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Petain en la cárcel de Alcalá / Por Vicente Alberto Serrano

Petain en la cárcel de Alcalá / Por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

La tantas veces enrevesada e hipócrita labor diplomática alcanzó una de sus mayores cotas cuando los gobiernos de Gran Bretaña y Francia se apresuraron a reconocer como legítimo el Gobierno de Franco. Incluso un mes antes de que aquellos emitieran su triunfal último parte de guerra. El 2 de marzo de 1939, Edouard Daladier, presidente del Consejo francés decidió establecer inmediatamente relaciones diplomáticas con la futura dictadura. Eran muchos los intereses económicos que estaban en juego. Por tanto acordaron nombrar embajador en la “nueva” España a Philippe Pétain, el legendario héroe de Verdún. Las relaciones con los militares rebeldes del país vecino habían sido bastante tensas durante el largo y dramático conflicto, a pesar de la vergonzosa política de no intervención. Los salvapatrias seguían manteniendo que París había apoyado en todo momento a los vencidos. Por tanto los franceses no dudaron en recurrir a un veterano militar para intentar crear cierto clima de confianza; personaje que en otros tiempos mantuvo excelentes relaciones de complicidad con el Caudillo. En la década anterior, febrero de 1926, Pétain –tras el conflicto de Marruecos– había sido condecorado por Alfonso XIII con la Gran Cruz del Mérito Militar en el patio del Alcázar de Toledo, ante la presencia del dictador Primo de Rivera y del propio Franco.

Alfonso XIII condecora al Mariscal Pétain con la Gran Cruz del Mérito Militar en el patio del Alcázar de Toledo, ante la presencia del dictador Primo de Rivera y del propio Franco (1926).

Alfonso XIII condecora al Mariscal Pétain con la Gran Cruz del Mérito Militar en el patio del Alcázar de Toledo, ante la presencia del dictador Primo de Rivera y del propio Franco (1926).

La espera

El 16 de marzo de 1939, el octogenario héroe de la guerra del 14 viaja hasta España con la pretensión de entregar de inmediato sus credenciales. Se establece en San Sebastián a la espera de ser recibido en Burgos, pero hasta una semana después las desconfianzas del Generalísimo no hacen posible el encuentro. Pétain en su discurso ofreció la leal colaboración de su país y se refirió al mutuo y amistoso respeto entre ambas naciones. Según la prensa de la época: «El recibimiento fue frío y Franco despachó la visita del embajador francés permaneciendo en pie, hablando muy poco y despidiéndose sin acompañarle siquiera hasta la puerta». El Mariscal regresa a San Sebastián, allí permanecerá seis meses más, hasta que consigue establecer embajada en Madrid y logra ser recibido en audiencia por el Caudillo. Pocos días antes había comentado a sus colaboradores: «Comienzo a perder la paciencia. Si Franco no quiere recibirme, escribiré al presidente Daladier para que me haga volver a París».

Rutas imperiales

Tan solo catorce meses durará la gestión de Pétain como embajador en España. Los acontecimientos precipitan la Segunda Guerra Mundial. El 10 de mayo de 1940 es reclamado en París para firmar un armisticio y la rendición francesa ante los nazis. En el mes de junio Pétain forma gobierno y establece en Vichy la capital de la Francia no ocupada. La historia nos cuenta cual fue su final, acusado de colaboracionismo y alta traición, fue juzgado y condenado a muerte. El general De Gaulle le conmutó la pena por cadena perpetua. Confinado en la isla de Yeu, moriría en 1951. Durante su corta estancia en la España de Franco consiguió resolver algunas de las cuestiones pendientes entre los dos países y, al parecer, aun le quedó tiempo para recorrer buena parte de un país destrozado por la guerra: Sevilla, Jerez, Cádiz, Algeciras, Málaga, Córdoba, parte de Levante, Teruel, Cataluña, Pamplona, Asturias, Galicia… Incluso entre las ciudades visitadas, el 7 de julio de 1939 decidió pasar por Toledo y posar ante las ruinas del patio del Alcázar, el mismo lugar donde Alfonso XIII le condecoró la década anterior. Al día siguiente esa imagen sería portada del diario ABC. Sus rutas imperiales finalizarían con una visita al presidio de Alcalá de Henares.

