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Manuel Azaña: 3 de noviembre de 1940 / por Vicente Alberto Serrano

Manuel Azaña: 3 de noviembre de 1940 / por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

Escribía Juan Marichal en El secreto de España (Ed. Taurus): «Presidente de la República en los años de la guerra civil, escribió en plena contienda, situándose en lo que él llamaba “un punto de vista intemporal”, el testimonio de La velada en Benicarló. Hombre político para los intelectuales, hombre recatado entre los políticos, símbolo del orden para unos, de la demolición para otros, Manuel Azaña fue un enigma para casi todos. […] Porque ni siquiera la muerte en aquel terrible otoño de 1940 cumplió en su caso la supuesta función perfiladora».

La noche del 3 de noviembre en el Hotel du Midi

Cuando Cipriano Rivas Cherif creyó dar por terminadas las páginas finales del manuscrito sobre la vida de su cuñado Manuel Azaña, optó por suprimirlas en el último momento e incorporar como sustitución la carta que su hermana Dolores consiguió hacerle llegar al Penal del Puerto de Santa María, donde comenzaba a cumplir cadena perpetua, en sustitución de la pena de muerte, conmutada en el último momento. A diferencia de sus compañeros Julián Zugazagoitia y Francisco Cruz Salido que fueron ejecutados la madrugada del 8 al 9 de noviembre de 1940. El libro se publicó en Ediciones Oasis de México, en 1961 con el título de Retrato de un desconocido y veinte años después, corregido y aumentado, por Ediciones Grijalbo de Barcelona, con introducción y notas de Enrique de Rivas; enriquecido además con un amplio epistolario entre Azaña y Rivas Cherif, a lo largo de 1921 a 1937. La extensa carta de Dolores de Rivas Cherif relata al detalle la noche del 3 de noviembre en la primera planta del Hotel du Midi en Montauban. Refiere Dolores en su carta que cuando el enfermo estaba ya tan mal que de nada se daba cuenta: «Atormentada con que alguien pudiera importunarle, llegué incluso a echar la llave de la puerta de mi cuarto, donde yo sola permanecía con mi enfermo, apenas si entró nadie más que Saravia y Antonio (Lot), que lo hacían por la habitación que se comunicaba con la nuestra. Ya por la noche, pasadas las diez, con Antonio a mi lado, viéndole morir y angustiada por mi soledad en aquel dolor, le encargué a Antonio que llamara a Saravia, reunido en su habitación con unos amigos». Manuel Azaña expiraba a las 11,45 de aquella misma noche.

última foto Azaña

La última imagen, con 60 años, de don Manuel Azaña (1880-1940).

Envuelto en la bandera mexicana

Un par de meses antes, a mediados de septiembre, ante la sospechosa presencia de un grupo de falangistas y policías españoles que pululaban por la ciudad, y ante la inseguridad que ofrecía la casa de Ricardo Gasset, los diplomáticos mexicanos acreditados en Vichy, intentan trasladarlo hasta aquella ciudad. El Prefecto de Montauban no lo autoriza. Entonces el ministro de México, por orden expresa del Presidente Cárdenas, instala al expresidente de la República Española en el Hotel du Midi, declarando territorio consular mexicano toda la primera planta. El 16 de septiembre sufre un nuevo y más grave infarto cerebral que le desfigura el rostro, le afecta al habla y llama en su delirio a Rivas Cherif. El 31 de octubre llega hasta Montauban el embajador franquista en París, José Félix de Lequerica, con un estudiado plan de secuestro y conseguir trasladar a Manuel Azaña a España para ser fusilado, como ya había ocurrido con el Presidente de la Generalitat catalana, Lluís Companys. Sin embargo la muerte se adelanta a sus propósitos, la noche del 3 de noviembre Azaña fallece en su habitación de la primera planta del Hotel de Midi. Tenía 60 años. Al día siguiente centenares de republicanos españoles se concentran en la plaza, junto al Hotel y frente a la Catedral. Con gran disgusto del obispo, impiden que se celebre el acto religioso previsto y así, el cuerpo de don Manuel Azaña será conducido directamente en un carretón hasta el cementerio. Las autoridades del gobierno de Vichy, habían prohibido que el ferétro se cubriese con la bandera republicana. Envuelto en la bandera mexicana y amortajado con una sábana de lino, facilitada por una familia judía, quedó enterrado bajo una lápida de piedra con dos cipreses a su cabecera.

