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Max Aub y el teatro / Por Vicente Alberto Serrano

Max Aub y el teatro   /   Por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

No es que uno se convierta en lector asiduo de Max Aub, sino más bien se transforma en pertinaz adicto de sus obras. Desde Ramón Gómez de la Serna no conocíamos un sentimiento tan lúdico hacia la literatura. Estos dos autores nos siguen ofreciendo la posibilidad de participar en el juego de sus textos. En muchas ocasiones sobrepasando los límites de la realidad. Ramón sembrando de greguerías cualquier vereda literaria. Max Aub dando a conocer –por ejemplo– el otro lado de la pintura, no solo construyendo la contundente biografía apócrifa de Jusep Torres Campalans (Ed. Lumen), sino atreviéndose a mostrar sus pinturas –como auténticas– en una prestigiosa galería de arte en Ciudad de México. Los críticos de arte nunca le perdonaron el engaño. Aquellos dibujos ilustraron, más tarde, un peculiar Juego de cartas (Ed. Cuadernos del vigía); en el reverso de cada una de ellas se nos ofrecía la posibilidad de transformar el relato a nuestro antojo, con el simple hecho de barajar y volver a leer.

Max Aub y cubierta de sus crónicas periodísticas.

Comentarios desafortunados

El histriónico Francisco Umbral, en sus forzadas memorias literarias –según él llenas de vida–  Las palabras de la tribu (Ed. Planeta) llegó a definir a Max Aub como «…un señoruco que ni siquiera era español, sino un viajante de comercio suizo que llegó a España y se quedó. Su prosa es la que puede esperarse de un viajante de comercio. […] El teatro de Max Aub (y mayormente leído) era realista, coñazo, pesado, intolerable, pero nadie dijo nada. Lo cierto es que no se le ha representado.» No vale plantear discusiones a estas alturas sobre las supuestas cualidades de la prosa de aquel español-extranjero. Seguiré admirando la escritura del viajante de comercio frente al engolamiento retórico del muchachito de Valladolid. En cuanto al teatro, se le debió informar al señor Umbral cuales fueron las causas por las que Max Aub no pudo ser representado en nuestro país por aquellos años. Aparte que sobre dramaturgia, tampoco nos debe resultar relevante la opinión de un personaje que rara vez se le vio frecuentar un teatro.

La literatura del exilio

La diáspora literaria de nuestro país, a partir de 1939, supuso un empobrecimiento cultural que llegó a extenderse a lo largo de casi cuarenta años. Todavía sufrimos sus secuelas. Tal vez la imagen más desgarradora de aquel exilio se contiene en el poema que Luis Cernuda tituló “Un español habla de su tierra”. Los cuatro versos finales resumen cualquier explicación que nosotros pudiésemos intentar dar para defender la labor de muchos escritores que el Régimen nos negó: «Amargos son los días / de la vida viviendo / sólo una larga espera / a fuerza de recuerdos.»

Imagen y cubierta de la adaptación teatral de José Ramón Fernández del ciclo de novelas “El laberinto mágico”.

He venido, pero no he vuelto

Max Aub, al llegar a España, en 1969, no dejó de repetir a todos los medios de comunicación una frase bastante clarificadora: «He venido, pero no he vuelto». Efectivamente visitó nuestro país, pero con un visado de apenas tres meses y la excusa de realizar una serie de entrevistas para un libro que estaba preparando sobre Buñuel. De regresó a México, no solo llevaba el material de las 45 entrevistas con las que construir el andamiaje de Conversaciones con Buñuel (Ed. Aguilar), sino también las abundantes y amargas páginas de La gallina ciega, a modo de “diario español” que la editorial mexicana Joaquín Mortiz publicó en 1971. Un libro tal vez tan descarnado y desolador como Campo de almendros (Ed. Castalia); porque si en este trazaba la impotencia de los vencidos tratando de huir; en La gallina ciega describe la realidad que percibió en el país que tanto había añorado desde la distancia. «Lo malo –llegaba a afirmar– es que este libro no se venderá en España, y cuando pueda circular libremente nadie sabrá de qué estoy hablando».

