La Catalunya descompuesta / Por Antonio Campuzano

La Catalunya descompuesta / Por Antonio Campuzano

Las turbulencias que acompañan los resultados de las elecciones catalanas del 21 de diciembre se multiplican cada día que pasa hasta el punto de amenazar con arrancar de cuajo todo el escenario y sus acompañantes de los últimos meses. La configuración coral y nominal de actores corre el riesgo de verse alterada de tal modo que ya nada parecerá lo mismo. De la misma manera que el medio condicionaba los contenidos del mensaje, según algunos estudiosos de la comunicación, cabe pensar que podría suceder algo parecido en la acción que corresponda ahora emprender a los nuevos agentes de la representación catalana.

El ex presidente Artur Mas desapareció de la agitación de gobierno por las presiones de la CUP en el ejercicio de una voluntad violenta de cohonestar la actitud con su traducción pragmática. Hace unos días, Mas también ha desaparecido del liderazgo del partido PdCat, desaparecido en su nomenclatura como formación política ya en dos ocasiones en poco tiempo.

Su fundador, Pujol, está atenazado por la presión judicial por confesadas decisiones que comprometen su integridad penal y moral, con cuya descomposición ha infligido un daño irreparable a su historia relacionada con la idea nacionalista del territorio catalán.

Consellers y conductores ideólogos del último movimiento secesionista se encuentran procesados o algunos también encarcelados. Algunos de ellos ya no comparecieron electoralmente tras la aplicación del artículo 155. Otros, como Mundó, han renunciado a su acta de diputado sin llegar a tomar posesión de la misma.

La última voluntad del ex president Puigdemont pende de su traducción al lenguaje de los hechos, si bien aún continúa en celo político de máxima tensión porque su aspiración pública, sostenida por el buen comportamiento electoral, tropieza con obstáculos legales, lo que hace todavía más atractiva para él y sus electores el deseo de confrontación con las instituciones judiciales, precisamente porque entran en colisión con sus derechos más públicos que son los derivados de los réditos electorales.

La pregunta que está servida, entre otras muchas, es si todo este seísmo es consecuencia de la aplicación extraordinaria del artículo 155 que sirve igual para encauzar una anomalía jamás producida como para vehicular los exabruptos irracionales de fuerzas políticas generalmente anti democráticas. Es decir, que el 155 está indisolublemente unido a la domesticación arriesgada de un problema de Estado como al recurso que aclama y espera un sector arraigadamente adverso a la Constitución y a las libertades.

Quizá esta descomposición de situaciones en tan breve tiempo obedezca a una natural ruptura por los excesos cometidos que han corrido en paralelo con la necesidad de una no menos natural corrección de las cosas, toda vez que se han alterado todos los extremos y mecanismos de soporte. Emmanuel Carrère, en «Conviene tener un sitio adonde ir» (Anagrama, 2017), habla de la Rusia de Yeltsin como «la Rusia de los noventa, durante los dos mandatos de Yeltsin, era una economía de mercado decretada de la noche a la mañana». Esa rapidez también podría ser el riesgo acerado de Catalunya.