Juana Doña en La Galera  / Por Vicente Alberto Serrano

Juana Doña en La Galera   /   Por Vicente Alberto Serrano

Luces y sombras

El próximo 18 de octubre se cumplirán veinte años de la muerte de Juana Doña, dirigente comunista, feminista, sindicalista y escritora. Una mujer que durante la época oscura –casi negra– de los inicios de la dictadura, como presa política, se convertiría en un respetado referente de esperanza para todos los que trataron de sobrevivir infructuosamente frente al horror de aquella aberración humanitaria que supuso el exterminio, en cárceles indecentemente saturadas o frente al pelotón de fusilamiento. Desolador final para muchos de los que habían defendido una República respaldada democráticamente por las urnas. Recuerdo cuando un día mi añorado amigo Jesús Pajares me mostró orgulloso un panfleto en el que se anunciaba el mitin en un local de la calle Encomienda, donde aparecía su nombre en compañía de Juana Doña y Heliodoro Ceballos. Eran los tiempos en que ellos aspiraban a conseguir concejalías en los primeros ayuntamientos democráticos. Y lo lograron. ¡Qué ilusionantes años aquellos! Allí estuvo presente Juana Doña para apoyarlos. Ella, que había sufrido el vengativo sistema penitenciario franquista, en una infinita y degradante posguerra con el obsesivo y cruel asesinato de muchos de los vencidos. Sin embargo en 1961 Juana Doña alcanzó la libertad y redactó sus recuerdos en un volumen que, sin embargo, no le permitieron publicar hasta 1978. Desde la noche y la niebla (Ediciones de La Torre) es un libro sobrecogedor, escalofriante; desde sus primeras páginas hasta un desolador epílogo, cuando cuenta como aferrada a su maleta, contempló el edificio de La Galera desde “fuera”: «…y enviaba su último saludo a las compañeras que la acababan de despedir y se quedaban allí encerradas.»

De Guadalajara a Alcalá

En su segunda detención –1947– Juana Doña es juzgada y condenada a muerte, posteriormente la pena será conmutada por 30 años de reclusión. A lo largo de catorce años recorrerá los presidios de Málaga, Segovia, Guadalajara y finalmente La Galera de Alcalá de Henares. Tras su estancia en Segovia, sería destinada «…a la peor prisión de aquel salpullido de prisiones…» Por lo visto el penal de castigo de Guadalajara, con tan solo citar su nombre, hacía temblar a las presas de otros penales y cárceles. Durante los seis años de aquel encierro, confiesa que no llegó a ver una flor. Su director no permitía que dentro de los muros de la prisión creciera una mala hierba. Hasta que una calurosa mañana de julio del 58, la trasladaron a la Prisión Central de Mujeres de Alcalá de Henares. «Allí ¡había árboles!, veinte acacias rodeaban las anchas aceras del patio principal. Aquello era inconcebible para mis ojos acostumbrados a una faja de tierra de treinta metros.»

Cubierta del libro de Juana Doña y la autora, rodeada de reclusas, en el patio central de La Galera. Alcalá, julio de 1961 (Foto: Panta).

No hay buenas prisiones

En el último capítulo de su libro de Memorias, Juana Doña escribe: «Alcalá de Henares devolvió a “las de Guadalajara”, sobre todo su vida política. A este penal llegaba una mayor información y el régimen interior permitía la conexión entre ellas.» Sin embargo pocas líneas más adelante podemos leer: «Aquel verano pasó ligero, aunque ya se iba empeñeciendo mi horizonte, ya no “olía el aire a libertad” como en los primeros meses. Las características del nuevo penal tomaba cuerpo y se iba estrechando el cerco. La sordidez no captada al principio, aparecía poco a poco extendiéndose como una gran mancha de aceite. Entonces recordé que un día leí: “¡Que no hay buenas prisiones! ¡Que no puede haber buenas prisiones, lo mismo que no pude haber un buen cáncer o una buena violación!…” No, no había buenas prisiones, lo supe por experiencia; porque en mi peregrinar de penal en penal todo había sido malo, y hasta llegó a ser infernal en aquel penal de castigo de Guadalajara.»

