“Si deseamos realmente conseguir paz en el mundo, si deseamos, de hecho, emprender una guerra contra la guerra, tendremos que comenzar por los niños. Si ellos crecen en su inocencia natural, no tendremos que luchar, no tendremos que enseñar infructíferas resoluciones inútiles, sino que iremos de amor en amor y de paz en paz, hasta que finalmente los más alejados rincones del mundo se revistan de aquella paz y de aquel amor de los cuales, consciente o inconscientemente, el mundo está hambriento.” Mahatma Gandhi (Revista Young India, 19 de noviembre de 1931).
En un momento de crisis e incertidumbre como el que la pandemia nos deja, sin un liderazgo internacional de cooperación que ayude a enfrentar las amenazas de los próximos años, el papel de la sociedad adquiere un peso sin igual. Recordar las posibilidades de transformación que emanan de la organización y la lucha no violenta se vuelve imprescindible.Mahatma Gandhi en Madrás durante una reunión de boy scouts. Wikimedia Commons
Los monstruos de nuestro tiempo
¿Pero qué es la violencia? ¿A qué hacen referencia las tres acepciones de violencia que definió el padre de los estudios de paz, Johan Galtung: directa, estructural y cultural? ¿A cuál de las tres se enfrenta la noviolencia? ¿Qué transformación necesitamos? Si, tal como dijo Gramsci, cuando el viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos, ¿cuáles son los monstruos de nuestro tiempo, son nuevos o fantasmas del pasado?
En estas breves líneas pretendo dibujar un espacio de reflexión comprometido con la búsqueda de caminos donde construir las paces. Intentaré dar breves aproximaciones a las preguntas antes mencionadas, con el fin de honrar la memoria de alguien que fue tan valiente que apostó siempre por la paz: Mahatma Gandhi. Murió asesinado el 30 de enero de 1948 en Nueva Delhi. En honor a sus enseñanzas el sitio hoy es una museo al aire libre, el Gandhi Smriti.
‘Noviolencia’ y transformación
Para ello es pertinente primero recuperar una de las nociones más relevantes dentro de sus enseñanzas en el aniversario de su muerte: ahimsa término hindú que se traduce como no violencia, y que escribimos como una sola palabra conjunta: noviolencia. Este concepto no sólo hace referencia a la negativa del uso de la violencia, sino que establece un proyecto positivo de transformación radical de la sociedad, de nosotros y nosotras mismos.
Este proyecto lleva consigo una comprensión de la violencia estructural como fundamento de la violencia directa. La violencia estructural es sobre la que se soportan las desigualdades y la pobreza, aquella que termina por atentar directamente contra la supervivencia de la gente.
Pero, a su vez, la estructura injusta y desigual requiere necesariamente de un fundamento social y cultural que la legitime. Por ejemplo, la guerra, gracias al ensalzamiento de la valentía y heroísmo, se vuelve aceptable. Otro ejemplo para comprender la violencia cultural es la famosa frase “el fin justifica los medios”, que no es otra cosa que legitimar la violencia de hoy en pos de una futura e inalcanzable “paz”. Estas dos violencias, la estructural y cultural, serán las antagonistas de la noviolencia.
El gandianismo, frente a ellas, enseña que la unidad de la vida y la unidad de medios y fines garantizan, por un lado, el enaltecimiento de todas las formas de vida para romper con cualquier lógica de dominación. Y por otro lado, que al unir medios y fines se vuelve realidad la construcción de una comunidad pacifica desde el inicio.
No buscamos mártires
La transformación radical de la que se habla en la estrategia noviolenta pasa entonces por una transformación social y cultural comprometida con la construcción de paz. Dentro del pensamiento de Gandhi, la noviolencia requiere de una formación especial. Más aún, apunta: “no es una opción para cobardes”, requiere de una preparación y entrenamiento específicos.
Hay que ser capaces de analizar las situaciones coyunturales que permiten avanzar en la lucha, y a la vez soportar agresiones y provocaciones del exterior que nos puedan hacer caer en una reacción violenta. Este punto es particularmente relevante, pues no se busca la creación de mártires, sino de nuevos elementos para denunciar las injusticias y la desigualdad. El movimiento por los derechos civiles en Nashville en los años 60 es el gran ejemplo de este punto.
La noviolencia requiere también una transformación interna, un compromiso profundo con las convicciones propias y grupales, afincadas en la empatía y reflexión colectivas, en la búsqueda de consensos amplios y, por encima de todo, en la eliminación de estructuras injustas.
EEUU, libertad y violencia
La escena de la toma violenta del Capitolio de EE. UU. el 6 de enero de 2021, nos ha mostrado la fragilidad de la democracia, tal y como advirtió Thomas Mann en una conferencia en Los Ángeles en 1940, con su famosa frase “si alguna vez llega el fascismo al poder de América, lo hará en nombre de la libertad”.
Pero es, además, el ejemplo de la construcción de una narrativa y un relato falsos, que buscan legitimar la violencia usando conceptos valiosos en el terreno cultural, como libertad, patria e incluso bien y justicia.
Este proceder es la antítesis de los movimientos por la paz, que fincan su poderío no en la narrativa del líder, sino en la experiencia de resistencia pacífica de la comunidad.
Compromiso y resistencia
La crisis a la que nos ha arrojado la pandemia desde hace un año no es sino el aceleramiento de una transformación urgente en el mundo. Una transformación que pasa por la necesaria organización y educación de la sociedad en la paz, no como un ideal inalcanzable, sino como la mayor apuesta para nuestra supervivencia.
Es posible que mientras se dé el cambio, los fantasmas del fascismo y el totalitarismo nos ronden, incluso nuevos monstruos pueden surgir. Pero si el compromiso individual y colectivo por la paz es fuerte, la resistencia surgirá. Sin olvidar también que la paz no es la meta, sino el camino.
Miriam Arely Vázquez Vidal, es directora del grado en Relaciones Internacionales y Máster en Política Exterior en la Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.