Mindfulness suele traducirse en castellano como “atención plena”, y engloba una serie de prácticas que buscan traer la atención a la experiencia del momento presente. Estas prácticas proceden de tradiciones orientales, fundamentalmente el budismo vipassana, zen, la tradición tibetana e hinduista, aunque también existen prácticas de atención plena en las raíces místicas de la tradición cristiana.
En las raíces históricas de estas prácticas observamos que la meditación buscaba tanto reducir el sufrimiento y la desolación, como promover la búsqueda espiritual, la iluminación y el sentido vital. Lo psicológico y lo espiritual estaban amalgamados.
Cuando estas prácticas son incorporadas en diferentes contextos sanitarios en occidente, toman diferentes formas. En primer lugar, Jon Kabat-Zinn diseñó en 1979 un programa de reducción del estrés basado en técnicas de atención plena, conocido como Programa de Reducción del Estrés basado en Mindfulness (MBSR en sus siglas en inglés) que fue aplicado por primera vez en la Universidad de Massachusetts como tratamiento del dolor crónico.
Eficaz para evitar la recaída en la depresión
La práctica del mindfulness también se encuentra integrada en la terapia cognitiva basada en mindfulness (MBCT), que ha mostrado eficacia en la prevención de la recaída en la depresión, con efectos al menos tan buenos como los de los psicofármacos.
Además de estos dos programas estructurados (MBSR y MBCT), existen otras intervenciones basadas en el mindfulness. Sea cual sea la estructura del programa en las que se hallan integradas, las técnicas de atención plena suelen dividirse en dos categorías: meditaciones que buscan sostener la atención en una experiencia (por ejemplo, las sensaciones del cuerpo al tomar y expulsar el aire), y las que consisten en tratar de ser consciente de todos los elementos que vayan apareciendo en la consciencia, no solo uno en concreto.
Este tipo de ejercicios se realizan en un amplio abanico de contextos, en lo que se ha considerado un auténtico boom: centros de promoción del bienestar; programas en empresas que buscan reducir el estrés de sus empleados; en la educación, buscando alumnos atentos y regulados emocionalmente; en hospitales y centros clínicos insertados en terapias ante diferentes problemáticas (MBCT, MBSR); en centros penitenciarios…
Asimismo, en los últimos 20 años han proliferado múltiples estudios científicos, muchos de ellos ensayos controlados aleatorizados y metaanálisis de máximo rigor científico, que revelan un robusto efecto del mindfulness en la salud, en la reducción del estrés, la prevención de la recaída en la depresión, el manejo del dolor crónico y las adicciones. ¿Pero es el mejor tratamiento posible ante estos problemas? ¿Está justificado el boom que el mindfulness ha generado? ¿Presenta peligros?
¿Para qué sirve?
Cuando consideramos poblaciones clínicas, el mindfulness se muestra eficaz para prevenir la recaída en la depresión, especialmente cuando el paciente presenta síntomas residuales. Incluso algunas guías clínicas de máxima calidad, como el National Institute for Health and Care Excellence de Reino Unido, lo considera el tratamiento de elección para la prevención de recaídas (cuando hay tres o más episodios previos de depresión).
Sin embargo, en otros contextos solo se observa un efecto moderado, comparable a otros tratamientos. Por ejemplo, la Terapia Basada en Mindfulness (MBT) presenta un efecto robusto pero equivalente al de otras terapias. De manera similar, en casos de insomnio, el mindfulness solo ha cosechado hasta la fecha resultados moderados que le permiten ser considerado como un tratamiento prometedor.
En general, el mindfulness ha mostrado ser de mucha ayuda para manejar los síntomas de depresión y, en menor medida, los de ansiedad en diversas dolencias crónicas: el cáncer, la fatiga crónica, la fibromialgia, colon irritable, y enfermedades vasculares (diabetes, hipertensión, infarto…), pero es importante notar que en ninguno de los meta-análisis se revela un cambio en la condición física de estas enfermedades, sino solo (que no es poco) un cambio en la vivencia psicológica de las mismas.
