Las Elecciones (Cuento imposible) / Por Francisco Peña

Las Elecciones (Cuento imposible) / Por Francisco Peña

LAS ELECCIONES
(Cuento imposible)

Por Francisco Peña

En ese pueblo de Castilla sonaba el eco de los versos de Manuel Machado dedicados al Cid: polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga. A mediodía las casas se cierran a cal y canto y las gruesas paredes mantienen un cierto aire fresco en el interior. Se dormita a la hora de la siesta. Don Remigio apura su café junto a su esposa. Lee un documento con atención y le sorprende la cifra final de los beneficios: 3 millones de euros. Nunca ha visto esa cantidad en su vida, pero conoce muy bien los pasos que debe dar para conseguirlos.

A la caída de la tarde, en el bar, una docena de parroquianos se reparten entre las mesas de juego y la barra. En un extremo, don Remigio conversa con Ricardo. Sus palabras se diluyen entre el ruido de las botellas y los órdagos de los jugadores.

-Lo veo complicado, don Remigio -dice Ricardo mirando su copa ya medio vacía-. Eulogio lleva en el cargo 15 años y la gente le tiene aprecio: ha traído el agua desde el río cuando antes teníamos que bebernos lo de ese pozo insano y lleno de cal; ha arreglado las escuelas que estaban llenas de goteras; ha conseguido mantener el centro de salud; ha puesto en funcionamiento el punto limpio. Usted mismo vería todos los colchones y trastos viejos tirados por las cunetas. Incluso ha conseguido traer al pueblo a un buen número de extranjeros para mantener el grupo de niños en la escuela y que no nos la cierren…

-¿Y qué me dices de los robos? -replica un exaltado don Remigio-. Ahora hay muchos más que antes. Esos extranjeros que han venido solo son delincuentes expulsados de sus países. ¡No los quieren allí y nos los mandan aquí para que nos roben!

-Sí, es posible, pero ni a mí, ni a usted ni a nadie de este pueblo le han robado. Dicen que sí lo han hecho en Villar o en Mozonblanco, pero yo solo hablo de oídas -comenta Ricardo.

-¡Joder, parece que defiendes a ese alcalde socialista que solo está trayendo la ruina al pueblo! Ya hemos hablado varias veces de la parcela de la Dehesa. ¿Sabes cuánto puestos de trabajo traería? A una urbanización como esa vienen los ricos así. -Y don Remigio junta los dedos de la mano-. A cientos, con dinero fresco y contante…

-Sí, lo sé, don Remigio. Eso traería mucho dinero al pueblo pero también muchos problemas: falta de agua, después de lo que hemos pasado, ruidos, molestias para los vecinos… sin contar con que solo vendrían los fines de semana, ni niños, ni escuela, ni centro médico… no cuentan como vecinos.

-Déjate de pamplinas, Ricardo. Aquí hay mucho dinero… para todos, pero si sabemos jugar las cartas nosotros, y cuando digo “nosotros” te incluyo directamente, podemos sacar una buena tajada. Ya sabes que la Dehesa es casi toda mía pero no puedo venderla a la urbanización porque Eulogio no quiere cambiar la calificación del terreno, pero si lo conseguimos…

Don Remigio apura su copa de coñac Lepanto, la coloca con energía sobre el mostrador y mira a Ricardo directamente a los ojos.
-¡Estás en la oposición desde hace mucho tiempo! ¿Quieres ser alcalde sí o no?
Ricardo baja la vista y juguetea con su copa entre los dedos.

-Don Remigio, sabe que sí. Lo he intentado varias veces y lo seguiré intentando: me gusta la política.
Don Remigio la da una palmada en la espalda.

-Pues este es el momento. Si nos lo montamos bien, tú serás alcalde… y rico. Hazme caso.

Don Remigio mira hacia las mesas donde siguen retumbando los envidos, los pares y el juego. Después se vuelve hacia Ricardo.
-Este no es lugar. Te espero el viernes en la capital, en el Ventorrillo, a las 11 y hablamos con claridad y sin testigos molestos. No te arrepentirás.

El Ventorrillo es un hotel con encanto a las afueras de la capital. Un pequeño salón, recogido y coqueto aloja a los cuatro contertulios: don Remigio, Ricardo, Braulio, el jefe provincial del Partido Popular y Antonio, un experto en campañas y comunicación.

-No lo veo claro, -dice Ricardo-. Ya se lo dije a don Remigio. La gente del pueblo está encantada con Eulogio y lo que ha hecho.
Antonio sonríe arrellanado en su butaca mientras bebe un sorbo de agua con gas.

-No te preocupes por eso, Ricardo. La gente no vota por el agua, vota por otras cosas… y esas cosas son las que vamos decirle nosotros. Vayamos por partes. Tenemos que encontrar puntos débiles en Eulogio que lleguen al estómago. Una de las cosas que siempre funciona es España. ¿Se ha pronunciado alguna vez Eulogio sobre la unidad de España?

Antonio mira fijamente a los ojos a Ricardo.

-Yo creo que no. Incluso hace poco le recriminé que la bandera de España que cuelga del balcón del Ayuntamiento estaba deshilachada.

-¡Joder!, eso es una mina -exclama Braulio-. España abandonada por la izquierda, como siempre.

