Las tecnologías digitales tienen un profundo arraigo en adolescentes y jóvenes, quienes conviven en un ecosistema tecnológico múltiple, multimediado y diversificado, dominado por el teléfono inteligente –el 86,4 % de jóvenes entre 15 y 29 años en España dispone de uno–. Esto se desprende del informe Consumir, crear, jugar, del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de FAD. También pone de manifiesto la enorme importancia del ocio digital: el 79,9 % utiliza las tecnologías digitales para actividades de ocio digital todos los días, con una media de casi siete horas diarias.
La juventud ha ido construyendo una relación íntima y duradera con las tecnologías, trasladando un gran número de prácticas y vivencias al mundo digital. En este marco, el ocio, en tanto que valor fundamental de la juventud por su importancia en el desarrollo social, educativo y psicológico, se erige como uno de los aspectos más atravesados por las tecnologías digitales. De hecho, internet es un elemento primordial en las prácticas de ocio, individualización y socialización de la juventud.
Redes sociales virtuales como forma de vida
Las redes sociales virtuales acaparan la mayor parte del tiempo de ocio juvenil: el 82,8 % afirma que consume contenidos digitales en redes sociales a diario y el 82,4 % crea contenido propio que comparte en alguna plataforma digital –destacando especialmente Instagram–.
Aunque es un fenómeno que afecta a prácticamente toda la población, es evidente que la necesidad de compartir la propia vida en plataformas digitales sociales constituye uno de los fundamentos básicos de la sociabilidad juvenil. Como defiende la autora Paula Sibilia, si con el auge de la modernidad se produjo una profundización en el desarrollo de la individualidad a partir de la densificación de la intimidad, en el caso de la posmodernidad nos encontramos una necesidad de exteriorizar y compartir vivencias, como si lo vivido no fuera lo suficientemente real si no es refrendado y validado por los demás.
De manera exhaustiva y constante, se comparten fragmentos seleccionados de la intimidad. Esta necesidad de mostrarse ante los demás constituye uno de los mecanismos de estabilización de la propia identidad, de sentir la tranquilidad de que nuestras vivencias no son exclusivamente personales sino compartidas con una comunidad que nos desborda, lo que denomina extimidad.
La industria cultural contemporánea ha conseguido que en la actualidad los usuarios no sean meros consumidores sino prosumidores activos y que el contenido e información que crean constituya la base sobre la que se sustenta la economía digital.
Así, en las últimas décadas, las plataformas y redes sociales han pasado de ser entornos en los que se compartía contenido como entretenimiento a convertirse en auténticos escaparates en los que emprendedores de la sociedad digital venden el contenido que generan como mercancía bajo el auspicio de la industria de la publicidad, que ha encontrado en los y las influencers la figura ideal para hacer llegar sus productos y servicios a nuevos nichos de mercado.
Los contenidos digitales en el centro
Es destacable que el consumo de contenido audiovisual constituye la segunda forma de ocio digital juvenil más frecuente, solo por detrás del uso de redes sociales, con una enorme presencia de plataformas de suscripción, lo que muestra la penetración revolucionaria que este tipo de plataformas han conseguido en estos grupos generacionales en poco tiempo: 3 de cada 4 jóvenes tiene alguna suscripción de pago a contenidos digitales.
Por tanto, en el patrón de consumo audiovisual de las generaciones jóvenes podemos identificar un cambio en lo que Turner denomina “culturas de uso”, que en la era digital no están tan centrada en los productos en sí, sino en los servicios de suscripción, que permiten el acceso a las novedades que van apareciendo en el mercado.
La importancia de ser influencer
Dentro de este ecosistema de ocio digital dominado por los contenidos que se suben y se bajan en redes sociales y plataformas digitales, junto con la importancia de las suscripciones, hay una figura que resalta por encima del resto: los y las influencers –youtubers, streamers, creadores y creadoras, etc.–. Se trata de las estrellas de internet, personas famosas y reconocidas, seguidas de forma masiva, que influyen y crean opinión.