Aspecto actual de las ruinas de La Galera, donde se aprecia la destrucción de una buena parte del edificio central que contenía el pabellón de la subdirectora, las oficinas y los despachos del administrador y director. (Foto: Esperanza Santos).

Una memoria en ruinas

Sobrevive en la topografía urbana alcalaína una manzana muy peculiar, en la actualidad desgajada de sus lindes y con unas ruinas inquietantes. Durante un tiempo no tan lejano lo delimitaban tres presidios jalonados por una ristra de garitas que trataban de prevenir posibles fugas. La Prisión Militar, Talleres Penitenciarios, un cuartelillo de la Guardia Civil, la huerta de los presos y La Galera al fondo, que ponía lúgubre punto final al plano de una ciudad que tuvo un pasado universitario. Más allá el río y en un lateral el humilde barrio Venecia. Hoy el progreso parece ser que tiende hacia el olvido: el presidio castrense donde sufrió condena Javier Pradera —porque conservaba su fuero militar en aquellos tiempos— se ha transformado en el aula de música de una recuperada universidad; los muros tras los que “pernoctaron obligatoriamente” desde Juan March, Bobby Deglané, Ricardo Zamora, Agustín Muñoz Grandes por la derecha, hasta más tarde José Hierro, Nicolás Sánchez Albornoz, Ricardo Muñoz Suay o Pablo G. del Amo por la izquierda, acoge ahora un confortable Parador que recibe a turistas ignorantes de su trágico pasado. En la huerta de los presos se erigió el contundente edificio del Archivo General de la Administración que semeja en transatlántico varado. Se arrasó un cuartelillo de la Guardia Civil que taponaba el esquema de una calle y ocultaba los restos de la iglesia del antiguo Convento de San Cirilo, convertida primero en caballerizas por la benemérita y más tarde en Sala de Teatro Universitario de fugaz existencia. Enfrente se demolió de inmediato los restos del edificio calcinado que albergaba la carpintería de la penitenciaría; incendiado fortuitamente en el verano de 1974 y en el que doce reclusos y el jefe de taller perecieron entre las llamas. Hasta hubo una Sección Abierta donde dormía “El Lute” cada noche, cuando se ensayaba su reintegración a la sociedad.

Reclusas acompañadas de sus hijos, junto a algunas de las autoridades penitenciarias; todos retratados en el patio central de La Galera, el día de Reyes de 1962 (Foto: Panta).

La Galera

Esa fachada, observada con la misma perspectiva visual que Juana Doña pudo contemplar desde “fuera” por última vez, cuando antes de marchar hacia la libertad, dedicó su recuerdo a todas las que aún permanecerían tras aquellos muros. Esa fachada donde ahora todo son ruinas que contemplamos desde la tristeza evocadora de una infancia que creímos feliz. Ruinas que tal vez tan solo representen una metáfora justiciera, empeñada por emborronar la barbarie vengativa hacia aquellos vencedores que trataron de convertir –como el título del libro de Rodolfo y Daniel Serrano– Toda España era una cárcel (Ed. Santillana). Las inclemencias metereológicas y –sobre todo– unos irresponsables apáticos (autoridades universitarias y municipales), han tratado de derribar, de destruir, de desgajar, con la pasividad que infiere la ignorancia, los muros donde muchas mujeres (políticas y comunes) permanecieron encerradas. Ya todo son lamentables escombros; ellas hace tiempo que desaparecieron, no se dieron a la fuga, sino que tras la libertad algunas publicaron sus desgarradores testimonios, como fue el caso de María Francisca Dapena, Sr. Juez, yo fui presa de Franco (Ed. Haramburu) y el de Juana Doña. Regresar a sus páginas es recordarlas. Un ejercicio más de memoria histórica. En cuanto al destino final de los escombros de este presidio, consentidos hasta ahora por la autoridad incompetente, es posible que terminen transformados, a lo peor –gracias a la especulación inmobiliaria– en una urbanización de lujo. (Carabanchel en la memoria) De este modo se tranquilizarán algunas conciencias y se arrasará definitivamente el muñón de aquella manzana funesta de otro tiempo, cuando jalonada por garitas que trataban de poner puertas al campo, encarcelaban la libertad. Un baldón incómodo e innecesario para una ciudad que hoy alardea de ser Patrimonio de la Humanidad.