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Operación ibuprofeno: Casado-Cayetana y Sánchez-Díaz Ayuso / Por Antonio Campuzano

Operación ibuprofeno: Casado-Cayetana y Sánchez-Díaz Ayuso / Por Antonio Campuzano

La más sólida arquitectura política, la forjada en el valor consuetudinario y el caudal y sucesión de acontecimientos históricos, ha saltado por los aires en nuestro país. España sigue resistiéndose a la previsión y a la costumbre. Véase el caso de Cayetana Álvarez de Toledo, cuando aparecía al principio de la temporada recién amanecida con sus atractivos resultados electorales en Barcelona y la oposición al gobierno de coalición de izquierdas con un discurso construido sobre los cimientos académicos y una verbalidad seca y barniz belicoso.

La pandemia se hizo hueco en el mes de marzo y las diatribas contra el gobierno de Sánchez vertebraron la labor de la oposición del PP con Cayetana en su pilotaje de portavocía parlamentaria. No solo gozaba la dirigente sobresaliente de una estima poderosa en el seno de su organización, sino que su estela parecía envidiada y aclamada hasta el gozo por toda la constelación del partido de Génova.

Sus intervenciones siempre servían para nutrir los titulares de las informaciones; se permitía hablar en sus alardes culturales del feminismo amazónico en medio del asombro de todas las mujeres, incluidas en el espanto las propias del PP. El padre de Pablo Iglesias fue calificado por Cayetana de terrorista sin que la mandíbula batiente de la portadora del insulto padeciese alteración. Los tendidos de la derecha sociológica recalcitrante rugían ante la serie de verónicas encadenadas y pedían el sobrero para la extensión del espectáculo. Pero Pablo Casado rehusó esa escenificación de los partidos de fútbol en que el capitán enfila el camino de los vestuarios en el minuto de las ovaciones y ayuda a embutir el bíceps del nuevo capitán, en este caso capitana, con el brazalete reglamentario.

La asténica jefa del grupo parlamentario fue descabalgada y, así, Casado, hacía propia la declaración de la santa de Ávila por Cristina Morales, en Introducción a Teresa de Jesús (Anagrama, 2020), “más fácil que ver al demonio es ver al demonio en los demás”. Esta disrupción sorpresiva como todas las fracturas no ha representado un hecho aislado en el firmamento de los asombros de la vida pública. Y ha sido el presidente Pedro Sánchez quien, con motivo de la ubérrima pandemia que todo lo inunda, ha hecho estallar con la rotundidad de las guerras un estrépito de pacificación, contradictoria en su formulación con el habitual de los estallidos y las guerras.

Quizá con el soplo áulico de Iván Redondo, así se percibe el codazo del asesor, se ha arremangado sin arredro de clase alguna y ha recorrido los tres kilómetros habidos entre Moncloa y la Real Casa de Correos, donde habita Isabel Díaz Ayuso como presidenta de la Comunidad de Madrid. Sánchez devuelve de este modo tan disparejo los bramidos del centro político neurálgico de España. Ayuso, desde la Puerta del Sol o desde su residencia polémica en un hotel prestado para la labor política, ha intentado el boicoteo del gobierno de la nación en lo que ha sido interpretado como una actuación desleal sin parangón desde los tiempos de Judas Iscariote. El presidente ha visitado a la presidenta como si tuviese una deuda contraída con ella, pese a la colaboración escasa producida entre ambas administraciones desde que Fernando Simón inauguró las comparecencias sanitarias.

Algo así como aventura Javier Marías, en su monumental trilogía reunida en Tu rostro mañana. Habla de 1936 y dice que “había una proximidad excesiva en la vida española de entonces. Era imposible soslayar esa cercanía epidérmica, que es la que engendra el afecto y también el encono y el odio”. Sánchez ha machacado el pulso al PP más central y ha marcado el camino de una moción de censura. Moncloa ha tenido que marcar el camino de una comunidad más allá de la secesión, del impulso independiente. Se mete en la Puerta del Sol marcando el territorio centralista contra el centralismo frenético.

Desde este momento, de ir mejor las cosas en la Comunidad de Madrid, siempre se asomará el espectro de la ayuda del gobierno central sin el que toda mejora hubiera sido imposible. La labor de encarrilamiento de Moncloa de las extravagancias de Ayuso será puesto sobre la superficie política siempre que sea menester y eso termina por calar en el electorado. Con ello se quiere decir que, en la escena española, aparece un atajo de entendimiento de la realidad cuando todo parece perdido.

Más allá de los saltos argumentales que acompañaban a Cayetana, para quien todas las dimensiones del terreno de juego de su ambición parecían estrechas, se encontraba Casado con el veredicto del cierre de grifo de las ansias desmedidas en el liderazgo de una partido cohesionado como el PP, pese a toda la perspectiva judicial que amenaza su estabilidad. Y, por otro lado, por encima de los vuelos rasantes de la presidencia de la Comunidad de Madrid, no menos amenazantes de la labor de gobierno de coalición emanado de las urnas en enero pasado, ha aparecido el presidente Sánchez para destilar la cordura necesaria y presentar un mensaje de humildad.

Las relaciones entre contendientes son posibles, si bien la labor turística del invitado en la Puerta del Sol, comenta que te comenta las dependencias y los retratos de Joaquín Leguina y Alberto Ruíz Gallardón denotaban la visita de Estado de un presidente español a territorios de ultramar, donde el non plus ultra lo marcaba una señora nacida en el distrito de Chamberí.

Incluso las puestas en escena ayudan a la descompresión política, aunque confundan.