Según el diagnóstico presentado en Consumir, crear, jugar, prácticamente la totalidad de jóvenes sigue a alguna persona que crea contenido digital –del tipo que sea–, y 1 de cada 3 gasta dinero mensualmente apoyando a estas personas –a través de donaciones o suscripciones en plataformas como Twitch, OnlyFans, donaciones en Patreon, etc.–.
Queda patente cómo la creación de contenido está enormemente generalizada entre la juventud y que el anhelo de profesionalización de esta actividad es enorme. Prácticamente 1 de cada 3 jóvenes declara que le gustaría dedicarse profesionalmente a la creación y 1 de cada 10 señala estar dedicándose a ello en la actualidad, con cifras significativamente mayores en la adolescencia.
No solamente hay un gran deseo de dedicarse a ello, sino que aparece como una profesión asentada y socialmente valorada entre la población joven, entre quienes hay un fuerte consenso en cuanto a que las plataformas en línea son buenos canales de sensibilizacióbn y activismo social, que es una profesión con gran futuro o que estos medios fomentan la creatividad y la libertad en mayor medida que los medios tradicionales.
Además, a diferencia de lo que puede ocurrir en otros grupos de edad, entre la juventud se tiene una visión positiva, en líneas generales, de los creadores de contenido, sobre todo entre los grupos menores de 25 años, delineándose una cierta brecha generacional dentro de los propios jóvenes: un 47,1 % de jóvenes entre 25 y 29 años considera que la mayor parte de los creadores viven del cuento, frente al 31,9 % de jóvenes entre 15 y 24 años.
Esta brecha generacional se ensancha en el caso de la población adulta. Alrededor de la mitad de los jóvenes considera que la profesión de creador de contenido está muy poco valorada socialmente. Estos datos apuntan a que adolescentes y jóvenes abanderan la profesionalización de la creación de contenidos, una profesión eminentemente joven, tanto porque son estas generaciones quienes más consumen como porque son quienes más se dedican a la propia creación.
Este anhelo y defensa de la creación de contenido, sin embargo, no es un sueño ingenuo juvenil, sino que reconocen que dedicarse a ello es muy complicado por la enorme competitividad del sector. Son conscientes de que, pese a la gigantesca cantidad de jóvenes que lo intentan, muy pocas personas pueden triunfar. El hecho de que el 7,8 % haya intentado ganarse la vida creando contenido durante el último año (2021) y haya desistido –6 puntos porcentuales más que en el año anterior–, ejemplifica el gran atractivo que tiene esta profesión y da pistas sobre la frustración y presión a la que están sometidos quienes no consiguen triunfar en un medio en el que solo unos pocos pueden destacar.
Más que una expectativa irreal por parte de los y las jóvenes, sería más pertinente hablar de un sistema mediático que promueve la creación de contenido como una profesión de futuro, como muestra la gran cantidad de artículos en prensa en los que suele pasarse por alto las pocas posibilidades de éxito real entre quienes lo intentan.
El creador de contenido como autoemprendedor
El modelo del creador de contenido encaja perfectamente con la lógica del autoemprendedor hecho a sí mismo que triunfa a partir de sus méritos individuales, en una nueva iteración del modelo autárquico de individuo que promueve la ortodoxia neoliberal.
Por tanto, ganarse la vida como influencer –o cualquiera de sus múltiples denominaciones– aparece en el imaginario juvenil como un anhelo difícil de alcanzar, pero al que dedican gran parte de sus esfuerzos y energías.
Además, en un contexto de incertidumbre sobre el futuro y de elevado paro juvenil, la posibilidad de poder dedicarse profesionalmente a una práctica que ya está inextricablemente ligada con la vida cotidiana, aunque sea como mero entretenimiento, resuena con mayor fuerza entre la juventud. No obstante, se trata de una ventana de oportunidad tan pequeña y dependiente de tantos factores extrapersonales que puede conducir a la frustración entre la inmensa mayoría de quienes lo intentan pero no pueden conseguirlo.
Alejandro Gómez Miguel es técnico de investigación en el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.