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José Monleón y el teatro / por Vicente Alberto Serrano

José Monleón y el teatro / por Vicente Alberto Serrano

Desde la Biblioteca de Babel

Nosotros nunca fuimos de excursión a la sierra con el maestro Giner, porque nunca estuvimos matriculados en la Institución Libre de Enseñanza. Tampoco llegamos a practicar boxeo con Luis Buñuel en las terrazas de la Residencia de Estudiantes. Ni participamos en las esperanzadoras Misiones Pedagógicas. No conseguimos ser enviados al extranjero con una beca de la Junta para la Ampliación de Estudios. Y Lorca jamás llegó a convocarnos para participar en las giras de La Barraca. Además, repasando las imágenes de aquel 14 de abril del 31, somos incapaces de reconocernos en la Puerta del Sol subidos en el techo de algún coche, ondeando la bandera republicana. Ni logramos descubrir nuestros rostros entre aquellas caras eufóricas de esa otra foto del 15 de febrero de 1936 en la Plaza de las Cibeles, celebrando el triunfo del Frente Popular. Nacimos en el 49 y, por tanto, nos perdimos todo esto. Tal vez con tan ‘buena’ fortuna que tampoco formamos parte de las miradas de desolación, que tratando de escudriñar el fondo de la nada, enfilaban las calles de Collioure en febrero del 39. Nosotros somos hijos de un tiempo de silencio. Porque como entonaba Raimon: «Jo vinc d’un silenci / que no és resignat…».

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Las miradas de desolación, que tratan de escudriñar el fondo de la nada, enfilan las calles de Collioure en febrero del 39. (collage del autor).

Formación del Espíritu Insurreccional

Bien es verdad que durante la época de infancia y adolescencia pretendieron inculcarnos una compleja y calculada Desinformación del Espíritu Nacional. Aunque después, con el paso del tiempo, supimos descubrir en las páginas de la revista Triunfo un perfecto manual para alimentar nuestro adormecido espíritu insurreccional. Eduardo Haro Tecglen, Manuel Vázquez Montalbán y José Monleón, fueron algunos de los maestros culpables que contribuyeron a inculcarnos una educación sentimental y una rebeldía mental que afortunadamente creemos nunca han conseguido acallarnos. Algunos años más tarde, gracias a Lluís Pasqual, tendría el privilegio de conocer personalmente a aquellos tres intelectuales que habían configurado buena parte de mi mitología cultural. «Yo vengo de un silencio / antiguo y muy largo…».

El cinco a las cinco con Federico

El 5 de junio de 1976, Granada supo recuperar la memoria de Federico a las cinco de la tarde en Fuente Vaqueros. Tan solo media hora de libertad que burlando a la autoridad incompetente, se consiguió extender más tarde en el patio del Hospital Real, por entonces Facultad de Filosofía donde yo había estudiado los dos primeros cursos de carrera. Allí vi por primera vez a José Monleón, acompañado de Blas de Otero, Nuria Espert, José Agustín Goytisolo, Aurora Bautista, Juan de Loxa… Me impresionó su imagen: alto, moreno, de sonrisa amplia y una cierta belleza gitana. Aquel fue un acto tan reivindicativo que llegamos a pensar que se acercaba un tiempo nuevo. Sin embargo hace ya cuarenta años de aquello. Y aún recorre Raimon mi memoria: «Yo vengo de un silencio / que romperá la gente / que ahora quiere ser libre / que exige las cosas / que le han negado…».

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José Monleón, durante su etapa de crítico de cine para la revista “Triunfo”, en un encuentro con Cary Grant. Madrid, 1958 (Archivo Familiar).

Entre libros de teatro

Siete años más tarde, en su despacho del Teatro María Guerrero, Lluís Pasqual me presentó a Monleón. En tan corto espacio de tiempo parecía haber envejecido prematuramente, pero conservaba aún aquella sonrisa amplia y sobre todo una rebeldía y un optimismo contagioso. Iba a trabajar con el hombre que a través de las páginas de Triunfo y de Primer Acto me había inculcado el veneno del teatro. Iniciamos una colección de libros para el Centro Dramático Nacional con Marlowe/Brecht y Jardiel, pero la negativa de los herederos de Valle a poder publicar Luces de bohemia dio inmediatamente al traste con el proyecto. Sin embargo poco tiempo después José Monleón generosamente me invitaba a realizar una cubierta para el número 213 de Primer Acto. Se trataba de aquella revista mítica donde había leído textos como Las criadas o El malentendido mucho antes de poderlos ver representados. A partir de ahí y a lo largo de 25 años llegué a realizar las 128 portadas siguientes. Pero no fue sólo eso, Esperanza y yo pronto nos vimos implicados en todos y cada uno de los proyectos que la envidiable energía de Monleón era capaz de llevar a cabo. Desde el “Festival Madrid Sur” a los “Foros Ibn Arabí”, el “Festival de las dos orillas”, “La llegada del otro” o la impresionante labor del Instituto Internacional de Teatro del Mediterráneo… Al margen de aquel otro reto que supuso concebir una nueva colección de textos dramáticos. Los 14 volúmenes colectivos de “El teatro de papel” fueron recogiendo –hasta su forzada desaparición– lo más sobresaliente de la actual dramaturgia española, desde Francisco Nieva a Juan Mayorga.

Un sueño utópico para este tiempo de silencio

No, efectivamente nosotros nunca fuimos de excursión a la montaña con Giner, ni montamos tablados de la farsa con los miembros de La Barraca. Pero la experiencia con Monleón y su equipo (Ángela, Elena, Fernando Esteve, José Enríquez…) supuso algo más que un sueño utópico en este tiempo de silencio. Hoy, que de nuevo sufrimos un tiempo de mordazas, observamos impotentes cómo toda esa labor se empeñan en precipitarla hacia el abismo del silencio y el olvido.