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Matices sobre la comparación / Por Antonio Campuzano

Matices sobre la comparación  /  Por Antonio Campuzano

En medio de las censuras y reproches a Pablo Iglesias por comparar el exilio de republicanos en 1939 con el caso de Carles Puigdemont, en octubre de 2017, sobresale el cinismo de las fuerzas conservadoras de PP y Ciudadanos, por no citar a Vox y abundar en la hipocresía. Es decir, que el ánimo por abalanzarse sobre la figura pública del vicepresidente Iglesias permite todo tipo de apoyos para elevarse en la tarea del insulto.

De acuerdo con la trayectoria denegatoria de cualidades a Puigdemont por parte de las opciones de la derecha en España, es atendible y razonable que la persecución hacia el ex president continúe por entender que es un prófugo de la justicia y avezado en la promoción de la inestabilidad del Estado español hasta su deseada desaparición y entronización secular del Estat catalán.

De los enfermos y debilitados dirigentes de la España republicana se ha ocupado muy poco este sector de la representación política española. El exilio a Francia y desde allí a México y Sudamérica contó durante prácticamente cuatro décadas con el olvido y la denigración de la España franquista, de la que provienen muchas “cepas” de la derecha presente en nuestro país. No directamente porque biológicamente resulta imposible, pero en muchos casos sí a través del tracto de padres a hijos, incluso nietos, o con recurso al árbol genealógico en perfecta legitimación, como es natural. Pero lo que no lo es tanto es utilizar ahora y aquí ese universo, esa masa ideológica, del exilio huido de la maquinaria de represión del vencedor de 1939, como si PP y Vox vomitaran históricamente de aquel acto de persecución y pogromo de una significación, como lo fue el vencido a manos y leyes del triunfador de una guerra y continuador de la misma tras su terminación.

Azaña, Prieto, Largo Caballero, Aguirre, Companys, y una vastísima nómina de defensores de la República de la carrera judicial, profesional del derecho, de la enseñanza, de la literatura, de la vida pública, tuvieron que buscar el camino de la salvación de la vida o del encarcelamiento fuera de su país. Puigdemont hubiera dado con sus huesos en centros penitenciarios de no haber cruzado la frontera. Su horizonte penal en España no tiene todavía parangón con el horizonte penal en Europa y su instinto de conservación disiente del de otros enjuiciados y sentenciados por la declaración de independencia y los hechos de 2017. El president Companys también huyó en 1939 y la voluntad ejecutora del franquismo se materializó en forma de fusilamiento por rebelión sin olvidar que era el presidente de Catalunya. Naturalmente que el juicio no tuvo garantías jurídicas de defensa.

La comparación de una situación y la otra que ha hecho Pablo Iglesias no significa para él cambio alguno en su forma de entender el desencuentro en Catalunya. Él siempre ha mantenido que las condenas son desproporcionadas y el indulto sigue siendo para el vicepresidente una opción sanadora de los desacuerdos.  El paralelismo parece forzado a ojos de un observador, pero Iglesias parece abonado a manifestar que no está de acuerdo con la situación de Puigdemont. Y esto precisamente es lo que genera el aborrecimiento de todas las derechas y alguna izquierda.

Pero la sensibilidad jurídica en Europa tiene percepciones distintas a la imperante en la arquitectura penal española. Es decir, que los exiliados republicanos españoles, con todo el frío del invierno del año 39 y sucesivos, han sido accidentalmente traídos a colación bajo el pretexto de Puigdemont, pero comparten el mismo oprobio de la derecha de nuestro país. Tal que la repugnancia para el pensamiento reduccionista de muchos escandalizados es idéntica para una situación y para la otra.

Joseph Roth, en Judíos errantes, leído en la edición de Acantilado, dice que “los judíos emigrados acuden a la llamada inconcreta de lo extraño”. Dígase de cualquiera que se ve en esa situación “extraña”. También Puigdemont.