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Manuel Revilla: El pintor que surgió del frío / por Vicente Alberto Serrano

Manuel Revilla: El pintor que surgió del frío / por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

Veníamos del sur. Llegué con mi familia a esta ciudad cuando se iniciaba el verano del 61. Aún recuerdo que todos tuvimos entonces la estimulante sensación de que tan solo iniciábamos unas largas vacaciones. Desembarcamos frente a un paisaje acogedor, de escala humana. El perfil de aquellos cerros que se mostraban recortados por el caudal de un río agradable y sereno, nos perfilaba un atractivo telón de fondo desde las ventanas de nuestra nueva casa, enriquecida además por luminosos cielos azules y, sobre todo, por cálidos atardeceres que eran capaces de arrancar a la piedra monumental, sus rasgos más atractivos. Las gentes eran tan cariñosas y entrañables –tierra de acogida– que se sentían gratificadas tan solo por el mero hecho de que hubiésemos sabido compartir con ellas la belleza del lugar. Les hacía gracia nuestro acento torpe y cerrado con el que conseguíamos devorar las eses finales de todas las palabras; ellos que hablaban un perfecto castellano cervantino. Cuando acabaron la ferias y septiembre amenazaba con la llegada del otoño, comenzaron a preguntarnos: «¿Vosotros conocéis el invierno de este pueblo?» Ante nuestra extrañeza, eran capaces de siluetear en el aire con la mano un movimiento de lo más expresivo a la par que exclamaban: «¡Puuf!».

Una triste expresión que no es tristeza…

Llegó el invierno, y efectivamente todo se fue tornando de un gris plomizo que conseguía oscurecer, a tan tempranas horas de la tarde, aquellos admirados perfiles del estío. Y además el frío, ese frío húmedo que nos calaba hasta los huesos y convertía el torpe empedrado de las calles en luminoso territorio para equilibristas. La ciudad alegre y confiada se cerraba sobre si misma, porque al atardecer, cuando se recogía la tropa en sus cuarteles, contaban a los presos en las cárceles y se iban apagando los rezos en los conventos, quedaba envuelta –en palabras del poeta– con: «…una triste expresión que nos es tristeza,/ sino algo más o menos: el vacío/ del mundo en la oquedad de su cabeza.»

Revilla-Denise

Manuel Revilla (Foto: Denise).

Ese humo que surgía del frío

Escribía el hijo del pintor, en el epílogo a un catálogo conmemorativo que se realizó con motivo de la magna exposición de la obra de Manuel Revilla (1921-1983) celebrada en la Capilla del Oidor –un año después de su muerte– que aún recordaba las madrugadas a su lado en el estudio «…entre lienzos inacabados, tubos de óleo a medio consumir y pinceles. Envueltos los dos por el fuerte olor del aguarrás y por el humo incesante de los cigarrillos que siempre acompañaban la realización de tus obras». Ese humo que surgía del frío era con el que lograba impregnar de vida las horas oscuras de su querida ciudad. Lienzos que rebosaban optimismo de color y calor, indispensables para los largos inviernos alcalaínos, manejando los pinceles con destreza en su clara obsesión por arrasar las grises, casi negras, plomizas madrugadas. Todo ello lo consiguió aquel pintor de sonrisa amplia y simpatía contagiosa. El milagro de convertir bailarinas, tejados, desnudos, capeas o gitanos en expresivos brochazos de vida y luminosidad, pero sobre todo la innata sabiduría con la que supo recrear los perfiles de ese paisaje alcalaíno, que parecía estar anquilosado por tanta burda iconografía quijotesca. Aquel humo de las madrugadas, que evocaba su hijo, lograba recuperar la añorada luminosidad que creíamos perder después de cada verano, cuando comenzaban a desmontar la noria de la plaza, los coches eléctricos se amontonaban en un capitoné y el insoportable mensaje de la tómbola de los Hermanos Cachichi se difuminaba como un eco de ultratumba.

La pintura ha sido siempre una abstracción

Afirmaba rotundamente Antoni Tàpies que: «La pintura ha sido siempre una abstracción. El arte es un signo, un objeto, algo que nos sugiere la realidad de nuestro espíritu. La realidad que muestran los ojos es una sombra extremadamente pobre de realidad». Manuel Revilla, a través de sus óleos, nos enseñó a percibir los reflejos como en un ojo dorado y descubrirnos horizontes más allá de la cotidiana y pobre realidad; a veces con cálidas tonalidades y otras con perfiles tan endiablados como aquel con el que fue capaz de girar el punto de vista del legendario, riguroso y académico grabado de Wingaerde, para enredarnos y hacernos cómplices de su personal visión de la ciudad. Tal y como aparece en las guardas posteriores del  catálogo conmemorativo de 1984.

Autorretrato y tejados

Autorretrato y tejados.

Miró y Revilla

«Siempre es todo ojos. / No te quita ojos. / Se come las pabras con los ojos.» Con estos versos intentaba resumir Rafael Alberti la profunda y negra mirada de Pablo Picasso. Las miradas de Joan Miró y Manuel Revilla, sin embargo, estaban cargadas de luminosidad, parecían reflejar el azul infinito de aquel Mediterráneo tan querido por ambos. A lo largo de la década de los sesenta y setenta, Revilla se empeñó en presentarse al Premio Joan Miró que otorgaba el Círculo Artístico Sant Lluc de Barcelona. Fue galardonado en distintas convocatorias. Ignoro si el pintor alcalaíno llegó a conocer personalmente al maestro catalán. Murieron el mismo año, uno con noventa y el otro con sesenta y dos. Lo que si está claro es que a Manolo su admiración por Tàpies y Miró le llevaron a afrontar con una valentía desmedida el mundo de la abstracción; heroica determinación en una ciudad de rígidos inviernos que además parecía haberse quedado estancada y extasiada ante las pinceladas narrativas de Felix Yuste y, sobre todo, entre la abusiva y mediocre iconografía quijotesca que aún se mantiene y se alimenta con ciertos mamarrachos escultóricos y pictóricos por sus calles y sus muros, supongo que destinados a un turismo gregario que son capaces de sustituir con una mala imagen la magnífica escritura de aquella obra inmortal. Él, Manuel Revilla López, creador autodidacta, formado en la Mutual Obrera Complutense, fue sin lugar a dudas, el pintor que surgió del frío y nos supo caldear la imaginación visual con los mas dispares reflejos de otra realidad.