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Juanito Valderrama, leyenda sonora para un tiempo de silencio / Por Vicente Alberto Serrano

Juanito Valderrama, leyenda sonora para un tiempo de silencio   /   Por Vicente Alberto Serrano

Luces y sombras

Si André Breton hubiese tenido noticia de las primeras estrofas de aquella copla de Juanito Valderrama, la habría incorporado de inmediato y en un sitio preferente a su Antología del humor negro (Ed. Anagrama): «Me voy hacer un rosario / con tus dientes de marfil ⁄ para que pueda besarlo ⁄ cuando esté lejos de ti…». Nacimos sin televisión. Rascando sabañones y arrimados a la radio; no nos quedó otro remedio que configurar así la leyenda sonora de nuestra infancia. Algunos años más tarde Manuel Vázquez Montalbán reuniría en el Cancionero general del franquismo (Ed. Crítica) todas las letras de historietas argumentales a las que, en la edad de la inocencia, nos empeñamos por convertir en imágenes de lo no vivido. Eso a pesar de la dificultad añadida, al tratar de desentrañar versos tan incomprensibles como los iniciales de El emigrante o quedarnos con la duda para siempre de dónde se apoyaba la protagonista de Ojos verdes, porque ignorábamos entonces qué podría ser aquello del «…quicio de la mancebía». Respecto a mancebos –más allá de La Celestina– solo conocíamos los de las boticas.

Nacimos sin televisión, rascando sabañones y arrimados a la radio.

La muerte del Piyayo

Eran otros tiempos, entre los temas recurrentes en la programación de ‘EAJ-61 Radio Jaén’, estaba La muerte del Piyayo, interpretada por soleares en la voz de Juanito Valderrama. Es muy posible que la memoria me traicione, pero yo recuerdo haberla oído, más de una vez, tras el ‘Parte’ de las dos y media y antes de las necrológicas. Seguramente se deba a mi imaginación calenturienta, a la que siempre le perturbó el dramático final: «…de aquel gitano reviejo que pa mantener a su gente no daba descanso al cuerpo». Ahora, en esta última vuelta del camino se me antoja el capricho de regresar a Valderrama y a su Piyayo, porque descubro además que al inicio de esas amargas soleares se contiene toda una declaración de principios, muy cercana en su contenido a la fugacidad de la vida, tan presente en los versos de Manrique, Lope o Quevedo: «To en este mundo es mentira / no hay más verdad que la muerte / y no hay quien me lo contradiga».

Camino de Lucena

Hace algo más de un siglo nació Juanito Valderrama, en Torredelcampo, población a 13 kilómetros de Jaén. En aquella lejana infancia, cuando viajábamos con mis padres en el tren del aceite, camino de Lucena, siempre nos gustaba adivinar, a mi hermana y a mí, su legendario chalet, cuya característica esencial consistía en que estaba coronado por una veleta en forma de guitarra.

La voz limpia, clara y siempre juvenil del maestro de Torredelcampo, se mezclaba con los tonos maduros y ya algo cascados del noi de Poble Sec. (Valderrama y Serrat durante un recital).

Un sombrero semoviente

En el interior de una taberna de Jaén, escondida en un oscuro callejón cercano a la calle Maestra y a la Catedral, conocí a aquel que muchas tardes ‘mataba’ al Piyayo en las ondas radiofónicas locales. Se encontraba en compañía de mi padre. Nadie supo explicarme nunca, por qué las barras de las tabernas eran tan altas, o es que simplemente los andaluces éramos tan bajitos. Reconozco que yo era un niño y por tanto mi ángulo de perspectiva era aún más bien escaso. Mi padre, al otro lado de la barra hacía magia Borrás, porque parecía charlar con un sombrero de ala ancha que se movía por el mostrador de un lado para otro. Al salvar la esquina de la barrera alicatada, fue cuando descubrí, con sorpresa, que bajo ese sombrero semoviente, se escondían dos ojillos achinados, la simpatía de una sonrisa acogedora y la dulzura de una voz con un acento muy cercano al melódico tono de la campiña cordobesa. Pasado el tiempo, cada vez que escucho el Romance de Curro el Palmo evoco de nuevo la simpatía de aquel que nos narraba sugestivas historias cantadas en las tardes de radio.

