Desde hace un año vivo en un piso alto que me permite ver, cada cuatro semanas, la brillante esfera de la Luna llena que recorta las siluetas barrocas de las iglesias de Alcalá. En las noches de plenilunio subo la persiana del ventanal de mi alcoba, admiro el espectáculo de doña Catalina iluminando los nidos de cigüeña de la iglesia de Santa María y dejo la mente volar. Y con el vuelo llegan las preguntas: ¿Por qué veo siempre la misma cara de la Luna? ¿Por qué los cráteres de la superficie lunar son redondos? ¿Por qué la Luna (y la Tierra y todos los planetas) son esferas casi perfectas? ¿Por qué la cara oculta de la Luna tiene menos cráteres que la cara que siempre vemos? Estas son, expuestas con la mayor brevedad de la que soy capaz, las respuestas.
Empezaré por recordar lo que aprendimos en la vieja Enciclopedia Álvarez. La Luna, satélite de la Tierra, gira alrededor de esta. Lo que no decía, según compruebo ahora en el ejemplar que conservo como oro en paño, es que el tiempo de traslación de la Luna alrededor de la Tierra, aproximadamente 27,32 días, es exactamente el mismo que el de su propia rotación alrededor de su eje. Por eso vemos siempre la misma cara y por eso le dimos a la oportunidad a Pink Floyd de que grabasen uno de sus mejores discos The dark side of the Moon. Aquí les dejo el álbum completo.
Ahora, aunque soy consciente de la inteligencia de mis lectores, permítanme que se lo explique con un par de ejemplos: una noria de feria y un tiovivo. Si usted, Dios no lo quiera, se sienta inmóvil directamente sobre el eje de la noria, al mirar hacia abajo vería el techo de la cabina que estuviera más cerca del suelo antes de que la noria comenzara a girar. Cuando la noria hubiese dado un cuarto de giro, vería de frente (o de espaldas, dependiendo de la dirección del giro) a sus ocupantes. Cuando estos hubiesen dado media vuelta y estuvieran en su cénit, vería el suelo de la cabina. En tres cuartos de giro vería las espaldas (o los vería de frente) de los ocupantes. Al completar el giro, de nuevo en la parte de abajo, los habría contemplado literalmente de pies a cabeza. Habrían completado una “órbita” alrededor del eje de la noria, es decir de usted, que no habría girado sobre sí mismo.
Ahora súbase a un tiovivo mirando hacia el centro de la atracción que es donde está el eje de giro y un supuesto observador subido en la plataforma. Cuando hubiese completado un giro, el observador solo le habría visto de frente y no habría podido ver su espalda, al igual que ocurre con la Tierra y la cara oculta de la Luna. En el tiovivo usted habría dado una vuelta alrededor del centro de la atracción (la traslación de la Luna alrededor de la Tierra) y además habría dado una vuelta sobre usted mismo (rotación de la Luna alrededor de su eje). Por si no me he explicado bien, consulten este vídeo tan breve como didáctico.
Volvamos a lo nuestro. La cara visible de la Luna (también conocida en otras culturas como «el hombre de la Luna» o «el conejo de la Luna»), es la figura aparente que, echándole mucha imaginación o un poco de peyote, dibujan los cráteres lunares durante el plenilunio. Según las diferentes culturas que refieren este fenómeno, pueden verse también otras figuras que cada quien interpreta a su modo dependiendo del alucinógeno que haya tomado. Según la tradición cristiana, siempre presta a encontrar un culpable en el que Jehová pueda descargar su ira, el hombre fue pillado mientras acarreaba leña en sábado y castigado a la muerte por lapidación (Números, XV: 32-36). Pero dejémonos de monsergas y vayamos a lo nuestro.
Desmitifiquemos un poco y echemos un cuarto a espadas por Gagarin y los cosmonautas rusos. El personal, alienado por la propaganda capitalista, tiene asumido que la primera nave que llegó a la Luna fue el Apolo XI, con tres astronautas estadounidenses a bordo, en julio de 1969. Sin embargo, antes de que Neil Armstrong hollase nuestro satélite, varios vehículos robóticos recorrieron los 384.000 kilómetros que nos separan de doña Catalina para que los científicos pudiesen poner a punto las misiones tripuladas posteriores. Fueron los rusos quienes dieron los primeros pasos. Lanzado a bordo de un cohete Protón, el Lunokhod 1 alunizó sano y salvo el 17 de noviembre de 1970. Su aspecto recuerda al de un robot de una truculenta película “clase B”, pero fue construido utilizando lo mejor de la ciencia rusa de la época y, para pasmo de propios y extraños, continúa mandando señales como si tal cosa. El primer robot de aspecto moderno en alunizar fue el soviético Lunokhod 2, mientras que el Lunokhod 3 fue el primero en enviar imágenes de su superficie en 1959.
