La pasarela de notoriedad antigua del showman del éxito rancio de Berlín Osborne entregó esta semana una edición dedicada al ex presidente Aznar. Se han dado otras comparecencias que han producido bocanadas de nostalgia, de hastío o de degradación, participadas en iguales cuotas a la hora de la comparativa en la máquina del café del despacho o en la cola de cualquier actividad.
Lo de esta vez ha sobrepasado líneas marcadas con el suspiro de spray de decencia, como hacen los árbitros ante el lanzamiento del libre directo. José María Aznar, con ese color medio inmaculado de su muy pensada indumentaria, siempre atendiendo al pelo como seña de identidad, como instrumento de confusión, pronunció una muy abundante sarta de falsedades, algunas de carácter histórico, otras deportivas, algunas electorales.
El patetismo reside en la evidencia: el ex presidente exuda resentimiento por todo cuanto hace y dice. Ya pasados años de su dos victorias después de sus dos derrotas, resiste con la voluntad alcoyana a la idea de pronunciar el nombre completo de Felipe González. Casi con idéntica resignación en la pronunciación evita decir con todas las letras Mariano Rajoy.
El imaginario de Alfredo Di Stefano, por ejemplo, es construido por Aznar con un calzador de fechas para que se concilie la relación histórica del político y el futbolista: la admiración al ídolo no tenía uso de razón y la mitología era un arma cargada de futuro porque Aznar tenía siete años cuando el argentino había logrado sus ancestrales trofeos.
Los principios políticos de Aznar tras el nombramiento de Fraga en Sevilla tuvieron su primera liza electoral en las elecciones generales de 1989. Ficha mental de Aznar en casa de Osborne: pasamos de cinco millones de votos a ocho millones de sufragios; los socialistas perdieron la mayoría. Ficha histórica: el PP consigue ligero ascenso, sobrepasa ligeramente los 5 millones de votos; y el partido socialista consigue 175 diputados, es decir, mayoría absoluta.
La apoyatura documental de Osborne ya anda activada para un correcto encendido de las placas vitro cerámicas de la historia y la memoria. Hoy vamos a comer dignidad histórica, a dos carrillos. Llega la versión del 11-M y la foto del flequillo y todos los fondos históricos se resienten en su descanso por el atrevimiento de un personaje que fue público y que no acepta la situación privada.
En el libro reciente de Miguel Ángel del Arco, Cronistas bohemios, Editorial Taurus, 2017, se repasa la vida profesional del mágico periodista de principios del XX, Luis Bonafoux. Éste habla del gran cacique electoral Romero Robledo en estos términos: «He visto que van quitando a usted, uno a uno, los varios andamiajes que sostienen su rostro y la campanilla de su voz». Se puede aplicar a Aznar? Si.