La Impersona contra Almudena Grandes / Por Antonio Campuzano

La Impersona contra Almudena Grandes / Por Antonio Campuzano

Almudena Grandes se ha muerto en edad que no le correspondía a tan abrupto final. La novelista no concedía terreno para la duda en sus manifestaciones y predilecciones políticas. Pero el momento tanatorio en España se expande con tal facilidad que en seguida se han producido ensanches de simpatía, incluso por gentes alejadas humana, académica y literariamente al ya fenómeno Almudena Grandes.

Los excesos de camaradería con los difuntos no tienen enmienda a la totalidad en nuestro país. Si alguien desaparece en la flor de la vida y es famoso y rutilante, inmediatamente, con la ayuda mediática siempre al quite, se genera una espiral de simpatía que crece sin parar hasta el extremo de la irracionalidad y la desembocadura de una realidad de desmesura y explosión fatuas. Ni siquiera su familia, con Luis García Montero como principal exponente, es capaz de taponar esa corriente de vaporosa camaradería irreal y artificial en igualdad de proporciones. Es entonces llegado el momento en que las instituciones, en este caso las locales, ponen remedio a ese estado de alejamiento de la realidad.

Quienes conforman la mayoría de votos en el sustento del gobierno de derechas del Ayuntamiento de Madrid han mandado parar y abrir el grifo de la vuelta a la normalidad. No sería descartado pensar que la propia difunta no quería solidaridades tan insinceras. Pero por si acaso, el alcalde Almeida, Ortega Smith y Begoña Villacís, desde sus respectivos huecos de responsabilidad, han optado por la posición de perfil, la misma que piden los radiólogos y los funcionarios de filiación de la policía. No al nombramiento de hija predilecta a Almudena Grandes. Las razones apuntadas despejan la significación política, anuncian defectos de forma….y nadie se lo cree.  En la nómina de hijos predilectos y adoptivos de la ciudad de Madrid hay nombres que producen sarpullidos de piel y de corazón. El primer edil, abogado del Estado de oposición, ha sacado de su dispensario una cuestión reglamentaria para objetar la negativa y eso le hace incluso más precario en su defensa de posición. Mejor el silencio que un reglamento.

Carlos Luis Álvarez, Cándido, en una de sus tribunas gloriosas decía que “la burocracia es el asiento objetivo de los Estados, es su justificación terrenal”. Hannah Arendt, dice Hans M. Enzenberger, sostenía que la burocracia “es la dominación sobre las leyes y las personas de anónimas oficinas y ordenadores”. Martínez Almeida ha dado el pésame con un reglamento, en medio de la frialdad de Ortega Smith, que esta vez no ha pronunciado barroquismos. O el cálculo y la equidistancia de esa musa falsaria en que se ha convertido Begoña Villacís, dueña de la prestidigitación de una posición política llamada todavía municipalmente Ciudadanos. La mezquindad es deplorable siempre, si bien en este caso casi se convierte en agradecimiento porque si se suman todas las regurgitaciones de estos grupos contra lo dicho y escrito por la autora fallecida, se haría una bola de digestión improbable en este momento reconvertido en condolencia y pésame. Pero una vez más quedan en posición de firmes las posturas de cada cual.

Se ha muerto prematuramente con más destello de pena del habitual una escritora de estatura objetivamente grande y con barniz político indudable; y la respuesta obtenida por los mandatarios de la ciudad donde vivía y sobre la que narraba ha sido la desviación de la mirada, el giro de cabeza.

Octavio Paz, en su monumental El ogro filantrópico, tiene palabras para ello: “Frente a la injusticia, la frialdad es complicidad”. La reacción municipal ha sido injusta y fría. Sigue el mexicano en ese libro con una sentencia conmovedora, “el Estado es la Impersona”. Almeida ha sido el Estado.