Autor teatral

Max Aub siempre quiso ser considerado, fundamentalmente, como autor teatral. Pero si resultaba desesperanzador narrar y publicar desde la otra orilla a la búsqueda infructuosa del lector amordazado, imaginemos la dificultad de escribir para el teatro sin posibilidad de poder alcanzar nuestros escenarios. Los seis volúmenes que componen El laberinto mágico (Ed. Alfaguara) conforman uno de los frisos narrativos más desoladores sobre nuestra guerra civil. En 2016 se estrenó en el Centro Dramático Nacional una impecable adaptación teatral de José Ramón Fernández, dirigida por Ernesto Caballero. Años antes, a partir del 20 de noviembre de 1975, con la muerte del dictador, habían comenzado a aflorar tímidamente en los escenarios unos pocos intentos para reivindicar la obra de aquel autor, que según Umbral, nadie quería representar. En junio de 1976 se estrenó en Valencia, con dirección de Gil Albors, No (Ed. Cuadernos para el diálogo). En 1981 se representó en el Centro Cultural de la Villa Los muertos (Ed. Fundación Max Aub), bajo la dirección de Ana Mariscal. En diciembre de 1986 se llevó a cabo en el Teatro María Guerrero una lectura de La gallina ciega, con estructura dramática de José Monleón y un reparto de primeras figuras de la escena: José Luis López Vázquez, Ana Belén, José Luis Pellicena, José Sacristán y Nuria Espert, entre otras. En coproducción con el Centro Dramático Nacional y Teatres de la Generalitat Valenciana, en febrero de 1998 se iniciaron las representaciones de San Juan (Ed. Renacimiento), dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente. En 1999 Mar Rebollo dirigía en el Teatro La Galera de Alcalá de Henares, El rapto de Europa (Ed. Fondo de Cultura Económica). Estos son unos pocos ejemplos por la recuperación de un autor que, allá por los años treinta, dirigía el mítico grupo teatral “El Búho” en Valencia. Inevitable recordar otros cuantos versos de Luis Cernuda: «Ellos, los vencedores / Caínes sempiternos, / De todo me arrancaron. / Me dejan el destierro.»

Cubiertas del discurso de ingreso en el Real Academia y del “Teatro incompleto”.

Max Aub en el Real Academia

Otra de las más convincentes y atractivas ucronías de aquel «…señoruco que ni siquiera era español (Umbral dixit)», fue, sin lugar a dudas, el texto de su discurso leído en el acto de recepción como miembro de la Real Academia Española el 12 de diciembre de 1956, en el sillón que ocupara don Ramón del Valle-Inclán. Tal y como si no se hubiese producido la desgarradora guerra civil. Supuestamente impreso en Madrid en la Tipografía de Archivos, recoge en sus últimas páginas la relación de todos los autores que ocupaban entonces los cuarenta y cuatro sillones de la institución. Desde Federico García Lorca, Miguel Hernández, Luis Cernuda o Ramón J. Sender a José María Pemán, Ernesto Giménez Caballero, Eugenio Montes o Pedro Sainz Rodríguez, entre otras muchos más escritores de una deseada España sin bandos. El teatro español sacado a luz de las tinieblas de nuestro tiempo fue el título de aquella “intervención” con la que Max Aub, como director del Teatro Nacional desde 1940, trataba de analizar los últimos veinte años del teatro español, a través de obras imaginarias, nunca escritas, como La mañana en parabienes, El caballero del Puerto o El murciano valeroso, de Lorca, Alberti o Miguel Hernández respectivamente. Más adelante cita a los dramaturgos nuevos como Antonio Buero Vallejo, Alfonso Sastre, José Ricardo Morales o Jorge Semprún… Podríamos sintetizar su alocución con un párrafo bastante significativo: «El estado actual del teatro en España abre las esperanzas a los jóvenes y les da facilidades que nosotros quisimos (y no encontramos tan a pie llano), gracias a la liberalidad de un Estado acogedor y tolerante con las expresiones artísticas, sean las que duren, sabiendo que no hay mejor política para el hombre y la realidad de España.» Sin embargo la realidad en aquellos años de plomo fue bastante más amarga. Max Aub desde su exilio en la calle Euclides de México D.F., seguía escribiendo y publicando de manera compulsiva. En 2007 la editorial Fondo de Cultura Económica, en colaboración con la Fundación Max Aub de Segorbe, publicó Los tiempos mexicanos de Max Aub. Legado periodístico 1943-1972. Una exhaustiva edición preparada por Eugenia Meyer donde, a lo largo de casi un millar de páginas, recoge la casi totalidad de colaboraciones que Max Aub aportó a los periódicos y revistas mexicanas. En su mayoría, lúcidas críticas teatrales. Es significativo que su pasión por la escena, encuentre un total paralelismo en la figura de Cipriano Rivas Cherif, por eso me empeño en acabar esta reseña sobre Max Aub, con un fragmento del artículo que le dedicó a Rivas Cherif en el periódico El Nacional, el 9 de octubre de 1947, cuando el cuñado de Azaña llegó a México tras siete años en las cárceles de Franco. «Ni cómico, ni director, ni autor, ni empresario: hombre de teatro. Es decir: autor, actor, director, empresario. Lo que importa es que haya teatro. No aficionado ni profesional: aficionado y profesional. Donde pone la mano surge una compañía. Pusiéronle donde menos podía haberla, y la creó. Si lo dejan, todos los presidios del franquismo se convierten en teatros: por eso lo soltaron.»