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Jovellanos Street / Por Vicente Alberto Serrano

Jovellanos Street  /  Por Vicente Alberto Serrano

Luces y sombras

A mediados de la década de los ochenta me empeñé en viajar hasta Londres. Trataba de realizar un simulacro de peregrinación pagana hasta los santos lugares míticos de mi perdida juventud. Intentar localizar el paso de cebra frente a los legendarios estudios EMI y trastear por los comercios de Carnaby Street. Pero al parecer llegué con cierto retraso. George, Paul, Ringo y John dejaron de cruzar Abbey Road en el verano del 69 y tampoco la Twiggy lucía ya sus rodillas por Carnaby Street con las mínimas faldas diseñadas por Mary Quant. Por lo visto a todos se nos había pasado el arroz. Como estéril consuelo, regresé de aquella frustrada excursión tarareando en el avión algunas estrofas de Que tiempo tan feliz, una lejana canción de Gigliola Cinquetti: «Viene a mi memoria los lugares / donde fuimos juntos a beber. / Soñando nos pasamos todo el tiempo, / que grandes cosas íbamos a hacer».

George, Paul, Ringo y John dejaron de cruzar Abbey Road en el verano del 69.

Tuset Street

Hubo una época que cuando paseábamos por Barcelona nos creíamos los versos de Espriu, y que ya éramos cultos y libres. Que habíamos ahogado el franquismo al cruzar el Ebro. En diciembre del 68 visité con mi amigo Jacinto la impresionante exposición que la ciudad dedicó a Joan Miró. El “Drugstore” de Paseo de Gracia, pero sobre todo “La Cova del Drac” en la calle Tuset, nos ayudaron a sacudirnos la caspa que traíamos de la meseta, gracias a los acordes pianísticos de Teté Montoliu y las voces de aquellos cantautores de la Nova Canço que reivindicaban su lengua en tiempo de mordazas. «¿Negro y además canta en catalán? ¡Mira que hay que ser desgraciado!». Con tan rotundas y desafortunadas palabras cierto general franquista en Cataluña prohibía por aquel tiempo un recital de mi admirado Guillem d’Efak, integrante de la Nova Canço que precisamente descubrí en “La Cova del Drac”. Nacido en la Guinea Española, murió en 1995 en Mallorca, su ciudad adoptiva. Sin duda, y a pesar de la pésima película protagonizada por Sara Montiel con el mismo título, Tuset Street supuso un referente esencial que todavía hoy nos sirve para reivindicar parte de nuestro raquítico pasado y seguir tarareando algunas estrofas de Que tiempo tan feliz: «Muchos años ya hemos pasado, / hoy soy tan optimista como tú. / Algo en nosotros no ha cambiado, / los sueños de la alegre juventud…»

Carnaby Street y cartel para la película de Sara Montiel.

Moncho Street

Al parecer a los pijos del madrileño barrio de Salamanca, les entró la veta sicodélica de aquellos años y se les ocurrió la peregrina idea de imitar, con un acartonado sueño ye-yé, el momento álgido que estaba viviendo Carnaby Street. También tal vez, con una miaja de envidia por no poder disponer ellos siquiera de un Tuset Street, decidieron rebautizar la esquina de la calle don Ramón de la Cruz con la de Serrano como “Moncho Street”. Allí se estableció un local que parecía tener de todo: cafetería, quiosco de prensa, restaurante, estanco, boutique y hasta dos discotecas que funcionaban desde las siete de la tarde hasta altas horas de la madrugada. La modernez personificada hasta en el nombre anglosajón con que la bautizaron: “Pippermarket”. El “Pipper” que seguro pretendía tener cierta semejanza con el Sargent Pepper de Los Beatles, se traduce al castellano como “gaitero”. A lo mejor es que con sidra-champagne en lugar de cava, pretendieron colarse en el alucinante mundo del pop. Una de las discotecas de aquel drugstore trasnochado se llamaba “Pipper Bank Club” y en un arrebato de ingenio se entraba por una puerta en forma de caja fuerte y se salía por la trasera de un camión, con su matrícula y todo. Los paletos de provincias nos acercábamos hasta allí para observar, casi embobados, a los niños pijos de Serrano, disfrazados con casacas militares de antaño, porque durante algún tiempo creímos que ellos representaban la modernidad y la rebeldía. Un día de 1972 apareció en la prensa el fin de un sueño tan efímero, el anuncio de gran liquidación de existencias en aquellos locales. Con la oferta de faldas midi a 200 pesetas, despertamos de aquella pesadilla de progreso.

Jovellanos está representado en esta ciudad con esta calle y ese monumento al despropósito.

Jovellanos Street

La Asociación Universitaria de Mayores de Alcalá (Audema), dirigida por Francisco Peña me ha invitado este año a impartir una conferencia sobre Jovellanos en el Corral de Comedias. Durante todo el verano he repasado los textos de Gaspar Gómez de la Serna, José Miguel Caso, Juan Marichal, Francisco Ayala, Julián Marías y otros muchos autores para tratar de perfilar a tan enigmático personaje que trató de transformar este país en el siglo XVIII. Por supuesto que también he manejado sus textos y me he documentado sobre su fugaz, aunque fundamental presencia en Alcalá para entender parte de su obra literaria. Sin embargo la huella de su recuerdo se diluye como un borrón olvidado en ésta ciudad Patrimonio de la Humanidad. Apenas su nombre trazado sobre el montante interior de la puerta del Paraninfo. Cierta plaquita de piedra artificial, junto a la de Mayans i Siscar en una de las fachadas de la actual Facultad de Derecho. También un jardín en el interior del Colegio de Mínimos de Santa Ana lleva su nombre, generoso gesto del Ayuntamiento de Gijón que en 2001 erigió una placa de bronce en su recuerdo, sobre aquel lugar que nunca visitó Jovellanos, pero que durante décadas fue residencia de la familia Huerta Calopa y hoy alberga a su alrededor la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Aunque tal vez el gesto más patético lo encontramos en el callejero local, que casi siempre suele ser bastante injusto. A Jovellanos impulsor de la Ilustración en tiempos revueltos, le tienen dedicada una calle, o más bien un callejón sin salida del que sus vecinos llevan luchando todos estos años, no precisamente por la memoria del polígrafo asturiano, sino para tratar de erradicar el espantoso poste eléctrico que preside el lugar. Cuando éramos jóvenes y mientras tarareábamos a Bob Dylan y Los Beatles porque creíamos que los tiempos estaban cambiando, algunos desaprensivos agentes inmobiliarios elevaban bloques cuasi inhabitables, a modo de colmenas verticales en las diáfanas eras de nuestra ciudad, para almacenar en ellas a todos aquellos inmigrantes que venían huyendo de la miseria rural. «Viene a mi memoria los lugares / donde fuimos juntos a beber». Después de más de cincuenta años, regreso a aquel mesón con el castizo nombre de un torero mítico, donde entre zarajos y chatos de valdepeñas intentábamos mantener entonces una juventud que aguarda. El inquietante poste eléctrico aún permanece en la calle de al lado. A la ciudad Patrimonio de la Humanidad que gusta derrochar una estatuaria de discutible gusto, habrá que añadir en futuras guías turísticas este penoso apéndice metálico que parece material de desecho de la Torre Eiffel, aprovechado para atravesar los cables de la luz entre un bloque y otro en Jovellanos Street, símbolo no precisamente de humanitario progreso y mucho menos de aquella Ilustración por la que luchó el titular de la calle.