Desde La Oveja Negra
El once de abril de 1987 un hombre se precipitaba por el hueco de la escalera en el número 75 del Corso Re Umberto de Turín. Sobre el suelo del vestíbulo quedó su cadáver mostrando la cifra 174.517 tatuada en un brazo. Indeleble huella del horror soportado cuarenta y tres años antes en los campos de exterminio de Auschwitz. Aquel hombre había escrito: «Lo peor no era la violencia ciega, ni el hambre atroz, ni siquiera la muerte. Lo peor era la degradación del ser humano hasta convertirlo en un número sin nombre…» Primo Levi, químico, judío piamontés, superviviente del holocausto, autor de Si esto es un hombre, un texto convertido en testimonio capital para tratar de comprender la barbarie del siglo XX, porque como afirma su biógrafo Ian Thomson: «Ninguna otra obra transmite de manera tan directa y profunda el horror incomparable del genocidio nazi».
Estaba cansado de la vida
Aquella misma mañana del 11 de abril de 1987 Lucia Morpurgo declaraba a la prensa ante el cuerpo inerte de su marido que «estaba cansado de la vida». El hombre que había logrado sobrevivir al terror de la locura fascista. Que se había impuesto el deber de relatar con la mayor fidelidad posible los escalofriantes hechos a las que había asistido y soportado; finalmente se había desmoronado ante un mundo en el que semejante barbarie no había servido de brutal antídoto contra comportamientos repetidos más tarde hasta la saciedad —como él mismo denunciaba— por los militares franceses, asesinos en Argelia; los militares norteamericanos, asesinos en Vietnam, o las brutales represiones de Pinochet en Chile y de Videla en Argentina. Tal vez decidió apagar su vida, incapaz de poder seguir presenciando las aberraciones producidas por la locura genocida y la intolerancia. Se salvó así de conocer la limpieza étnica llevada a cabo en la antigua Yugoslavia, las prácticas ejercidas en la prisión de Abu Ghraib o cómo en la isla de Cuba –de un extremo a otro– dos ideologías diferentes seguían vulnerando los derechos humanos. Hoy, contemplando los bombardeos en la franja de Gaza, resulta inevitable regresar a los testimonios de Primo Levi, aunque tampoco encontremos la respuesta. Tal vez por eso él se precipitó por el hueco de la escalera y nosotros seguimos sumidos en el espanto.
Reconocer el holocausto
La Unión Europea, tras seis años de arduas negociaciones, en los que precisamente Italia —la patria de Levi— se estuvo negando sistemáticamente durante un lustro, acordó aprobar una ley para combatir el racismo y la xenofobia, castigando con penas de cárcel la negación del holocausto. Una ley tibia sin embargo, ya que no se reconocía en ella los crímenes estalinistas ni de los regímenes totalitarios. Una ley que llegó con muchos años de retraso para aquel hombre que se empeñó en sobrevivir a la locura genocida del pueblo alemán y consiguió denunciarla en una descarnada trilogía que hoy se ha convertido en lectura recomendada en las escuelas italianas. Si esto es un un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados (Ed. El Aleph) conforman el testimonio escalofriante sobre la degradación del ser humano, narrado por un incomodo testigo que no aspiraba a acumular con detalles atroces nuevas denuncias contra los campos de destrucción, sino más bien a perfilar con la documentación de su memoria un estudio sereno de algunos aspectos del alma humana.
¿Partisano o judío?
Primo Levi, nacido en Turín en 1919 consigue ingresar en la Universidad, a pesar de las leyes raciales imperantes y hasta llegó a presentar su tesis de química en 1941. Más tarde se afilia al movimiento partisano “Justicia y libertad” y con más entusiasmo que medios se tira al monte donde su grupo es atrapado el 13 de diciembre de 1943 por tres centurias de la Milicia fascista que habían salido a la búsqueda de otra banda más potente y peligrosa que aquel puñado de jóvenes idealistas. Ante el temor de ser fusilado inmediatamente por su condición de partisano, Levi se declara fugitivo judío y es así como será enviado, a un campo de concentración cerca de Módena y poco después –enero de 1944– deportado, igual que otros 7.500 judíos italianos más, en vagones de ganado hasta los campos de exterminio de Polonia. De aquellos, tan sólo 800 lograron sobrevivir y regresar a su patria. Primo Levi fue liberado el 27 de enero de 1945 por las tropas del ejército rojo y durante ocho meses y 23 días recorrerá toda la Europa de Este hasta alcanzar su Piamonte natal, como relata en el segundo libro de su trilogía, La tregua.