Por otra parte, en personas sanas el mindfulness incrementa el bienestar, y en el caso de los menores de edad, la meditación tipo midnfulness ha revelado tener un impacto beneficioso en la salud, aunque más pequeño que cuando consideramos población con algún tipo de trastorno.
Conceptos erróneos sobre ella
Dado el éxito que el mindfulness tiene desde hace dos décadas, muchas personas pueden buscar en estas prácticas meditativas la solución que otro tratamiento psicológico podría en realidad proporcionar con mayor eficiencia, desinformación que puede perjudicar la resolución de determinadas dificultades.
Por eso, y ante los resultados que hemos revisado en este texto, es crucial que los formadores de estas técnicas tengan formación psicológica o psiquiátrica para poder discriminar y aplicar las intervenciones más adecuadas según el proceso de trastorno presente.
Diferentes autores del propio contexto de formación en mindfulness alertan de que está siendo considerado como una nueva panacea, cuando claramente la investigación muestra que es una intervención valiosa en determinados contextos y problemas, pero no en todos.
De hecho, en algunos no sería recomendable, por ejemplo, en procesos de ansiedad social.
Estado inicial de investigación
Estamos en un estado inicial en la investigación, no tanto de comprobar la eficacia del mindfulness (hay numerosos meta-análisis que la respaldan en relación con un grupo de lista de espera), sino de comprender los procesos responsables de su eficacia.
No sabemos si la reducción de procesos psicológicos como la rumiación o la preocupación son los responsables mediadores que acaban generando cambios en la salud. También se han detectado cambios en la banda de frecuencias de la actividad cerebral y en la actividad de la telomerasa, procesos fisiológicos muy sugerentes.
Esta situación de conocimiento parcial acerca del mecanismo responsable del cambio hace que proliferen teorías explicativas persuasivas, pero no científicamente fundadas.
Considero especialmente peligroso acudir a la meditación como una forma de evitar las experiencias dolorosas propias de la vida (pérdidas, momentos de estrés agudo ante eventos…). Dichos usos pueden tener efectos perjudiciales, ya que utilizar el mindfulness como una forma de entumecer o reducir la respuesta emocional adaptativa ante determinadas circunstancias puede propiciar o mantener trastornos ulteriores.
En determinadas ocasiones, la mejor forma de resolver un dolor emocional es en realidad atravesarlo y procesarlo, no evitarlo o interrumpirlo. Junto con el conocimiento de los beneficios que aporta, es importante también ser consciente de estos peligros que conlleva el mindfulness.
No es eficaz para todo
En resumen, el mindfulness cuenta con una amplia investigación que muestra su eficacia ante diversas dificultades, con resultados robustos y superiores al grupo control de lista de espera. En algunos casos, no sería recomendable aplicarlo, y en otros procesos, especialmente la prevención de la recaída en depresión, es especialmente eficiente.
En otras ocasiones, no demuestra ser más eficiente que otras intervenciones ya existentes, de manera que convendría evitar considerarla como panacea ante todo tipo de dificultad. Es importante que acudamos a especialistas en mindfulness y que en caso de buscarlo para aliviar algún tipo de sufrimiento, que acudamos a un profesional en psicología sanitaria o psicología clínica. En cualquier caso, conviene subrayar que el mindfulness surge de la adaptación de un conjunto de técnicas y tradiciones que han buscado durante cientos de años no solo reducir el malestar sino incrementar el bienestar psicológico y espiritual, alentando una búsqueda de sentido existencial y ético. Esta área no ha recibido suficiente atención científica cuando debería ser considerada también un área de primer orden en la investigación.
Rafael Jódar Anchía, Director del Master en Psicoterapia Humanista Experiencial y Terapia Focalizada en la Emoción, Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.