Tumba Montauban

Manuel Aragón y el autor de este artículo, participantes del Coloquio Internacional “Manuel Azaña et son temps”, en el cementerio de Montauban, ante la tumba del Presidente de la II República, 4 de noviembre de 1990. (Foto: Luis Alberto Cabrera)

Cincuenta años después

En noviembre de 1990 —cincuenta años después— la villa de Montauban, en colaboración con la Universidad de Toulouse-Le Mirail y diversas instituciones tanto francesas como españolas, conmemoraron el cincuentenario de su muerte con un Coloquio Internacional titulado Manuel Azaña et son temps. Organizado por Jean-Pierre Amalric y Paul Aubert. Meses más tarde todas las ponencias fueron editadas en un volumen publicado por la Casa de Velázquez, en el que se recogían, entre otros, los textos de Jorge Semprún, Juan Marichal, Manuel Aragón, Michael Alpert, Enrique Moral, Santos Juliá, Antonio Elorza, Manuel Tuñón de Lara y Manuel Martínez Azaña que cerró las jornadas recordando en su intervención las palabras de su tío abuelo don Manuel Azaña: «Mi cuerpo pertenecerá a la tierra donde cayera muerto». Algunos meses más tarde, con motivo de la publicación de aquellas ponencias, Francisco Tomás y Valiente publicaría un extenso artículo en la revista Sistema y en el que, al analizar la intervención de Martínez Azaña, escribía: «Si allí murió [Azaña], allí deben permanecer sus restos y su tumba, no sólo —que ya sería bastante— porque él así lo quiso al decir que su cuerpo perteneciera a la tierra donde cayera muerto, sino también porque para la memoria colectiva de nosotros los españoles es bueno que se sepa siempre dónde y por qué están enterrados Azaña y Machado o los miles de prisioneros políticos anónimos que fueron a dar con sus huesos en Mauthausen. Recuperemos su figura y su obra, pero no su polvo».

Manuel Aragón y Francisco Tomás y Valiente

En 1974 Manuel Aragón preparó para la Editorial Castalia la primera edición, en nuestro país de La velada en Benicarló. En sus páginas, publicadas en pleno tardofranquismo, afirmaba con toda rotundidad: «Azaña, a quien tan insidiosamente se la había acusado por sus enemigos políticos de cruel, y pintado por algunos sectores de la derecha como hombre sin sentimientos, era realmente todo lo contrario. Su extrema sensibilidad repelía la violencia; su gran humanidad no soportaba el odio, la devastación o el asesinato». Manuel Aragón participó en aquellas ponencias de Montauban. Llegó a ser Director del Centro de Estudios Constitucionales y el día 14 de febrero de 1996, por entonces Decano de la Facultad de Derecho, ocupaba un despacho de la cuarta planta de la Facultad en la Universidad Autónoma de Madrid, cercano al de Francisco Tomás y Valiente, catedrático entonces de Historia del Derecho, que a media mañana de ese día caía abatido en su despacho por las balas de la asesina y cobarde banda terrorista ETA, mientras mantenía una conversación telefónica con el profesor y filósofo Elías Díaz. Al día siguiente Manuel Aragón publicaba en el diario El País un lamento desolador titulado, ‘Muerte en las aulas’ en doloroso recuerdo al que había sido Presidente del Tribunal Constitucional de 1986 a 1992, pero sobre todo un entrañable amigo y según sus palabras: «Un ciudadano comprometido con la libertad, la solidaridad y la democracia».

La trágica capacidad de violencia

En estas fechas en que una nutrida representación del Foro del Henares se va a trasladar hasta Montauban para seguir fortaleciendo los lazos entre las dos ciudades que conformaron la secuencia vital de don Manuel Azaña, resulta de obligado cumplimiento el esfuerzo para que su legado no se nos vuelva a desdibujar. Ya lo intentaron algunos durante décadas. Por eso es necesario recordar siempre las palabras del Presidente desposeído: «En tiempos venideros, variados los nombres de las cosas, esquilmados muchos conceptos, los españoles comprenderán mal por qué sus antepasados se han batido entre sí más de dos años; pero el drama subsistirá, si el carácter español conserva entonces su trágica capacidad de violencia apasionada. Percibirlo así, una vez más, en la plenitud de la furia fratricida, ha llevado el ánimo de algunas personas a tocar desesperadamente el fondo de la nada».