Si esto es un hombre
«Los que vivís seguros / en vuestras casas caldeadas […]/ Considerad si es un hombre / quien trabaja en el fango / quien no conoce la paz / quien lucha por la mitad de un panecillo / quien muere por un sí o por un no. / Considerad si es una mujer / quien no tiene cabellos ni nombre / ni fuerzas para recordarlo / vacía la mirada y frío el regazo / como una rana invernal. / Pensad que esto ha sucedido: / Os encomiendo estas palabras. / Grabadlas en vuestros corazones…» Este poema sirve de pórtico al libro Si esto es un hombre. Cuando Levi atraviesa la verja de Auschwitz, observa sobre la puerta de entrada aquel letrero que le asediará en sueños toda su vida: “Arbeit Macht Frei” (El trabajo nos hace libres). Después, los más veteranos del campo, le aclararán que de allí solo se sale por la chimenea. Desde ese momento Levi trata de dejar su testimonio escrito porque piensa que de sobrevivir, nadie creerá la atrocidad de la historia vivida. Su lucidez, su impresionante capacidad de observar, describir y analizar bajo las circunstancias más terribles le infieren a esta obra un valor incalculable tanto histórico como literario.
¿Por qué…?
El libro se publicó por primera vez en 1947, pero pasó desapercibido porque las heridas de la sociedad italiana aún no habían cicatrizado. En 1958 la editorial Eunaudi recuperó la obra que terminó convirtiéndose en texto obligatorio para las escuelas italianas; se tradujo a seis lenguas y fue adaptada para la radio y el teatro. Publicada en España por la editorial El Aleph, apareció más tarde en edición de bolsillo, incluyendo el Apéndice de 1976 que Primo Levi escribió para dar respuesta a las preguntas que constantemente les hacían los lectores estudiantes. ¿Por qué en su libro no hay expresiones de odio hacia los alemanes, ni rencor, ni deseo de venganza?, ¿Como es posible que el genocidio, el exterminio de millones de seres humanos, haya podido llevarse a cabo en el corazón de Europa sin que nadie supiese nada?, ¿Cómo es que no hubo rebeliones en masa?, ¿Cómo se explica el odio fanático de los nazis por los judíos?, ¿Por qué habla usted sólo de los campos alemanes y no también de los rusos?. A todas las preguntas trató de dar respuesta, pero a nosotros, lectores de este tiempo un ¿por qué…? nos sigue asediando cada día y ya no tenemos a aquel hombre del brazo tatuado para que nos responda. Nos queda tan solo el dramatismo de sus páginas: «Es hombre quien mata, es hombre quien comete o sufre injusticias; no es hombre quien, perdido todo recato, comparte la cama con un cadáver. Quien ha esperado que su vecino terminase de morir para quitarle un cuarto de pan, está, aunque sin culpa suya, más lejos del hombre pensante que el más zafio pigmeo y el sádico más atroz. He aquí por qué es no humana la experiencia de quien ha vivido días en que el hombre ha sido una cosa para el hombre».
Literatura del desgarro
La impresionante trilogía de Primo Levi, (recuperada en edición de bolsillo por la colección Austral) se puede complementar con la lectura del libro de Jorge Semprún, La escritura o la vida (Ed. Tusquets) en la que su autor narra cómo fue liberado, en abril de 1945, del campo de concentración de Buchenwald por las tropas americanas del general Patton y desde ese momento elaboró literariamente la monstruosa paradoja de haber vivido la muerte. Aportación importante también a la literatura del desgarro es sin duda la obra de Mariano Constante, Los años rojos (Ed. Galaxia Gutenberg), el dramático exilio de un soldado republicano español refugiado en Francia, detenido por los nazis en 1940 y enviado al campo de exterminio de Mauthausen. En la otra cara del horror, la obra fundamental de Alexandr Solzhenitsyn, Archipiélago Gulag (Ed. Tusquets), ejemplo de obstinación por restituir aquello que la historia quiso borrar, aquel holocausto ocultado por intelectuales y políticos que de forma directa o indirecta mantuvieron el régimen de terror de Stalin. Amontonamos una pila de libros para buscar respuestas, mientras el televisor nos escupe las imágenes de edificios enteros desmoronándose en la franja de Gaza a causa de los bombardeos israelitas. Por tanto no hacen falta tantas páginas porque toda la literatura del desgarro está contenida en las miradas de pánico de unos niños palestinos que por supuesto ni han leído a Primo Levi ni logran comprender el tiempo que vivimos.