Cuando ese año llegaron a Tierra las primeras imágenes del lado oscuro de la Luna (le llamaron oscuro porque no se conocía, no porque la luz del Sol no llegara hasta allí. Hubiera sido más exacto llamarle oculto, pero así son las cosas) los astrónomos se dieron cuenta a la primera, como lo hubiéramos hecho usted y yo sin mayores conocimientos de Astronomía, de que, en ese lado desconocido, siempre de espaldas a nuestro planeta, no había ni hombre, ni conejo, ni nada que se le pareciera. Allí hay valles, montañas y cráteres, pero ninguno de esos extensos mares inertes [1]. Un misterio al que llamaron, vaya usted a saber por qué, el de Tierras Altas Lunares.
Aunque no fuera uno de los de Fátima, el meritado misterio tardó 55 años en desvelarse. En esas estaban, devanándose los sesos para desvelar tamaño arcano, cuando unos astrónomos de la Universidad de Pennsilvania lo desvelaron en un artículo publicado en 2014 en la revista The Astrophysical Journal que les dejo en este enlace para que se entretengan. Por no aburrirles mucho, lo que se concluía en aquel artículo era que, como consecuencia de su formación, la ausencia de mares en el pynkfloydiano lado se debe a una diferencia en el espesor de la corteza lunar.
La historia comienza hace 4.500 millones de años, cuando un objeto del tamaño de Marte, bautizado como Theia, chocó violentamente contra la Tierra. Como pueden imaginarse, a nadie le hubiera gustado estar en aquel infierno. En aquel colosal Armagedón, capas externas de la Tierra y de ese misterioso Theia salieron disparadas hacia el espacio y con el tiempo formaron la Luna. Ni que decir tiene, que después del impacto gigante, la Tierra y la Luna estaban muy calientes. La Tierra y Theia no sólo se derritieron; partes de ellas quedaron vaporizadas, creando un disco de roca, magma y vapor alrededor de nuestro mundo.
Para hacernos una idea sin más que consultar la Wikipedia, la situación era similar a la de los exoplanetas rocosos descubiertos recientemente muy cerca de sus estrellas. La Luna estaba de diez a veinte veces más cerca de la Tierra de lo que está ahora, y rápidamente asumió una posición de acoplamiento de marea con su tiempo de rotación igual a su período orbital alrededor de la Tierra. Desde entonces, probablemente la Luna siempre ha mostrado la misma cara. El anclaje de marea es un interesante producto de la gravedad de ambos objetos, del que me ocuparé en la próxima entrega. Lo prometo. De momento, créanme.
La Luna que, como explica la Enciclopedia Álvarez, es mucho más pequeña que la Tierra, se enfrió más rápidamente. Debido a que la Tierra y la Luna tuvieron un anclaje de marea desde el principio, la Tierra todavía caliente -más de 2.500 grados centígrados- emitía su calor hacia el lado cercano de la Luna. El lado lejano, lejos de la Tierra en ebullición, se enfrió lentamente, mientras que el que miraba hacia nuestro planeta se mantuvo fundido, creando una diferencia de temperatura entre las dos caras, fenómeno termodinámico que cualquiera puede comprobar arrimando el trasero o a una estufa.
Esa diferencia fue importante para la formación de la corteza lunar, que tiene altas concentraciones de aluminio y calcio, elementos que son muy difíciles de vaporizar y que se condensaron preferentemente en la atmósfera de su parte fría debido a que la cara visible todavía estaba demasiado caliente. Cientos de millones de años más tarde, ambos elementos se combinaron con silicatos en el manto de la Luna para formar un tipo de feldespatos que, a modo de armadura o cáscara, formaron la corteza de la Luna. La cara oculta tiene más de estos minerales y es más gruesa.
Ahora, la Luna está completamente fría y no está fundida bajo la superficie. A principios de su historia, grandes meteoritos golpearon la cara visible, liberando grandes mantos de lava basáltica que formaron los mares que componen el famoso «hombre en la Luna». Los meteoritos también golpearon la cara oculta, pero en la mayoría de los casos la corteza era demasiado gruesa y no brotó basalto magmático, de forma que el lado oscuro está repleto de valles, cráteres y montañas, pero casi falto de mares.
Por eso es tan diferente, c.q.d. Más respuestas a mis yacentes cavilaciones en la próxima entrega.
[1] Si quiere usted ver un video del Polo Sur del lado oculto de la Luna filmado por la cámara de una de las naves gemelas GRAIL (Gravity Recovery and Interior Laboratory), lanzadas por la NASA en 2012, no tiene más que pulsar en este enlace.
(*) Manuel Peinado Lorca, biólogo, es catedrático de la Universidad de Alcalá