Cuando nos fue reconocido el derecho al voto, a finales del siglo XIX comenzó el acceso de la mujer a la política aunque en algunos Estados la aprobación del voto femenino no llegó hasta mediados del siglo XX. La igualdad de oportunidades para las mujeres en el pasado y en la actualidad pasa por la participación y representación en los puestos de toma de decisiones. Actualmente la participación femenina en política se ha incrementado, pero continúa siendo desproporcionadamente baja. Nuestro liderazgo y la participación política están en peligro, tanto en el ámbito local como mundial.
A pesar de todas las reformas legislativas y nuevo marco normativo aprobados por gobiernos socialistas las mujeres siguen estando marginadas en gran medida de la esfera política en todo el mundo, las mujeres nos enfrentamos a dos tipos de obstáculos a la hora de participar en la vida política. Las barreras estructurales creadas por leyes e instituciones discriminatorias siguen limitando las opciones que tienen las mujeres para votar o presentarse a elecciones. Las brechas relativas a las capacidades implican que las mujeres tienen menor probabilidad que los hombres de contar con la educación, los contactos y los recursos necesarios para convertirse en líderes eficaces. Pero fundamentalmente me preocupa y ocupa el coste que soportamos a la hora de continuar con la dedicación pública en política. Algunas mujeres hemos conseguido superar algunos de estos obstáculos, y hemos sido muy elogiadas por ello, a menudo influyendo positivamente en la sociedad de nuestro entorno. Pero a diario me pregunto cuál es el coste de ello, cuántas de las mujeres que ocupamos cargos públicos, tienen hijos, y cuántas pueden conciliar y seguir creciendo.
A menudo nuestras parejas, entorno familiar, y algunos que no deberían autodefinirse como amigos nos llevan a un callejón sin salida como si fuera incompatible ejercer con responsabilidad la maternidad, gozar de una sexualidad plena, y a la vez conciliar con convicción la defensa de un espacio político propio, sin tutelas ni hipotecas con un determinado señor/es. Esos señores que a veces pueden ser el portavoz, el secretario general o quizás solo algún buen compañero que en el afamado afán de cuidarnos, pretenden darnos consejos, y llevan a tener que decidir si queremos ser madres o políticas.
Pero quizás lo más importante en conjunto, no es el coste personal a pagar si decidimos ser madres y políticas, sino el retroceso que significaría la entrada de postulados misóginos en las instituciones. Lo verdaderamente importante como sociedad integrada al 50 % de mujeres será cuidar los logros alcanzados con tanto esfuerzo, y no dar ningún paso atrás en los derechos sexuales y reproductivos, en la participación obligatoria en las listas electorales, avanzar hacia la reforma de la LOREG que incluya la lista cremallera (interrelación hombre/mujer) de forma obligatoria.
Como fiel defensora de la DIVERSIDAD y su necesaria incorporación a las estructuras, sindicales, partidarias e instituciones creo que la única cuota que debemos defender y avanzar hacia el 50% real, mediante la modificación de la LOREG que incorpore la listas cremallera. Dado que las mujeres somos diversas, somos migrantes, confesamos diferentes credos o ninguno, tenemos diferente acento, diferente color de piel y grupo étnico de pertenencia, pero ante todo somos MUJERES.
Desde la experiencia, tanto en el ámbito municipal, como concejala en el Ayuntamiento de Alcalá durante 8 años, (el porcentaje de mujeres/hombres concejales no superó el 30% en la legislatura 2007/11 y solo el 35% en la Legislatura 2011/15. En mi paso por la Asamblea de Madrid tampoco fue muy distinto, en la actual X Legislatura que finaliza en estos días, sólo el 35% somos diputadas mujeres, de los 129, solo 46 somos mujeres. Cabe recordar que el único partido político que incorporó la lista cremallera fue el PSOE en las elecciones municipales y regionales del 2015.
En esta sociedad moderna, culta, desarrollada europea, pero machista del siglo XXI por ser mujeres nos cuesta el doble y si eres mamá el triple, y es que cargamos con el peso de la sanción social de “casi abandonar” a nuestros hijos/as por dedicarnos a la labor política como herramienta de transformación social, como si a diario todas/os no la hiciéramos y como si nuestro rol de madre no tuviera que ver con buscar un mundo mejor para nuestra descendencia. Llevamos con nosotras el peso de sentirnos culpables por el cansancio y a veces el de la poca paciencia, ya que no sólo somos madres a tiempo completo (lo que lleva en sí un trabajo responsable y muchas veces en situación monomarental) sino además mantenemos un hogar con jornadas laborales extensísimas y como si fuera poco, cuando ya agotamos nuestro 100% de batería diaria, queremos hacer política para este país que nos dio la posibilidad porque no nos resignamos a seguir recibiendo y heredando injusticias y desigualdades. Como experiencia personal caminar en esta cruzada política junto a mis dos hijas mujeres ha sido una montaña rusa de emociones, ellas han sido testigos de todo cuánto hice para los demás, de mis frustraciones, deslealtades y también de los principales logros alcanzados. No sólo me han acompañado a todas las manifestaciones desde el embarazo. Pero quizás este 8 de marzo hay más razones para salir a gritar, a vaciar poco a poco las mochilas inquisidoras del patriarcado, a sentirnos orgullosas de ser mujer, mamá y política, porque quién más que nosotras proactivas, resolutivas, holísticas, luchadoras e intensas para hacer de España una país más IGUALITARIO.