A lo largo de todo nuestro desarrollo, los humanos nos enfrentamos a ocho situaciones de crisis, tal y como estableció el psicólogo y psicoanalista Erik Erikson. De estas ocho crisis, las cinco primeras tienen lugar a lo largo de la infancia y adolescencia, y permiten un análisis del crecimiento muy interesante a tener en cuenta a la hora de educar y de enseñar. Nos permite extraer lo mejor de cada uno de nuestros alumnos, teniendo en cuenta su estilo de aprendizaje.
Erikson describe en qué momentos de la vida tienen lugar estas crisis, y establece la importancia de alcanzar, en cada una de ellas, un equilibrio entre los dos extremos. A continuación, explicamos las cinco de ellas que tienen lugar durante la infancia y adolescencia.
1. Confianza contra desconfianza
Esta crisis (como la siguiente) tiene lugar durante los tres primeros años de edad.
El exceso de confianza, en uno de los dos extremos, se produciría cuando los adultos protegen en exceso al infante. Por ejemplo, acuden tan pronto llora el niño. En el otro extremo, la desconfianza es resultado de no recibir atención en sus necesidades básicas, y genera retraimiento.
El punto medio entre ambos extremos, el equilibrio, se puede observar cuando el niño es capaz de esperar sin demasiada exigencia o rabietas a conseguir su meta.
2. Autonomía frente a vergüenza
Un exceso de autonomía, es decir, dejar que los niños hagan y deshagan sin normas y límites, genera impulsividad. Pero cuando coartamos demasiado, o no dejamos jugar, tocar, experimentar, probar, o lo hacemos todo por ellos, generamos personas dependientes, que no aceptan el error.
Habrá equilibrio en esta etapa cuando a los pequeños se les permite hacer cosas con la apropiada prudencia y de acuerdo a sus capacidades.
3. Iniciativa frente a culpa
En la tercera etapa, a la edad de tres a cinco años, encontramos los extremos de la iniciativa y la culpa. Cuando la curiosidad y la imaginación no tienen límites y normas podemos fomentar la crueldad: de mayores, no les importará pasar por encima de alguien con el fin de lograr su objetivo. Considerarán que los demás son débiles.
En el otro extremo está la culpa, resultado de no dejar que el niño experimente y de castigarlo y criticarlo de forma continua por sus errores. Se inhibe a sí mismo de intentar hacer cosas para evitar equivocarse o sentirse culpable.
Un equilibrio adecuado en esta etapa se logra cuando los niños y las niñas tienen propósitos y se sienten capacitados para guiar a otros.
4. Inferioridad frente a industriosidad
Esta crisis sucede entre los seis y los once años. En el extremo de la inferioridad, el niño siente que no puede hacer cosas, que no es capaz de avanzar, aprender y pertenecer a un grupo. Es importante reconocer el esfuerzo que el niño realiza a la hora de valorar una tarea. Si se mantiene en el tiempo este extremo, se genera la inercia, incapacidad de moverse hacia un fin. Es decir, no tiene la confianza suficiente para desarrollar los desafíos a los que se enfrenta y gestionar sus emociones ante el fracaso.
En el otro extremo, hablamos de industriosidad: niños que alcanzan sus metas, pero con una libertad sin límites.
El equilibrio está en el afrontamiento de retos y desafíos que se les presentan en la vida, utilizando sus habilidades y capacidades y ante las situaciones de fracaso gestionar la frustración, valorar qué pueden conseguir y que no.
Los padres y docentes debemos valorar el esfuerzo, dar reconocimiento a lo conseguido, no tanto al objetivo final, y orientar en la gestión de las emociones cuando no se consigue el resultado final.
5. Identidad contra confusión de roles
Con la pubertad, y hasta los 20 años aproximadamente, los extremos que entran en fricción son el papel preponderante de la identidad (el adolescente considera que su forma de ser es única, no existe el color gris en las situaciones difíciles) frente a una ausencia de criterio propio (el adolescente se integra en grupos conflictivos intentando ser alguien antes que ser nada).
El equilibrio en esa etapa consiste en que el adolescente conozca sus cualidades, sus fortalezas, la posibilidad de descubrir su rol y vivir integrado en la sociedad.
Trabajo en los centros educativos
Los docentes podemos trabajar esta quinta crisis a través de diferentes actividades en clase, como la actividad de “las manos”: pedimos a los alumnos que dibujen sus manos en un folio. En la mano derecha, escribirán su nombre y cuatro cualidades de sí mismos y en la mano izquierda, los compañeros escribirán aspectos positivos que destacan de él o ella, por tanto, el folio rotará por toda la clase. Al final, cada uno lee las cualidades en voz alta.
Es importante dejar que nuestros estudiantes e hijos tengan la oportunidad de enfrentarse a riesgos –no peligros–, permitiéndoles descubrir sus cualidades, sus capacidades ante los desafíos que se generan en la vida y los que como profesores podamos generar en el aula. Es la manera de ver si hay capacidad de gestión de frustración, manejo de grupo, liderazgo, creación y pertenencia de grupo. Si no es así, tenemos el deber de guiar al alumno en la gestión de sus emociones.
Reina Castellanos Vega es profesora asociada en la Facultad de Educación de la Universidad de Zaragoza.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.