El 7 de julio de 1939 Pétain visita las ruinas del patio del Alcázar de Toledo para rememorar tiempos pasados. Al día siguiente esta foto sería portada del diario ABC.

El 7 de julio de 1939 Pétain visita las ruinas del patio del Alcázar de Toledo para rememorar tiempos pasados. Al día siguiente esta foto sería portada del diario ABC.

Pétain en la cárcel de Alcalá

Las aterradoras cifras varían en historiadores como Paul Preston, Ángel Viñas o Tuñón de Lara. El número de encarcelados en 1939 –según Ramón Tamames– era de 101.000, que se elevan a 221.000 en 1940. De ellos calculaba que tan solo 10.000 eran presos comunes. Ángel Bahamonde ofrece la cifra de 280.000 encarcelamientos en 1940, año que considera el peor en la historia de la represión. Estos datos están recogidos en la obra de Rodolfo y Daniel Serrano publicada con el título Toda España era una cárcel (Ed. Aguilar), un sobrecogedor testimonio sobre los presos del franquismo que venía a complementar los rigurosos informes y escalofriantes cifras de aquel otro volumen mítico Libro blanco sobre las cárceles franquistas (Ed. Ruedo Ibérico) publicado en París, 1976. Una de las pretensiones del Mariscal Pétain, a cambio de favores comerciales y conseguir la no intervención de Franco en el inminente conflicto mundial, era no solo entregar material de guerra del bando derrotado y el oro español retenido en Mont-de-Marsan, sino tratar de devolver a los vencedores los 440.000 republicanos vencidos y exiliados que en Francia suponían una pesada carga económica (a pesar de tenerles confinados en las playas del Mediterráneo, convertidas en inhumanos campos de concentración). Ni los vencedores ni los vencidos deseaban aquel regreso. No deja de ser curioso que durante esas hipócritas relaciones diplomáticas, Pétain fuese invitado a visitar un presidio de la España Nacional, concretamente el de Alcalá de Henares. En el interior –según nos muestra la foto– se puede observar un patio amplio y despejado, las autoridades en el centro: funcionarios, militares y el capellán rodeando al embajador. Los presos perfectamente alineados junto al muro y también pegados al edificio de enfrente que, convertido en el taller de carpintería, treinta y cuatro años más tarde quedaría totalmente destruido por un incendio fortuito. El 1 de agosto de 1974 el fuego se llevó por delante la vida de 12 reclusos y un jefe de taller. Inevitablemente en el recuerdo la vengativa posguerra que arrancó muchas más vidas  –no fortuitamente– sino fusilados en las tapias de los cementerios o pereciendo entre el hacinamiento y el hambre de siniestros presidios (Miguel Hernández, Julián Besteiro…).

El Mariscal Pétain embajador de Francia en la España de Franco, visita la cárcel de Alcalá. Rodeado por los presos perfectamente alineados junto al muro y pegados al edificio de enfrente, convertido en el taller de carpintería que años más tarde, el 1 de agosto de 1974, destruiría un incendio fortuito, llevándose por delante la vida de 12 reclusos y un jefe de taller. (Foto cedida por Mariano Serrano).

El Mariscal Pétain embajador de Francia en la España de Franco, visita la cárcel de Alcalá. Rodeado por los presos perfectamente alineados junto al muro y pegados al edificio de enfrente, convertido en el taller de carpintería que años más tarde, el 1 de agosto de 1974, destruiría un incendio fortuito, llevándose por delante la vida de 12 reclusos y un jefe de taller. (Foto cedida por Mariano Serrano).

En el rastrillo de esa cárcel

No vivimos la guerra, pero muchos de nosotros sufrimos buena parte de aquella posguerra del Régimen vencedor que nos pareció infinita. Pasaron los años y aun permanecía fijada en una de las paredes del rastrillo de esa cárcel, una lápida de piedra gris; entronizada en casi todas las prisiones del país, con la siguiente leyenda: «Si se visitasen los establecimientos penales de los distintos países y se comparasen sus sistemas y los nuestros, puedo aseguraros sin temor a equivocarme que no se encontraría régimen tan justo, católico y humano como el establecido desde nuestro movimiento para nuestros reclusos. Francisco Franco». Nunca conseguimos discernir si aquello era un ejemplo de humor negro o una muestra de cruel cinismo.