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La selección: entre el porno y los dinosaurios de juguete / Por Lola Delgado

La selección: entre el porno y los dinosaurios de juguete / Por Lola Delgado

No es una sorpresa para nadie eso de que los menores empiezan cada vez antes a interactuar con las pantallas. Lo realmente sorprendente es que a los 8 años muchos de ellos ya estén consumiendo porno. Sí, 8 años. Al tiempo que a esa edad todavía juegan con dinosaurios de goma porque los de plástico pueden rasparles la piel, abren sus ordenadores y, sin supervisión de un adulto, ven porno a sus anchas.

Hay familias que creen que sus pequeños están a salvo. “Mi hijo aún no usa móvil”, argumentan, como si la pantalla de una tablet o del portátil que tienen en su habitación para ver películas de Pixar les impidieran acceder a contenidos pornográficos violentos, inapropiados para un menor o, a fin de cuentas, irreales.

Sexo explícito, con acceso fácil, distribución mediante internet masivamente gratuita, alta calidad y orientadas a generar excitación sexual. Esas son las características de la nueva pornografía, esa a la que acceden cada vez más niños porque no existen medidas eficaces de control y que tiene causas preocupantes, pero consecuencias gravísimas.

Mooremedia/Shutterstock

Muchos adolescentes consumidores frecuentes de porno no distinguen entre la ficción de la pornografía y sus propias experiencias sexuales. Por eso acaban considerando algo normal el sexo con menores, vídeos fruto del abuso o la explotación sexual de mujeres. Y por eso las chicas son, al final, las más perjudicadas de todo este asunto.

A través de nuestros artículos en The Conversation hemos evidenciado la estrecha relación entre pornografía, desigualdad de género, sexismo y violencia sexual. Y también la relación que existe entre consumo precoz de porno y violaciones. Si usted necesita entender con detalle qué hay detrás de este problema que está sobresaltando a la sociedad entera, aquí tiene seis preguntas sobre la pornografía actual (entre ellas, cómo se están enfrentando a este asunto algunos países de nuestro entorno).

Además, la exposición temprana a contenido sexual explícito puede distorsionar las percepciones sobre la intimidad, contribuyendo a expectativas poco realistas y conductas de riesgo, como no usar protección en las relaciones sexuales. También se ha observado que el consumo compulsivo de pornografía afecta a la salud del cerebro, alterando la plasticidad neuronal y aumentando la propensión a la adicción.

Estas son las consecuencias, pero ¿cuáles son las causas? ¿Qué predispone a un menor a consumir porno compulsivamente? Entre otras, una mayor impulsividad, el uso de alcohol y otras sustancias en el año previo, una menor vinculación emocional con los progenitores, alteraciones en el funcionamiento familiar y la violencia familiar.

Las alarmas han saltado y el Gobierno de España parece haberlas escuchado. El Consejo de Ministros va a aprobar la creación de un comité de expertos para generar un entorno digital seguro para los niños y adolescentes. Esto es absolutamente necesario, pero también lo es una educación sexual adecuada, que haga ver el sexo a los menores de una manera madura y real, que pueda satisfacer parte de su curiosidad a la vez que les lleve a tener un pensamiento crítico.

Pronto podremos ver si las medidas en las que está pensando el Gobierno surten de verdad efecto y se frena esta “nueva pandemia”, como la llaman algunos. Nuestros jóvenes lo merecen.The Conversation

Lola Delgado es especialista en Política y Sociedad para The Conversation.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.