Desde La Oveja Negra
Aún recuerdo que las Historias Extraordinarias de Edgar Allan Poe (Ed. Plaza&Janés) perturbaron más de una noche los sueños de aquella ya tan lejana infancia. La lectura de sus inquietantes relatos atemorizaron mi imaginación de tal manera que algunas imágenes se han mantenido en mi inconsciente durante años con una potencia inusitada. Tal vez sea por eso que una tarde de otoño, apostado al comienzo de la calle del Río Miño con La Galera en ruinas frente a mí, se perfilaron deshilvanados, pero con total nitidez, algunos párrafos de El hundimiento de la Casa Usher: «No sé cómo fue, –relata Poe– pero a la primera mirada que eché al edificio, invadió mi espíritu un sentimiento de insoportable tristeza. Miré el escenario que tenía delante: la casa, las frías paredes, las ventanas como ojos vacíos… con tan compleja depresión de ánimo, que ya no podía compararla propiamente a otra sensación terrena».
Casa tomada
Años atras descubrí que uno de mis escritores favoritos había traducido al castellano los Cuentos Completos de Edgar Allan Poe (Alianza Ed.). Fue entonces cuando entendí porque el final del relato de Julio Cortázar, Casa tomada, también producía en mi ánimo una inquietud semejante a las grietas de aquel caserón de cuento gótico. «Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada».
La llave en la alcantarilla
Aquel atardecer de otoño, desde la esquina de la calle de Río Miño, con La Galera en ruinas frente a mí. Imponente conjunto arquitectónico que en su día fuese Penal de Mujeres. Yo también, abatido por los recuerdos, pretendí hacer literatura. Creí ver revolotear un cuervo que entraba por alguna de las ventanas destrozadas del tercer piso y parecía que se encaramaba sobre una de las vigas abatidas, en el interior de lo que un día fuese el despacho de mi padre. Sin embargo esa tarde no me acompañaron ni Edgar Allan Poe, ni Julio Cortázar, ni siquiera las putas que, al final de la calle, en días lejanos alegraban la imaginación calenturienta de la tropa que se conformaban con miradas lascivas, apoyados en la barra de “Casa Aurelio-Salón de Recreo”. Entonces me sentí también abandonado por la literatura y regresando a la realidad me pregunté: ¿Quién sería el que tiró la llave a la alcantarilla para dejar que La Galera se hundiera? Porque no naufragó en mares procelosos, sino en la serenidad de la llanura castellana, con la única humedad del cercano Henares.
El Convento de San Cirilo, dentro de los límites
Se conmemora en estos días el vigésimo aniversario de la Declaración de la Ciudad de Alcalá como Patrimonio de la Humanidad. Se ha editado un libro que contiene el expediente original que se presentó al Patrimonio Mundial de la Unesco. Uno de los responsables de aquella aventura, el arquitecto Cristobal Vallhonrat, añade al comienzo de sus páginas, un extenso texto que sobrepasa las dimensiones de los prólogos de carácter institucional. Se trata de una detallada relación de cómo se sucedieron los hechos. Allí hemos leído que por lo visto uno de los evaluadores del proyecto, el arquitecto francés Didier Repellin sugirió la modificación del área histórica para incluir el antiguo Convento de San Cirilo (La Galera) dentro de sus límites.
Así que pasen 20 años
El trazado que se replanteó entonces parece que se ha ido desdibujando en el olvido. Quedó demolido el cuartelillo de la Guardia Civil que taponaba y ocultaba la iglesia, convertida más tarde en sala de teatro universitario. Durante algunos años ofreció un buen repertorio de dramaturgia alternativa. Hace tiempo que sobre su escenario no resuenan siquiera el eco de las voces. En cuanto al soberbio conjunto penitenciario colindante, ya se empeñan los años de abandono en ir pudriendo su historia. Tal vez porque ninguna institución se ha preocupado por buscar la llave en la alcantarilla. Coronando la verja de entrada aún se conserva una fecha oxidada: P. M. 1883. El 18 de agosto de 1934, la revista Estampa llevaba a su portada la noticia de la renovación del edificio, que pasaba de ser Prisión de Mujeres a Primer Campo de Concentración de Vagos y Maleantes (sic). En mayo de 1935, en las páginas de Crónica se iniciaba una serie de cuatro capítulos para informar a sus lectores sobre la vida cotidiana en la Casa de Trabajo para Vagos y Maleantes de Alcalá de Henares.