Serrat-Valderrama

No es preciso aclarar que Serrat supuso para muchos de nosotros la recuperación de una narrativa musical que habíamos abandonado cuando apagamos los receptores y nos encandilamos con la televisión. Aparte de saber musicar con acierto y sensibilidad los versos de Antonio Machado, Miguel Hernández y Salvat-Papasseit, logró también construir sus propias historias personales, seguramente basadas en largas horas pegado a la radio galena. Desde Elena Francis a Quintero, León y Quiroga, pasando por Basora, César, Kubala, Manchón…, sumergido entre las sombras de esa: una, grande y libre que se impartía desde la Formación del Espíritu Nacional. Por tanto la patética presencia de su personaje Curro El Palmo, que entre palma y palma la fue palmando, se convirtió en un prólogo emblemático y enternecedor para no olvidar nunca a aquellos héroes de la copla que nos descubrieron una nueva narrativa. Más aún cuando, en una genial versión, la voz limpia, clara y siempre juvenil del maestro de Torredelcampo, se mezclaban con los tonos maduros y ya algo cascados del noi de Poble Sec.

Una equivocada ortodoxia

También deberíamos señalar que durante años, los más renombrados flamencólogos, ningunearon sistemáticamente su figura y su cante en rigurosos estudios y amplias antologías. Dentro de una equivocada ortodoxia, la reconocida sabiduría de mi amigo Fernando Quiñones –admirador profundo de El Beni y Pericón de Cádiz– se mostraba bastante injusto con Valderrama, cuando le acusaba de ser: «…una filoxera de gorgoritos y repipieces que nada tienen que ver con el cante por alegrías ni ningún otro cante puro que pueda llamarse tal». Confundía aquellos éxitos suyos en la radio, que conformaron buena parte de un equívoco cancionero franquista (El emigrante, Madre hermosa, De primera comunión, Pena mora, El polizón…), pero se olvidaban los puristas que Valderrama nunca llegó a postergar los palos fundamentales del flamenco hasta el final de sus días. Desde sus ásperos comienzos durante la República; por entonces La Niña de la Puebla supo reconocer su voz privilegiada y lo acogió en su compañía, debutando en diciembre de 1935 en Madrid. El alzamiento militar les sorprendió de gira por Almería y él optó por regresar a la capital, formando parte de la compañía del Niño Ricardo durante los primeros meses de la guerra. Después se vio obligado al reclutamiento forzoso, llegando a combatir en las filas de la CNT hasta que logró zafarse del servicio activo y fue ganándose la vida, junto a Pepe Marchena y el Niño de Utrera, cantando para los militares republicanos. Mas tarde, durante buena parte de la larga dictadura consiguió, al igual que Manolo Caracol, mantener compañía propia como única alternativa para intentar llenar teatros con el folklore de la copla, frente a la penosa situación por la que atravesaba el flamenco, refugiado en colmaos, ventas y reuniones semiclandestinas, casi siempre sometido a las veleidades de los señoritos.

Dos ejemplos de la amplia discografía de Juanito Valderrama.

El recital de La Unión

Existe una grabación que se registró en el año 2000 durante un recital en La Unión, cuna del cante de las minas. La voz de Juanito Valderrama recorrió en directo, con su saber, simpatía y genialidad, muchos de los palos en los que siempre fue un maestro: malagueñas, soleares, cartageneras, tarantos, seguidillas, martinetes, deblas, farrucas, guajiras y un soberbio homenaje al fandango como recuerdo emocionado y agradecido a sus grandes maestros: Pepe Pinto, Caracol, Melchor de Marchena, El Peluso y por supuesto, Manuel Vallejo.