con Caballero Bonald para –como escribía Machado– «…refrescar manzanilla y hablar de las tradiciones»

Con Machado en la Biblioteca Nacional

El 19 de junio de 2007 se homenajeaba a don Antonio Machado en los jardines de la Biblioteca Nacional. Ángel González, Francisco Brines y José Manuel Caballero Bonald, eran entonces los únicos representantes vivos de la generación poética del 50. Recitaron su poema favorito de la obra machadiana, ante la fuerza expresiva de aquella cabeza esculpida en bronce por Pablo Serrano, destinada en principio para un acto reivindicativo que se intentó celebrar en los campos de Baeza, en febrero de 1966 y que abortaron las autoridades franquistas.

Caballero Bonald, Ángel González y Francisco Brines en los jardines de la Biblioteca Nacional, en el homenaje a don Antonio Machado (19 de junio de 2007).

Con Machado en Collioure

Veinte años después de su muerte, el 22 de febrero de 1959, Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda, Carlos Barral y José Manuel Caballero Bonald, se reunieron en Collioure, ante la tumba de Machado, para recordar al poeta que murió en el exilio. Protagonizaron de este modo una conmemoración político-literaria en la que don Antonio Machado fue convertido, además, en todo un símbolo de la resistencia. De aquel encuentro, aparte de otras muchas cosas, surgió una exquisita colección de poesía, que con el título de “Collioure”, dirigía Josep Maria Castellet, editaba Jaime Salinas y en la que aparecería obra de todos los componentes de ese grupo poético que hoy conocemos como Generación del 50. Caballero Bonald publicaría allí Pliegos de cordel en 1963.

La Generación del 50

Podría afirmar que para todos aquellos de mi generación que durante muchos años fuimos remando a contracorriente, los poemas de don Antonio Machado y las enseñanzas de Juan de Mairena resultaron fundamentales en la apasionante aventura de entendernos a nosotros mismos y la grisura que nos rodeaba. Es lógico, por tanto, que nuestras afinidades electivas permaneciesen siempre más cerca de la llamada generación del 50 que de la del 27. Acaso podemos negar que Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Ángel Valente, Carlos Barral, Claudio Rodríguez, Francisco Brines, Alfonso Costafreda y José Manuel Caballero Bonald, no sólo fueron en nuestra juventud el indispensable referente lírico, sino también el sólido referente ético.

La Summa vitaede Caballero Bonald

“De todo lo que amé en días inconstantes / ya sólo van quedando / rastros, / marañas, / conjeturas, / pistas dudosas, vagas informaciones”. De este modo arranca su poema, “Summa vitae” con el que se inicia el libro Manual de infractores. Bellísimo título de aquel infractor jerezano que a lo largo de su obra nos ha fue dejando rastros, conjeturas, magníficas informaciones en un castellano impecable y pistas, nada dudosas, sobre su integridad rebelde. Por tanto fue uno de nuestros autores imprescindibles.

En Sanlúcar o Jerez

Como me gustaría regresar hoy a Sanlúcar. Frente al Coto de Doñana, en esta orilla, en el barrio de Bajo de Guía, que supo dedicar una calle a Caballero Bonald. Saborear una copa de manzanilla junto a la orilla del río y recordar como él sabía explicar el cambio que experimenta este vino transparente cuando se deleita en las tabernas de la parte alta. Nos contó en Ágata, ojo de gato la historia familiar de tres generaciones en la mítica marisma del Salgadera. Con Toda la noche oyeron pasar pájaros alcanzó una dimensión nueva e inquietante para narrarnos, una vez más, este mundo tan cercano y que se hace tan nuestro a orillas del Guadalquivir. O evocarlo también en Jerez, esa bellísima y tan querida ciudad. En la calle Caballeros, donde nació y descubrió –cuando era niño– una escalera que le conducía directamente a una ciudad solar; el mundo de las azoteas le ofreció la oportunidad de recorrer y observar los pequeños secretos de la vecindad, a modo de nuevo diablo cojuelo. Cuando bajó de las alturas –enriquecido con un superior sentido de la observación– se encontró con una realidad de obreros y terratenientes girando alrededor del vino, emblema máximo de la región. En Dos días de septiembre nos cuenta cómo en el ambiente cargado de una tormenta a punto de estallar, los obreros se afanan en buscar desesperadamente medios de subsistencia mientras los cosecheros, amodorrados en la confortable seguridad del casino, humedecen su apatía con copas de la mejor solera al tiempo que sueñan con la egoísta aritmética de los rendimientos de sus viñas. Estas sólo son algunas pistas desparramadas sobre su geografía literaria para sugeriros que el mejor modo de recordar al escritor que acabamos de perder, es leerlo.

José Manuel Caballero Bonald y la cubierta de su libro “Oficio de lector”.

Oficio de lector

Afirmaba Joseph Conrad: «El autor escribe la mitad del libro, de la otra mitad debe ocuparse el lector». Frase tan emblemática sirve, no solo de pórtico, sino también de guía al volumen que hace unos años publicó José Manuel Caballero Bonald bajo el sello editorial de Seix Barral. Oficio de lector recoge, a lo largo de sus seiscientas páginas, un exhaustivo y lúcido recorrido a través de la literatura. Un excepcional diario de lecturas. El poeta, narrador y ensayista trató de ordenar aquí sus predilecciones en materia literaria, recopilando prólogos, reseñas, conferencias y presentaciones de épocas muy dispares, pero siempre desde la perspectiva de su formación creativa, de su oficio de lector, descubriéndonos en todo momento la incidencia que esas lecturas tuvieron sobre su personalísima obra. Al final del breve prólogo, el autor coincidía con Conrad: «Sólo añadiré lo que tal vez haya incentivado la gestión de este libro: la obstinada idea de que el lector justifica la literatura». A través de estas páginas se descubre, no solo la riqueza de vocabulario a la que ya nos tenía acostumbrados el escritor, sino la complicidad de un lector exigente que con nuevas claves consigue obligarnos a revisitar aquellos escritores que creíamos conocer.