¿Es “nueva normalidad” un término adecuado para nombrar lo que estamos viviendo en este momento? Lo cierto es que cuando se asigna un nombre a algo abstracto como es un periodo de tiempo, se le dan a este ciertas connotaciones. La “nueva normalidad” es el periodo de tiempo que siguió a las fases 0, 1, 2 y 3 de desescalada o des-confinamiento. Al dividir el tiempo de esta manera se podría pensar que la “nueva normalidad” representa una línea de meta, sin embargo, según se afirma, esta línea de meta se sitúa en la introducción de una vacuna o fármaco contra el virus, que se estima que sea a partir de enero de 2021. Es este hito el que marcará un antes y un después respecto al control del virus y por tanto de esta pandemia.
De esta manera y usando la analogía de una maratón, lejos de encontrarnos cerca de la línea de meta o haberla cruzado, nos encontramos acabando la primera mitad, lo que puede generar momentos de estrés e incertidumbre. Esto se suma al hecho de que dicho periodo ha discurrido durante los meses de verano, en los que muchos ciudadanos se toman sus vacaciones con la finalidad de evadirse.
La “nueva normalidad” es un periodo de tiempo similar a los anteriores, marcado por la prevención de nuevos contagios y atención médica a los casos positivos, lo que supone para las personas constantes cambios en su rutina y circunstancias sociales, económicas, laborales, académicas, etc. El hecho de tener que modificar las rutinas, la gran incertidumbre, el riesgo de contagio y los nuevos repuntes suponen en muchas personas un nivel de estrés considerable.
En la última versión del Manual Diagnóstico de los Trastornos Mentales, DSM-5 (American Psychiatric Association) se afirma que las personas que han pasado por situaciones adversas o que en la actualidad se ven sometidas a cambios considerables en su funcionamiento ordinario podrían llegar a experimentar síntomas y/o trastornos incluidos dentro del grupo de “Trastornos de ansiedad relacionados con traumas y otros factores de estrés”. Estos engloban entre otros, Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) y Trastorno de Adaptación, en ambos se da la presencia de preocupación, temor excesivo, tensión o activación que provoca un malestar notable o un deterioro clínicamente significativo de la actividad de la persona y parten de la definición de estrés como aquel proceso que se desarrolla cuando las demandas o exigencias del medio superan los recursos o habilidades de la persona.
El contexto pandémico es un medio muy exigente y cambiante en el que la rutina del ciudadano viene marcada y pautada por la evolución de un virus que ha amedrentado y sigue amenazando la salud pública. Esto hace que la capacidad de adaptación del individuo se esté poniendo a prueba continuamente y que no siempre los recursos o las habilidades con las que el individuo cuenta sean suficientes para abarcar lo que el contexto acarrea, pudiendo presentar así sintomatología relacionada con este grupo de trastornos mencionados anteriormente.
En el caso del TEPT, el foco de los síntomas residiría en la vivencia de un hecho traumático, como podría ser el periodo de meses confinamiento, la muerte de un ser querido durante la pandemia o conflictos con la familia o la pareja durante este tiempo. Algunos de los síntomas, entre otros, que se podrían presentar son la evitación o tendencia por evitar el hecho traumático, que explicaría ciertas conductas, emociones o pensamientos como, por ejemplo, el miedo a salir de la propia vivienda, no acudir a eventos sociales o la renuncia a actividades placenteras desempeñadas con anterioridad a la pandemia. El estado de hipervigilancia es otro de estos síntomas, lo que podría explicar algunos signos de hipocondría, como estar continuamente desinfectándose a uno mismo y lo que le rodea, no querer mantener ningún tipo de contacto físico hasta el aislamiento o sentir constantemente el peligro de contagio en cualquier situación.
Por otro lado, en el caso del Trastorno de Adaptación, se estaría hablando del intento fallido de adaptación a un contexto altamente demandante, como puede ser la pérdida de empleo, la vuelta al puesto de trabajo bajo ciertas condiciones excepcionales o la incertidumbre provocada en la población al no poder predecir la evolución del virus y por tanto del devenir económico y social.
Estos síntomas pueden venir acompañados de cambios o empeoramiento del estado de ánimo de la persona, como tristeza, angustia o irascibilidad, así como desórdenes en los patrones de alimentación y sueño.
Tener seguridad ante esta situación
La sensación de control sobre las situaciones que acontecen otorga al individuo más seguridad, lo que puede aliviar ciertos síntomas. Sin embargo, este contexto pandémico se caracteriza por la incertidumbre y lleva en ocasiones al individuo a una sensación profunda de desasosiego, impotencia o derrota.
Sin embargo sí que existen ciertos aspectos que pueden hacer ganar a las personas algo de seguridad y así potenciar su capacidad de acción sobre su propia rutina, como por ejemplo, respetar las medidas de higiene y prevención, tratar de no anticipar situaciones negativas que no se han dado, explorar nuevas actividades que puedan llevarse a cabo en este contexto, normalizar que ciertas actividades pueden suponer o causar sentimientos de miedo o angustia para ir exponiéndose a estas con precaución y de forma paulatina o aceptar que “la nueva normalidad” no es “normalidad usando mascarilla” sino un paso más hacia el control de este virus.
La aceptación no tiene por qué implicar disfrute en sí misma, sin embargo, puede suponer un beneficio a largo plazo para la salud física y mental de uno mismo y de la sociedad.
Beatriz Ostalé es sicóloga en el Centro Médico Complutense (Grupo Virtus)