– Sí, ese puede ser un buen argumento. ¿Alguno más? ¿Qué opina de los inmigrantes?

-Pues está a su favor claramente. Incluso presume de ello y de que ha conseguido traer a muchos al pueblo para que no cierren la escuela -dice Ricardo.

-¿Y dónde viven? -pregunta Antonio.

-¡Leches! -salta don Remigio- ¿pues no son rumanos los que ocupan la antigua casa de don Argimiro?

-¡Pero si lleva cerrada veinte años! -dice Ricardo-. Y yo creo que nadie sabe nada de la familia. Y los rumanos…

-Es igual -interrumpe Antonio-. Al fin y al cabo, son ocupas extranjeros, miel sobre hojuelas.

-Y no olvidemos que se comenta en el pueblo que a uno de los hijos de Eulogio se le vio una vez tomando copas en Chueca -recalca don Remigio-. Me lo dijo, Fermín, el hijo de Pedro Carretero, que se lo había dicho uno de los chicos de la Reme.

-Bueno, pues es bastante -cierra Antonio-. No compliquemos más las cosas. Los mensajes pocos, cortos y contundentes. Y aquí tenemos ya tres: abandona España, defiende a los ocupas extranjeros y tiene un hijo que justifica la homosexualidad.

– O sea que es maricón, ¿no? -exclama don Remigio a punto de soltar una estentórea carcajada.

– No, don Remigio, eso lo que tiene que deducir la gente pero nosotros no podemos decirlo abiertamente -afirma Antonio-. La clave está en cómo envolvamos el mensaje. La gente vota lo que consigamos vender; no piensa, se emociona.

Y el agua no emociona, pero si al pueblo le tocamos la fibra de España, ya le tenemos agarrado por donde más duele y podemos hacer lo que queramos con él. ¿Por qué te crees que llevamos todos la banderita en la muñeca? -y se señala la suya. -¿Por patriotas?… ¡Porque esto vende! ¡Es puro marketing!

-Bien -interviene Braulio -ya tenemos los temas. Ahora tenemos que pensar en cómo vamos a llegar a la gente con esos mensajes.

-Es fácil -dice Antonio-. ¿Cómo anda de medios el periódico local?

-Mal -dice Braulio-. Con esto de las redes sociales cada vez se lee menos, pero aún se ve en los bares del pueblo.

-Bien, pues le vamos a contratar una campaña de publicidad de las gordas. Don Remigio, creo que el esfuerzo merece la pena -afirma Antonio.

– De acuerdo, no hay problema -corrobora don Remigio.

– Y a partir de ese momento, titular tras titular, siempre en portada, que es lo único que la gente lee de los periódicos, un día lo de España; otro, lo de los rumanos ocupas, y otro, lo de los homosexuales. ¿Tenemos gente para escribir esos artículos?

– Yo me encargo -dice Braulio-. Y si no, traigo gente de Madrid.

– ¿Cómo llegamos a las redes sociales? -pregunta Ricardo. En el pueblo es lo que más se mueve entre los jóvenes.

– Eso es fácil -afirma Antonio-. Nada más sencillo que comprar a un influencer de esos. No tienen donde caerse muertos si les quitas su imagen en las redes, y les gusta el dinero más que a un niño un caramelo. Unos billetitos y a lanzar mensajes de España y ocupas.

– ¿Y con los mayores qué hacemos? -dice Ricardo-. Se llevan de miedo con Eulogio por lo del agua y el centro de salud. Dicen que ahora que tienen médico cerca viven más tranquilos.

– ¡Pues olvidémonos del centro de salud! ¡Ni mentarlo, cojones!- exclama Antonio-. Y para los mayores tenemos al cura. No creo que sea difícil convencer al cura de que vaya lanzando mensajes en los sermones de cómo los extranjeros y los homosexuales están corrompiendo la familia y la convivencia.

-Pues queda claro, entonces -cierra Braulio-. España, ocupas y rumanos y maricones… -. Y suelta una risotada que retumba por el saloncito.

– Y para ello, el cura, el periódico y el influencer ese, o como coños se llame. Todo cerrado. Vamos a ello -dice don Remigio.

– Pues yo sigo sin verlo tan claro -dice Ricardo un tanto temeroso poniéndose en pie. Braulio se acerca a él y le palmea la espalda.

-No te preocupes. Tú sigue insistiendo en estos temas. Y si alguien saca lo del centro de salud, tú replicas con España, que eso llega muy adentro, ¿vale? Si conseguimos ganar este pueblo, casi seguro que tenemos la diputación… y entonces podemos manejar todo el dinero a nuestro antojo. Y tú podrás hacer carrera. Siendo alcalde se abren muchas puertas en Madrid.

– ¡Bueno, esperemos que así sea! -señala Ricardo.

– ¡Pero no olvides lo de la urbanización, joder! -exclama don Remigio -. Esta campaña me costará mi dinero pero espero poder recobrarlo con creces. Y ya sabes, si sale adelante, te garantizo, digámoslo claro…, 500.000 euros.

Don Remigio le mira fijamente al decir la cantidad. Ricardo levanta los ojos, observa a don Remigio y sonríe.

-Bueno, ¡vamos a ello! -afirma con contundencia.

¡Y ganaron las elecciones!