Pepa Flores, Juana Doña y María Francisca Dapena
Tras la Guerra Civil, La Galera volvió a convertirse en Prisión de Mujeres. Debieron llevar a cabo una reforma integral porque en 1961 su aspecto exterior recordaba el de una flamante Residencia de Señoritas; se habían remozado las fachadas y se accedía al rastrillo a través de un portón de cristales blindados, enmarcado por todo un frente de pavés. El mobiliario de despachos y oficinas, metálico y tubular, parecía importado directamente de la Bauhaus. Sin embargo, una vez se llegaba hasta la rotonda interior, la visión de la siniestra galería de celdas, nos descubrían la realidad: aquello no era precisamente una Residencia de Señoritas sino una penitenciaría para reclusas –políticas y comunes–, acorde con larga noche del franquismo. (Pepa Flores dedicó un tema musical a la Galería de perpetuas). Pero más allá de esa canción con desgarrado final, existe una literatura testimonial, sobrecogedora. Juana Doña fue militante del Partido Comunista desde los inicios de la República. La dictadura vencedora la condenó a muerte en 1947; conmutada la pena pasaría dieciocho años en prisión. En el capítulo final de su novela-testimonio Desde la noche y la niebla, mujeres en las cárceles franquistas (Ed. de la Torre), describe con sobrecogedora minuciosidad el traslado desde el lúgubre Penal de castigo de Guadalajara, su llegada a la Prisión Central de Mujeres de Alcalá y su todavía larga estancia de reclusión. Alfonso Sastre escribe en el prólogo: «Es por lo que tienen tanta importacia testimonios como éste que nos comunican con mundos tan difícilmente comunicables», páginas más adelante Juana Doña trata de relatar la sensación primera al percibir en el patio las hojas de una acacia. Llevaba seis años sin ver una flor. «Allí ¡había árboles!, veinte acacias –escribe– rodeaban las anchas aceras del patio principal». De todos modos inmediatamente denuncia que no puede haber buenas prisiones, pero como en el penal de Guadalajara: «Todo fue violento, tiránico, despótico minuto a minuto, al llegar a esta prisión me pareció que salía de las tinieblas». Experiencias parecidas describe la pintora y poeta vasca María Francisca Dapena en su libro ¡Sr. Juez! soy presa de Franco (Ed. Haranburu), unas desoladoras memorias, repletas de ternura e indignación. Testimonio sobrecogedor que se articula en una serie de capítulos que arrancan en la Comisaría de Bilbao y la Prisión Provincial de Larrinaga, continua con la terrible experiencia en la cárcel de Ventas, describe el Consejo de Guerra, donde fue la única mujer juzgada. Condenada a cuatro años y trasladada inmediatamente al Penal de Alcalá de Henares; allí cumpliría una condena de 22 meses. Más tarde se establecería por un tiempo en París. Murió en Bilbao en 1995. Al penal de Alcalá dedica más de la mitad de las páginas de su libro. Describe en ellas, con pinceladas certeras, no solo el oscuro abatimiento de esa insoportable e injusta falta de libertad, sino a todos y cada una de los personajes que la rodean: presas, funcionarias, monjas, los mandos y hasta el capellán, cargando las tintas sobre los más crueles y agradeciendo el trato de unos pocos.
Una montaña de escombros
Al final del relato, el personaje de Poe afirma que huye aterrado de aquella mansión. Que al volverse, percibe una grieta dibujada en zigzag desde el tejado hasta la base del edificio, y cómo la fisura se ensancha rapidamente mientras su espíritu vacila al ver hundirse los poderosos muros de la Casa Usher. Desde la calle Río Miño toda La Galera se muestra hoy como una olvidada ruina. Hace muchos años que desaparecieron sus reclusas, quiero imaginar que hacia la libertad. Ahora el conjunto de edificios solo espera esa grieta en zigzag que desmorone todos los recuerdos y los convierta en una montaña de escombros, que por supuesto tendrán que soportar los sufridos vecinos del barrio de Venecia. Me temo que muy pronto se derrumbará por completo ese conjunto que un arquitecto francés se empeñó en que formase parte del Patrimonio de la Humanidad. Esperamos que no perturbe el descanso de los huéspedes del Parador cercano; por cierto también fue un Centro Penitenciario.